Mohammed bin Salman, príncipe de los mensajes mixtos

Por Bobby Ghosh

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Mohammed bin Salman (REUTERS)
Mohammed bin Salman (REUTERS)

¿El príncipe heredero Mohammed bin Salman es reformista o reaccionario? La respuesta, exasperante tanto para aquellos que lo aman como aquellos que lo odian, es que el gobernante de hecho de Arabia Saudita podría ser ambas cosas.

En un año en el que ha estado bajo especial escrutinio internacional, gracias al grotesco asesinato del periodista Jamal Khashoggi a finales de 2018, el príncipe —se podría decir que el personaje más importante de Medio Oriente— dio rienda suelta a ambas características de su imagen pública. Preside sobre reforma y represión. No alteró para nada la imagen de MBS, como se le conoce comúnmente, que refleja que es un hombre que lo quiere todo a la vez.

La dualidad se reflejó en su entrevista con el programa "Frontline" de PBS, en la que reconoció y evitó responsabilidad en el asesinato de Khashoggi. Sucedió "bajo mi supervisión", aceptó, pero luego evitó toda responsabilidad al decir que no podía saber lo que 3 millones de funcionarios hacían en un momento específico. Una hermética investigación saudí, seguida de procesos judiciales opacos, cerró con la emisión de sentencias esta semana —pero nadie quedó convencido de que se hizo justicia. Es importante que quede claro que la relatora especial de las Naciones Unidas que investigó el asesinato dijo que el príncipe Mohammed "tenía responsabilidad en relación con el asesinato" y la CIA cree que él dio la orden.

Hubo igualmente una sensación de ambigüedad en los programas de reforma social de MBS, donde dos avances en ciertas áreas —como la distensión en las leyes de tutela para mujeres y las regulaciones que requerían entrada específica al género en restaurantes— fueron seguidos de reversas en otras. El arresto de intelectuales a finales de noviembre hizo eco de la impactante detención de activistas por los derechos de la mujer, justo semanas antes de que el príncipe levantara una prohibición que impedía a mujeres conducir.

Así las cosas, los saudís pueden disfrutar de placeres anteriormente prohibidos, como conciertos de rock, pero pedir libertades se percibe aún como una propuesta peligrosa.

En la segunda principal noticia del año, el príncipe fue receptor de mensajes mixtos. La oferta pública inicial de Saudi Aramco era el mayor proyecto del plan de visión 2030 de MBS, e invirtió gran cantidad de prestigio personal para lograr una valoración de US$2 billones para la gallina de los huevos de oro. Si bien una serie de banqueros internacionales le habían convencido de que su meta era alcanzable, inversionistas extranjeros apenas mostraron entusiasmo indiferente. A la final, Aramco tuvo que reducir el tamaño de su oferta, aunque se apoyó en los ciudadanos más ricos del reino para acercarse a la meta del príncipe.

Si hubo un área en la que MBS demostró un cambio de comportamiento, fue en el ámbito de la política exterior, e incluso allí, se trataba tanto de lo que no hizo como de lo que hizo: la virtud de la omisión más que de comisión. Arabia Saudita no repitió sus enfrentamientos diplomáticos de 2018 con Canadá, o su disputa de 2017 con Alemania.

Ambos enfrentamientos fueron producto de una reacción exagerada de Arabia Saudita ante críticas leves. Este año, MBS reaccionó con cautela tranquilizadora ante una provocación mucho mayor: el ataque de Irán contra las instalaciones petroleras sauditas, que redujo a la mitad la producción del reino. Es posible que MBS se haya retenido de una represalia agresiva por la incertidumbre sobre si Estados Unidos, su principal aliado, se uniría a otra guerra en Medio Oriente, o la certeza de que la República Islámica lo haría.

Una fría realidad política explicaría igualmente los esfuerzos por terminar una de las locuras previas de MBS: la guerra liderada por saudís contra rebeldes hutíes en Yemen. En su quinto año, el ataque no ha generado nada más que vergüenza para el príncipe. A final de año, hubo esperanzas de que el bloqueo a Catar, otro paso en falso del príncipe, podía revertirse. Tal vez MBS por fin se dio cuenta de que el pequeño reino no se dejaría caer en sumisión.

El realismo es una señal de madurez; la región en su conjunto se beneficiará de más realismo en 2020. El mayor desafío de política exterior de MBS en el nuevo año será contar con un Irán beligerante. Su columna vertebral podría bloquearse por el despliegue de más personal militar estadounidense para "asegurar y mejorar la defensa de Arabia Saudita", pero debe saber que el presidente Donald Trump tendrá poco apetito para una nueva guerra en un año electoral. Es difícil imaginar un avance diplomático con Teherán, pero Riad podría conformarse con un tenso enfrentamiento, siempre que no haya más ataques contra sus instalaciones petroleras o embarcaciones.

En casa, es hora de que el príncipe vuelva a los puntos económicos básicos de su plan de visión 2030: el reino debe depender menos de los ingresos por petróleo, y desenganchar a su pueblo del empleo gubernamental y de los generosos subsidios. El presupuesto de MBS para el próximo año es digno de él: presenta un panorama mixto bajo la promesa de una restricción del gasto y un déficit cada vez más amplio.

¿Qué príncipe veremos en 2020? Lo más probable es que veamos a ambos.

© 2019 Bloomberg L.P.