Seis minutos y medio

Los pedidos de justicia y de igualdad de derechos que hoy se reclaman en todo el territorio norteamericano, no alcanzarán para erradicar la necesidad de poder en el ser humano

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(Foto: cortesía)
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En una misma semana, Estados Unidos mostro lo mejor y lo peor del ser humano. Lo que somos y lo que podemos lograr, tanto para bien como para mal. En esta semana, los norteamericanos colocaron la mirada en lo más alto y en lo más bajo. Por un lado, conquistando nuevamente los cielos, pusieron a dos astronautas en órbita y por el otro, enviaron bajo tierra a George Floyd. Representando los grandes contrastes humanos, que van desde las conquistas del hombre a la barbarie humana. Dos hechos que quedarán en la historia de ese país y en la retina de muchos de nosotros como símbolos de cuán lejos podemos llegar y cuanto bien o mal podemos generar.

¿Alguna vez se preguntó qué nos hace ser como somos? ¿Qué hace que una persona se levante por la mañana y esté dispuesta a dar lo mejor de sí para salir adelante y ayudar a los otros y otra persona se levante y abuse de su autoridad, matando sin necesidad ni causa que lo justifique?

A mi entender hay varias razones. Una de ellas está basada en las grandes diferencias que tenemos entre unos y otros. Cada uno de nosotros tomamos del mundo solo aquello que nos parece útil y que coincide con nuestra visión de las cosas. Somos arbitrarios y selectivos en nuestras apreciaciones. Armamos el mundo a nuestra medida y lo que no encaja con nuestras creencias, no solo no nos sirve, sino que lo desechamos.

La otra razón es que tenemos una inagotable necesidad de sentirnos superiores a los otros, de vernos poderosos, de sentir que podemos cambiar el destino de los demás. Se trata entonces de poder y más poder. El ejercicio del poder nos hace sentirnos fuertes, invencibles, arrogantes, superiores e irresistibles ante nuestros ojos y los de los demás. La posibilidad de sentirse y verse por sobre los otros, ofrece para muchos, una sensación de superioridad que, con el tiempo, se vuelve insaciable.

Pero, por otro lado, debemos tener en cuenta que hay situaciones donde las emociones toman el control de nuestros actos. Cuando son muy intensas, quedamos literalmente atrapados por ella. Hay un periodo entre la aparición de la emoción y la posibilidad de tener algún control sobre la emoción que puede durar hasta un máximo de 90 segundos. Tiempo en el cuál su poder se vuelve esclavizante. Durante esos segundos, no estamos en condiciones de incorporar nueva información, o en el caso de hacerlo, la interpretamos mal y sólo podemos tomar en cuenta aquellos datos que corroboran la emoción que estamos sintiendo. En esos pocos segundos, las emociones toman el control y no podemos razonar correctamente.

Un máximo de 90 segundos. Derek Chauvin, oficial de la policía de Minnesota, tuvo su rodilla presionando el cuello de George Floyd e impidiendo su respiración durante más de 8 minutos. Tuvo 6 minutos y medio para reflexionar, para deponer su actitud y permitirle respirar a Floyd. Pero no lo hizo. Basta con mirar el video para ver la calma y la determinación de sus actos. Hablando con su compañero y con una de sus manos puestas en el bolsillo del pantalón, como si estuviera en una charla informal, mientras Floyd le decía que no podía respirar.

¿Por qué no se detuvo? ¿Qué le permitió continuar con la misma actitud? Derek Chauvin disfrutaba lo que estaba haciendo. Disfrutaba sentirse fuerte, potente, seguro y decidido, mientras sus compañeros apreciaban su acto de poder. Un uniforme y una rodilla aplastando el cuello de una persona, pueden ser suficientes para sentirse más y mejor.

Los pedidos de justicia y de igualdad de derechos que hoy se reclaman en todo el territorio norteamericano, no alcanzarán para erradicar la necesidad de poder en el ser humano. Doblegar nuestros instintos y nuestras miserias requiere de un esfuerzo mucho mayor. No importa cuántas veces orbitemos el planeta. Ninguna conquista será suficiente hasta que no pongamos por encima de cualquier diferencia, el cuidado de la vida propia y ajena.

Ejercer la autoridad respetando a quien no la tiene, sigue siendo uno de los mayores desafíos que tenemos como especie.

*Psicóloga y escritora

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio