Un impuesto efectivo para situaciones de crisis

María Castiglioni Cotter

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Después de una semana de aceleración de la corrida contra el peso, y pese a que el viernes el Banco Central (BCRA) con menos ventas de las que licitó (vendió 250 millones de dólares de un total de 675 millones de dólares licitados en tres tramos) había logrado bajar 4 pesos el tipo de cambio, en torno a los 38 pesos por dólar.

Este elevadísimo nivel lleva a la Argentina a niveles de competitividad similares a los del promedio de los años 2008-2009, y un 35% por encima de un nivel cómodo, el cual se había alcanzado con el tipo de cambio cercano a 31 pesos por dólar. Por otra parte, desde el punto de vista de la solvencia del Banco Central, para enfrentar sus pasivos, un tipo de cambio en 38 pesos por dólar aumenta notablemente el poder de fuego de las reservas internacionales, si fueran a ser usadas para influir en el tipo de cambio.

En efecto, a este nivel se podrían utilizar 8 mil millones de dólares para atender los vencimientos de Letes y el resto permitiría respaldar plenamente toda la base monetaria y la totalidad de Lebac que están en manos de no bancos.

Por lo tanto, esta disparada del tipo de cambio obedece a una falta de confianza, y se concretó por la combinación de falta de oferta de divisas con poca intervención del BCRA en el mercado, en buena medida por las restricciones acordadas con el FMI.

La necesidad de alcanzar consenso para aprobar el ajuste en el Congreso, sumado al hecho de que algunos gastos se traspasarían a las provincias, aumenta las probabilidades de que se terminen definiendo medidas del lado de los ingresos.

Dos elementos son claves para estabilizar la situación financiera. Ambos están a su vez íntimamente ligados. Se trata de acuerdo con el FMI para disponer del financiamiento anticipado, y así disipar las dudas sobre la capacidad del Gobierno de hacer frente a las necesidades de financiamiento, en particular en el corto plazo, y el acuerdo político con gobernadores y la oposición para asegurar la ley de presupuesto 2019, donde se plasmarán los compromisos de menor déficit para el año próximo.

Tal como anticipó el ministro Nicolás Dujovne, la meta negociada con el FMI de 1,3% de déficit fiscal primario para 2019 será ahora 0%; lo que implica que al acuerdo que se venía negociando con la oposición para alcanzar esa meta se sumará ahora un esfuerzo adicional.

En este sentido, cabe destacar que ya diversos gobernadores manifestaron que la reducción del déficit fiscal debe pasar más por aumentar la presión impositiva que por bajar el gasto, por ello, no sorprende que, ante la necesidad de ajustar más las finanzas públicas y de conseguir apoyo, se haya optado por el aumento de las retenciones sobre las exportaciones.

Gravar solo las exportaciones agropecuarias agravaría aún más el carácter distorsivo del impuesto, por más que se piense que el agro es más competitivo que otros sectores

En principio, la elevadísima carga tributaria que sigue habiendo en Argentina y que se está reduciendo muy gradualmente, hace deseable que el ajuste recaiga sobre el gasto, que a nivel consolidando sigue rondando el 40% del PBI este año, es decir, un altísimo nivel. De todos modos, la necesidad de alcanzar consenso para aprobar el ajuste en el Congreso, sumado al hecho de que algunos gastos se traspasarían a las provincias.

Una de las anunciadas en este contexto de fuerte suba del tipo de cambio es la de las retenciones a las exportaciones. Tal como hemos remarcado desde C&T en numerosas oportunidades, es un impuesto sumamente distorsivo. Sin embargo, también es efectivo para aumentar la recaudación en estas situaciones de crisis.

En este sentido, es importante destacar dos cosas. La primera es que gravar solo las exportaciones agravará aún más el carácter distorsivo del impuesto, por más que se piense que el agro es más competitivo que otros sectores.

Y la segunda, que no será un impuesto que pueda mantenerse mucho en el tiempo, ya que difícilmente el extraordinario nivel al que llegó el tipo de cambio real persista indefinidamente, por lo que tarde o temprano habrá que reducirlo o eliminarlo si queremos que alguna vez la Argentina pueda lograr un salto genuino de sus exportaciones.

Esto implica que la reducción del déficit fiscal que eventualmente se logre permitirá ganar tiempo (una vez más) para que la sociedad, a través de su dirigencia, decida en qué rubros va a bajar el gasto público para que sea sostenible y podamos evitar en el futuro una nueva crisis como la que estamos viviendo.

La autora es directora en C&T Asesores Económicos.