Deberíamos estar más preocupados por México

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El presidente de México Andrés Manuel López Obrador (EFE/Sáshenka Gutiérrez)
El presidente de México Andrés Manuel López Obrador (EFE/Sáshenka Gutiérrez)

El presidente de México ha prometido un cambio tan profundo a su país que lo llama la "cuarta transformación". Las otras son la independencia, la reforma –que ocurrió en el siglo XIX– y la Revolución Mexicana. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) asegura que acabará con la corrupción al revertir el "neoliberalismo", al que culpa de prácticamente todos los males que sufre el país.

¿Será que la corrupción llegó a México solo en los '90 con la apertura económica y no existió antes, durante las siete décadas del reinado del Partido Revolucionario Institucional, o acaso desde la conquista? ¿Será que el nacionalismo de izquierda de AMLO terminará siendo distinto en su forma de gobernar y sus resultados que otros experimentos populistas recientes de nuestra región?

Parece que no. La más reciente y significativa señal de que las cosas no andan bien se dio hace dos semanas. Renunció inesperadamente el ministro de Hacienda, Carlos Urzúa. Su carta de renuncia denunció la falta de sustento con base en la evidencia a la hora de tomar decisiones de política pública. Advirtió que las decisiones tienen que ser "libres de todo extremismo" y que no lo han sido, y señaló, además, la "imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la Hacienda Pública". Eso último lo atribuyó a "un patente conflicto de interés".

En una breve carta, el ministro desacreditó al presidente en lo que muchos consideran sus fuertes. Urzúa lo acusó de implementar políticas mal concebidas y dañinas para el país, y de posiblemente fomentar la corrupción, pues el conflicto de interés es eso. En una entrevista días después, el economista de izquierda aclaró que el empresario y ahora jefe de Gabinete de AMLO, sin consultarle, nombró a gente cercana en puestos importantes que deberían responder al ministro de Hacienda. Parece que ni la cuarta transformación matará el capitalismo de compadrazgo.

La renuncia viene en un mal momento para AMLO, pues por primera vez en 25 años los ciclos económicos de México y Estados Unidos se están divergiendo. Mientras se fortalece la economía estadounidense, México probablemente ya se encuentra en una recesión. AMLO quiere ignorar lo que su propio ministro de Hacienda había reconocido: la confianza de los inversionistas en la economía mexicana es muy importante en un México que es mucho más abierto (y próspero) que hace décadas.

AMLO ya detuvo la prometedora reforma energética del gobierno anterior, canceló arbitrariamente a mitad de camino la construcción del aeropuerto en la Ciudad de México y está invirtiendo miles de millones de dólares en una refinería de Pemex cuando dicha empresa estatal está en serios aprietos económicos. Reporta Urzúa que, cuando se opuso a decisiones de AMLO, el presidente lo acusó de "neoliberal".

Hasta ahora, AMLO ha promovido su agenda sobre la cúspide de su alta popularidad. Pero una encuesta este mes encuentra que esta ha caído de 78% a 47% en poco más de siete meses. Durante ese lapso, se ha dedicado a debilitar instituciones independientes y contrapesos institucionales. Al mismo estilo que Trump, por ejemplo, ha atacado a la prensa y a periodistas que lo critican. Les advirtió que "si se pasan, ya saben lo que les pasa". Defensores de la libertad de prensa advierten que el discurso del presidente puede estar fomentando la autocensura.

Tampoco ayuda a AMLO que la violencia, una de las preocupaciones más importantes de los mexicanos, se haya disparado durante su gobierno. Todo esto suena muy parecido a otras experiencias populistas en la región. Si nos guiamos por esas, deberíamos estar más preocupados por México.

Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute