El zarpazo del oso ruso ahora golpea a Libia

Rusia continúa con su expansionismo. Después de intervenir en Siria ahora lo hace también en la guerra civil libia. Apoyan a la milicia del ex general de Gaddafi, Khalifa Haftar.

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Khalifa Hifter, el general que fue hombre de confianza de Muammar Gaddafi, luego quiso derrocarlo y ahora sueña con ocupar su lugar en Libia con el apoyo de las tropas rusas.
Khalifa Hifter, el general que fue hombre de confianza de Muammar Gaddafi, luego quiso derrocarlo y ahora sueña con ocupar su lugar en Libia con el apoyo de las tropas rusas.

En las últimas semanas, los médicos de la guardia de dos hospitales del sur de Trípoli acostumbrados a recibir diariamente graves heridos de guerra se están llevando una sorpresa. Los milicianos gubernamentales ya no llegan con la cabeza destrozada por una bala, el pecho abierto por una granada o sin una pierna a causa de alguna mina antipersonal. Los heridos tienen un orificio de entrada de una bala y ninguna salida, además de graves hemorragias internas.

Los expertos en balística tuvieron que darles la respuesta a los médicos: disparos de francotiradores con rifles de precisión y munición que penetra el cuerpo y explota. Nada visto antes en Libia. Pero sí en Siria. Se trata de los mismos tiradores, los rusos de la organización paramilitar del Grupo Wagner. Comandos muy bien entrenados que utiliza el Kremlin como avanzada en su expansión, desde Ucrania hasta Siria y ahora Libia. Rusia quiere ser el nuevo poder en Medio Oriente y Noráfrica y su sed de expansionismo es inmensa.

Fathi Bashagha, el ministro del Interior del gobierno provisional de Trípoli, le dijo al New York Times que se trata de un contingente de unos 200 comandos que llegaron desde Rusia hace menos de un mes junto a envíos de armamento muy sofisticado: aviones de combate Sukhoi, lanzamisiles, minas y las tradicionales Kalashnicov. Todo para apoyar a la milicia de Khalifa Haftar, un señor de la guerra que ya contaba con el apoyo de los Emiratos Árabes, Egipto, Arabia Saudita y por un tiempo Francia. Creen que Haftar es la única esperanza de terminar con las milicias jihadistas, que amenazan con tomar el poder en Trípoli. Allí, el gobierno provisional fue formado en 2015 con acuerdo de las Naciones Unidas y el apoyo de Estados Unidos y Europa pero, de hecho, está controlado por Turquía. Diferentes milicias y tribus tienen la autoridad en los barrios.

El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, recibe al general libio Khalifa Haftar en Moscú. REUTERS/Sergei Karpukhin - RTS1BPNE
El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, recibe al general libio Khalifa Haftar en Moscú. REUTERS/Sergei Karpukhin - RTS1BPNE

Libia es un territorio muy apetecido. Tiene enormes reservas de petróleo y en el medio del conflicto sigue extrayendo 1,3 millones de barriles por día. Y está ubicada a poco más de 400 kilómetros de las costas de Italia. Es una puerta abierta a Europa y el camino que siguen cientos de miles de inmigrantes africanos para llegar a ese continente. Tras la caída del dictador Muammar Gaddafi, en febrero de 2011, en el marco de los levantamientos de la Primavera Árabe, se desató una guerra civil que todavía no tiene visos de terminar. También se convirtió en un campo de pruebas militar y político. El ISIS trasladó allí una buena parte de sus milicianos derrotados en Siria. Al Qaeda sigue teniendo una presencia activa en el norte del país. Y otras organizaciones jihadistas que actúan en Chad y otros países africanos tienen allí su retaguardia. En los últimos meses también se vio en territorio libio por primera vez una batalla de drones, lo que indica que hay poderes probando nuevos armamentos. Y, ahora, los rusos.

Miembros del Ejército Nacional Libio (LNA), las milicias de Khalifa Hifter, que ahora cuentan con el entrenamiento y el apoyo de unos 200 comandos de elite enviados por Rusia.
Miembros del Ejército Nacional Libio (LNA), las milicias de Khalifa Hifter, que ahora cuentan con el entrenamiento y el apoyo de unos 200 comandos de elite enviados por Rusia.

Los desmentidos del Kremlin no consiguen contrarrestar las innumerables evidencias de su participación en Libia. En agosto, las autoridades de Túnez enviaron de vuelta a Rusia a un carguero con bandera de Panamá que había recalado en el puerto mediterráneo de Sfax para ser reparado. Cuando los agentes de aduanas tunecinos inspeccionaron el buque, hallaron 29 contenedores con material militar de fabricación rusa para equipar a unos 300 soldados, además de 66 vehículos militares. Un cargamento que tenía como destino a la milicia del general Haftar. La publicación online especializada RBK informó la semana pasada que Moscú había enviado a Libia a decenas de soldados de élite y de agentes del Directorio Militar Principal, el servicio militar de inteligencia, más conocido como GRU. Según un informe de la inteligencia británica publicado por The Times, Rusia cuenta ya con dos bases en territorio libio, en las ciudades portuarias de Tobruk y Bengasi. Y se espera que parte del material bélico que ahora está en Siria para apoyar a las fuerzas del régimen de Bashar al Assad, terminen muy pronto en Libia. Y existe otra “arma” que produce mucho temor en Europa: la creciente influencia rusa en el estratégico estado norteafricano le podría permitir controlar “como una canilla” el flujo de refugiados hacia el sur del continente.

En un artículo de la revista Foreign Policy, los analistas Lincoln Pigman y Kyle Orton dicen que Moscú “espera que su aliado Haftar gane suficiente poder político como para garantizar a Rusia un lugar de privilegio en los posibles acuerdos económicos, con especial énfasis en el sector del petróleo”. Además, cuentan con que el general libio le permita “consolidar su posición militar en el mar Mediterráneo, permitiendo a Moscú proyectar su poder más cerca de las costas europeas”. En 2008, Gaddafi ya había firmado un acuerdo para que la flota rusa pudiera instalar una base naval en las costas libias como la que ya tiene en Siria.

Khalifa Haftar, el señor de la guerra libanés, en una visita a Moscú.
Khalifa Haftar, el señor de la guerra libanés, en una visita a Moscú.

Haftar, que tiene 75 años, fue un ex general del ejército de Gaddafi que desertó a Estados Unidos y vivió en el norte del estado de Virginia protegido por la CIA. Cuando regresó a Libia en 2011, intentó hacer una campaña política para llegar al gobierno, pero fracasó. Tampoco fue exitosa su campaña militar. Siempre dependió del apoyo de sus patrocinadores regionales y del armamento ruso. Moscú imprimió billetes del dinar libio por valor de decenas de millones de dólares para financiar a Haftar. En 2015, Rusia ya había instalado una base en el oeste de Egipto para ayudar a proporcionar asistencia técnica y reparar equipos de la milicia rebelde. A fines del año pasado, Haftar fue filmado cenando en un restaurante de Moscú con el ministro de Defensa ruso Serguéi Shoigú y el jefe del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, un aliado muy cercano del presidente Vladimir Putin. Prigozhin está acusado en los Estados Unidos por su participación en la “granja de trolls” de Internet que influyeron en el resultado de las elecciones presidenciales de 2016.

Ahora, todo es cuestión de semanas. El ejército regular del gobierno de Trípoli está integrado por soldados mal entrenados y peor pertrechados. Las milicias locales luchan descalzos. Los agentes profesionales rusos que disparan con una precisión de lince, pueden dar vuelta el conflicto en forma muy fácil si no hay una fuerte intervención de otras potencias. Si Haftar toma el poder, Libia volvería a un régimen autocrático no muy diferente al de Gaddafi y Rusia tendría una base perfecta para continuar su expansionismo.

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