La Cueva de Manot, en la región de Galilea, Israel, fue testigo de un sorprendente hallazgo que remonta las creencias espirituales de los seres humanos hace más de 35.000 años. En lo profundo de esta cueva, lejos de las zonas de actividad cotidiana, un equipo de arqueólogos descubrió una escultura en piedra de lo que parece ser una tortuga o su caparazón, ubicada en un nicho, como si fuese el altar de un antiguo ritual.
Según un artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, Omry Barzilai, director del PaleoLab de la Universidad de Haifa y principal autor del estudio, la ubicación y el contexto de la piedra sugieren que era “un objeto de culto” y que el área era utilizada para “rituales”. La roca, de 28 kg, fue tallada con herramientas de sílex, y su propósito y significado continúan siendo un enigma que conecta al ser humano prehistórico con su universo simbólico.
Este descubrimiento no es aislado; la figura de la tortuga aparece en mitologías de todo el mundo, representando fuerza, longevidad y la creación misma. En la mitología hindú, por ejemplo, se habla de Akupara, una tortuga que sostiene el mundo sobre su espalda, mientras que en la mitología china, la diosa Nuwa utilizó las patas de una tortuga marina gigante para sostener el cielo. Así, la escultura de la Cueva de Manot podría ser un reflejo de estas creencias, transmitiendo a través de su tallado un vínculo con el cosmos, la tierra y la eternidad.
Este tipo de hallazgos lleva a cuestionar el papel de las creencias religiosas y los rituales en las primeras sociedades humanas. Los arqueólogos han sugerido en el artículo que la Cueva de Manot, además de ser un refugio, pudo haber sido “un punto de encuentro comunitario significativo para las poblaciones del Aurignaciense Levantino”.
Las prácticas rituales no solo eran una manera de conectar con lo divino, sino que también servían para reforzar la cohesión social en un mundo prehistórico donde la cooperación era clave para la supervivencia. Este espacio ceremonial, lejos de las actividades cotidianas, invita a pensar en la profunda conexión de los seres humanos con su entorno y sus creencias espirituales, mucho antes de que la escritura y las civilizaciones modernas existieran.
El hallazgo de la piedra grabada en la Cueva de Manot es especialmente significativo por las técnicas empleadas en su creación. Los investigadores han identificado marcas geométricas en la roca que parecen representar una tortuga, talladas con herramientas de piedra, como el sílex.
Este análisis ha sido confirmado mediante recreaciones experimentales de los grabados con herramientas de pedernal, lo que confirma que las ranuras fueron hechas de manera intencionada. Según el estudio publicado en PNAS: “Estas marcas fueron hechas deliberadamente con herramientas de piedra, lo que demuestra un alto grado de destreza y simbolismo”. Además, en las cercanías de la escultura se han encontrado partículas de ceniza, lo que indica que el fuego fue utilizado para iluminar las oscuras profundidades de la cueva, lo que refuerza la hipótesis de que esta zona era empleada para rituales o ceremonias nocturnas.
El contexto de la cueva, con su acústica natural, parece haber jugado un papel crucial en las actividades rituales. Según los estudios acústicos realizados por los investigadores, la cueva presenta un techo en forma de cúpula que facilita una excelente resonancia, lo que habría sido ideal para reuniones comunales o ceremonias. Este descubrimiento ha llevado a los arqueólogos a concluir que la Cueva de Manot pudo haber sido un centro de rituales colectivos para las comunidades del Paleolítico.
Según el análisis isotópico, el uso de la cueva se remonta a entre 37.000 y 35.000 años atrás, lo que la sitúa en el Paleolítico Superior, un periodo clave para el desarrollo de la humanidad. Este período es conocido por la aparición de prácticas simbólicas complejas, y los hallazgos de Manot se consideran algunos de los más antiguos y más completos de la región en cuanto a evidencia de rituales y creencias religiosas.