El movimiento #MeToo, que sacudió a Hollywood en octubre de 2017, resurgió en Instagram con una ola de denuncias de acoso contra gurús del yoga.
El 19 de noviembre, Netflix estrenó un documental sobre Bikram Choudhury, un maestro de yoga denunciado por violar y abusar sexualmente de sus alumnas y que huyó de la justicia estadounidense.
El documental hizo explotar el tema en la plataforma de Instagram, tal y como ocurrió hace un año, cuando Rachel Brathen preguntó a los seguidores de su cuenta yoga_girl si alguna vez habían “experimentado una situación #MeToo” durante una clase de yoga.
La respuesta fue impresionante. Por mensajes directos, Brathen recibió cientos de testimonios de mujeres que afirmaron ser víctimas de algunos maestros de yoga, quienes desde su lugar de poder, las habían “acosado sexualmente”.
Las más de 300 denuncias quedaron concentradas en el blog de YogaGirl. Son historias de tocamientos inapropiados durante una clase, propuestas indecorosas al final de la sesión, besos forzados durante clases privadas y asaltos sexuales en las mesas de masaje post-yoga.
El yoga es un conjunto de técnicas de concentración que se practican para conseguir un mayor control físico y mental. Mientras los alumnos buscan en el yoga una dosis de “perfección espiritual” y “estado beatífico”, destacados gurús parecen tener graves problemas éticos y conductas ilegales.
Así es como el yoga se convirtió en el más reciente campo de batalla del movimiento #MeToo y se multiplican las impactantes historias de mujeres que fueron agredidas sexualmente, a la mitad de la clase y frente a la mirada de otros.
Durante las clases, no siempre resulta fácil adoptar la postura correcta y resulta común la intervención del yogi para conseguir los estiramientos de músculos adecuados, la firmeza de la columna y la colocación correcta de las extremidades para resistir durante más tiempo.
El problema, señalan las denunciantes, es que los instructores rebasan la línea de la asistencia profesional y utilizan como pretexto los problemas de flexibilidad y resistencia corporal de algunos alumnos, para abusarlos mientras intentan sostener la postura de la montaña (Tadasana), de la silla (Utkatasana), la pinza de pie (Uttanasana) y la postura del perro hacia abajo (Adho Mukha Svanasana), entre otras.
Los tocamientos durante la clase se volvieron cada vez más inapropiados. Un día en la posición de Savasana se sentó sobre mi cabeza y me pasó las manos por el sujetador y agarró mis senos. Estaba incómoda, asustada y no sabía qué hacer. Pensé: ¿Quizás esto es sólo yoga? así que no dije nada. Después de la clase, me fui tan rápido como pude porque estaba muy incómoda
La mayoría de los testimonios no incluye el nombre los agresores. La propia Rachel Brathen reveló que tras consultar con un abogado, determinó publicar en su sitio web las denuncias y testimonios, respetando el texto original de sus autores, pero sin incluir los nombres de los instructores que incurrieron en abusos, ni los lugares de entrenamiento.
La primera noche de un retiro de yoga, me llevó a su habitación. Pensé que íbamos a meditar, pero comenzó a tocarme y besarme. Se me cayó el corazón y me congelé por completo. Me preguntó si alguna vez pensé en él. No respondí Él simplemente siguió adelante. Estaba desnudo encima de mí cuando una mujer mayor comenzó a llamar a su puerta. Ella sabía lo que estaba haciendo. La peor parte de esta historia es que no hice nada. Me dijo que no dijera nada, así que no lo hice. Lo tragué y pensé: si tengo que lidiar con esto para lograr más paz y felicidad, que así sea. Fui entrenada por él para pensar que él era la clave
La industria del yoga tiene varias décadas de crecimiento, pero los mismos instructores reconocen que falta regular la práctica, para evitar que las asistencias se conviertan en tocamientos inapropiados y en agresiones sexuales contra los alumnos.
Rachel Brathen es profesora de yoga moderno y autora del libro Yoga Girl, que se convirtió en un best-seller. Fundó un estudio de yoga llamado Island Yoga Aruba, donde reside desde hace ya varios años. La Revista Forbes la incluyó en la lista de los influencers más destacados, con más de 2.1 millones de seguidores en Instagram. Cada una de sus publicaciones en esa plataforma social pueden costar hasta USD 25,000.
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