La Iglesia católica ante el fúsil del narco

El 24 de mayo de 1993, el asesinato de un cardenal sacudió a México y tachó a la Iglesia católica de manipulación

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Parte III

Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@thepainterflynn)
Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@thepainterflynn)

Era el 24 de mayo de 1993. El cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo había acudido a la terminal aérea del Aeropuerto Internacional Miguel Hidalgo, en Guadalajara, para recoger al entonces nuncio apostólico Gerónimo Prigione.

Pero a las 15.40 horas todo se salió de control: primero se escuchó una ráfaga de disparos en el estacionamiento, y luego se detectaron siete cuerpos caídos en el pavimento. Uno de ellos era el del cardenal Posadas Ocampo.

Un cuarto de siglo, más de 200 testimonios y 100 tomos después de un extenso expediente judicial, y aún no existe ninguna persona sentenciada por el crimen de Posadas. Sin embargo, aquel incidente marcó un antes y un después en el mundo del narcotráfico en México.

Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@TelevisaGDL)
Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@TelevisaGDL)

El Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) comenzó a seguirle la pista a un narcotraficante mexicano que se convertiría en el futuro en uno de sus objetivos prioritarios: Joaquín “El Chapo” Guzmán.

A partir de ese día se conocieron los nombres de quienes serían los grandes capos de las siguientes décadas como Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, quien entonces todavía peleaba por ascender el mundo criminal, y los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix.

El 29 de mayo, al presentar sus primera conclusiones del crimen, la Fiscalía mexicana informó que en el estacionamiento del aeropuerto se había desatado una balacera entre los Cárteles de Sinaloa y de los Arellano Félix. Los segundos habrían ido a matar al Chapo, a quien presuntamente confundieron con el cardenal, quien llegó en un auto Grand Marquís blanco del año, similar al que presuntamente llevaría al capo a tomar un avión con destino a Puerto Vallarta. El también arzobispo de Guadalajara había muerto en un fuego cruzado, según la versión oficial.

Guzmán Pérez Peláez, la persona que más conoce del tema en México, aseguró que siempre se encontró no sólo con incongruencias en la investigación sino también con obstáculos incluso para acceder a las copias de la averiguación. El dictamen forense concluyó que el auto del prelado recibió 57 disparos, todos contra sus tripulantes. El médico forense Mario Rivas Souza, quien analizó el cadáver del purpurado señaló que había recibido 14 disparos “directísimos”.

Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@RicardoAlemanMx)
Juan Jesús Posadas Ocampo (Foto: Twitter@RicardoAlemanMx)

Declaraciones de personas que estaban adelante del carro del cardenal dicen que escucharon como si estuvieran cerrando una cortina de metal, eran los disparos, pero también dicen que cuando ya se dejaron de oír los disparos alguien dijo ‘ya estuvo, no hay testigos, vámonos’”, comentó Guzmán Pérez Peláez.

Guzmán y otras personas pusieron en duda que los sicarios hayan confundido al cardenal con “El Chapo”, que en ese momento tenía 39 años y el prelado 67, Posadas Ocampo era un hombre alto y corpulento mientras que el la estatura del capo es de 1,64.

Jesús Alberto Bayardo Robles “El Gory”, un hombre de los Arellano Félix que ese día había sido enviado al aeropuerto a comprar unos boletos a Tijuana para sus jefes, declaró que en México lo obligaron a firmar una confesión bajo presión y que el verdadero motivo del asesinato estaba ligado a unos documentos que tenía el cardenal, que involucraban a jefes del crimen organizado y altos funcionaros.

Declaraciones de personas que estuvieron en el aeropuerto, a las que tuvo acceso Guzmán Pérez como parte de un grupo interinstitucional que investigó el caso, señalaron que después de haber asesinado a Posadas un hombre abrió la cajuela y sustrajo unos documentos, de los que hasta ahora se desconoce su destino y contenido.

La familia de los Arellano Félix, que conformaron el Cártel de Tijuana.
(Foto:ARCHIVO/CUARTOSCURO)
La familia de los Arellano Félix, que conformaron el Cártel de Tijuana. (Foto:ARCHIVO/CUARTOSCURO)

Luego de ser detenido en Guatemala en junio de 1993 y de su “fuga” del penal de Puente Grande, Jalisco, en un carrito de lavandería, Joaquín Archivaldo Guzmán Loera se convirtió en uno de los hombres más perseguidos del mundo. Estuvo 13 años prófugo hasta que fue reaprehendido el 22 de febrero de 2014 en un condominio de Mazatlán Sinaloa, por elementos de la Marina mexicana, luego de eludirlos por varios días por un sistema de túneles.

De inmediato fue recluido en otra cárcel de máxima seguridad, la del Altiplano, ubicado en Almoloya, Estado de México, en donde según las autoridades, estaba aislado y era vigilado día y noche a través de cámaras de seguridad, sin embargo, tras permanecer preso durante más de un año, el sábado 11 de julio de 2015, el narcotraficante escapó de la cárcel a través de un túnel de un kilómetro y medio de largo, desde el baño de su celda, hasta un terreno aledaño al penal. El túnel estaba iluminado y contaba con unas vías por las que habría escapado rápidamente a través de una motocicleta conducida por un ayudante.

“El Chapo” fue recapturado en la ciudad de Los Mochis, Sinaloa, el 8 de enero de 2016 y rápidamente fue transferido a otro penal en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, país al que fue extraditado y sentenciado a cadena perpetua.

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