OPINIÓN: El ticket al paraíso y la gran estafa

Algunos especialistas sostienen que la puerta de entrada a las adicciones son la curiosidad, la debilidad o la presión social. A esas tres causas yo le agrego el malestar emocional

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(Foto: cortesía)
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El sufrimiento y el placer son intrínsecos a la condición de estar vivos. Ninguna persona puede librarse por completo de ellos. ¿A quién de nosotros no le gustaría alcanzar un estado permanente de bienestar, estar libre de conflictos y de emociones desagradables? Pero la vida no funciona de esa manera, es una mezcla de buenos y malos momentos y por eso, tenemos que aprender a luchar y a enfrentar los malestares, las frustraciones, las dificultades que se nos presentan y buscar la forma de resolverlos para encontrar un equilibrio emocional que nos permita disfrutar de la vida.

En ocasiones no encontramos fácilmente el camino y la insatisfacción que experimentamos se mantiene más tiempo del que estamos dispuestos a soportar. Es ahí donde la voluntad, la determinación y las ganas de resolver lo que nos sucede pueden flaquear y quitarnos la fuerza que necesitamos para sortear los malos momentos. Para algunos esas situaciones se tornan insostenibles y encuentran en las drogas el mejor atajo para aliviar sus penas. Un atajo que, al comienzo se muestra como una opción para sentirse bien.

No hay persona adicta que no sepa que la droga hace mal, cualquiera sea ésta. Juego, sexo, internet, alcohol, cocaína, marihuana, etc. y que una vez instalada la adicción se pierde el control. Quedan sometidos y atrapados en la adicción y la falta de ese “encantador placer” comienza a provocar una serie de síntomas y sensaciones desagradables que llevan a la necesidad imperiosa de volver a consumir acompañada de un deseo irrefrenable de hacerlo. De esa manera el círculo del consumo se instala.

Algunos especialistas sostienen que la puerta de entrada a las adicciones son la curiosidad, la debilidad o la presión social. A esas tres causas yo le agrego el malestar emocional que, cuando se mantiene de manera constante, puede tentarnos a buscar una forma rápida de sacarlo de encima. Y ahí aparece la droga para darnos el “efecto inmediato” que necesitamos para calmarnos.

Las puertas de entrada a las drogas pueden ser muchas y variadas, pero a mi entender, su éxito está garantizado gracias a que los seres humanos tenemos una fuerte tendencia a buscar el placer, a rechazar el malestar y a encontrar un alivio rápido a nuestras penas. Las sustancias adictivas cumplen con todos esos requisitos y están siempre esperándonos, apostadas en primera fila, levantando la mano, ofreciéndonos el paraíso y dispuestas a darnos en forma inmediata, unos cuantos momentos de intenso bienestar.

Todas las adicciones, sin importar de cual se trate, nos ofrecen llevarnos de viaje a un paraíso artificial garantizándonos durante un breve lapso la desaparición de todos nuestros malestares. A cambio y como pago de este “maravilloso viaje” se apoderan de las facultades mentales que nos definen como personas, nos quitan la voluntad, la determinación y la decisión, no hacen vernos miserables, dependientes y alejados de toda posibilidad de autocontrol, algo imprescindible a la hora de querer tomar el mando de nuestras vidas.

Las drogas jamás nos llevan a donde queremos llegar, los objetivos se pierden en el camino. Son vías directas a la destrucción, a la aniquilación de la autoestima, al bochorno social y a la denigración de uno mismo.

Un alto precio a pagar que, en muchas ocasiones, la debilidad humana termina por elegirlo y nos tienta a comprar un ticket al paraíso prometido.

*Psicóloga y escritora

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio