Omar Romay y la década del '70: "En el momento en que te dicen que te van a liberar de un secuestro es cuando más sentís que te van a matar"

El productor teatral y televisivo relata un secuestro de 19 días del que fue víctima antes del golpe Estado de 1976. Sus años de juventud entre el incendio al teatro de su padre Alejandro Romay en el preestreno de Jesucristo Superstar y la muerte de su compañero de clases en la noche de la liberación de presos políticos. “Los setenta están escondidos debajo de la alfombra”, dice

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Omar Romay (Fotos: Lihue Althabe)
Omar Romay (Fotos: Lihue Althabe)

—¿Cómo fue tu experiencia en los años setenta frente a la militancia, la violencia que se estaba gestando en el país? ¿Cómo la percibías?

—Hice el secundario en el Colegio Carlos Pellegrini. Era un ámbito donde estaba representada la clase alta, media y clase media baja. Procedían de familias que intentaban superarse y que entendían que la educación era un buen transporte para acceder a una mejor posición económica o social. Y en ese 'zoológico', siendo el hijo de Alejandro Romay, yo no era invisible. Lo primero que me hicieron sentir mis compañeros, cuando ingresé, era 'vos, por tus orígenes, tenés un punto de partida distinto al nuestro. Tenés una ventaja competitiva, que es injusta'. Esa fue la primera imagen que tuve cuando entré en 1968. Y después, con la llegada de Cámpora al poder algunos compañeros de colegio empezaron a movilizarse, a activar en algunas organizaciones. Hablaban de trotskismo, yo no conocía exactamente a Trotski, se empezó a escuchar la palabra "Montoneros". El primer contacto duro con la violencia en el Pellegrini lo experimenté con un chico que se llamaba Carlos Sfeir, compañero en quinto año. El día que se determinó la liberación de los presos políticos, fue a Devoto como quien va a un boliche a bailar con amigos, decidieron ir a ver. El lunes cuando llegué al colegio me enteré que Carlos estaba muerto. Es uno de los chicos que murió esa noche. Habíamos estado preparando matemáticas juntos, él venía a mi casa, yo iba a la suya, y la sorpresa del Pellegrini fue el entierro de Carlos Sfeir con una bandera arriba del cajón. El secuestro del cuerpo de Carlos Sfeir, de su familia y de sus amigos, a través de una organización guerrillera, fue algo que nos sorprendió, nos chocó. Nosotros no teníamos ninguna noticia de que fuera un militante. Carlos no era un chico ideológicamente cargado. Había otros chicos en la división que sí hablaban de trotskismo, de conceptos filosóficos o sociales, pero él no tenía esa expresión en el aula. Creo que se apoderaron de su cuerpo como símbolo de un cambio que se intentaba producir, y entonces les servía, les era funcional. En el aula su muerte impactó mucho.

—¿Qué hacía tu papá, Alejandro Romay, en ese año 1973?

—Papá hacía teatro, que también fue otro hito de violencia significativo. Él venía de dos éxitos enormes, El violinista sobre el tejado, en el teatro Astral, que duró dos años, y otro musical Hair, que contaba el movimiento hippie en Estados Unidos. Pero en 1973 su apuesta fue Jesucristo Superstar. Pero terminó una noche en que yo recibí un llamado de alguien que no se identificó y sólo expresó "bombas", "bombas", "bombas". A la mañana siguiente nos despertamos con la noticia de que habían incendiado el Teatro Argentino, que todavía no se había estrenado la obra.

—¿Esto cuando fue?

—En mayo de 1973. Todavía estaba Lanusse en el gobierno.

—¿Fue un hecho inesperado para tu papá?

—No. Hair había tenido el problema que a la "tribu" (actores) cada dos por tres los metían presos por consumo de marihuana. El elenco se había metido en el espíritu hippie y me acuerdo que mi papá continuamente iba a sacarlos a distintas comisarías. Hasta que se cansó y cuando terminó el primer año decidió profesionalizar el elenco. Hizo un casting con actores que no eran hippies, pero podían actuar de hippies, y ahí incorporó a Valeria Lynch, que representaba una 'chica sana' para el concepto de la época. El "Negro" (Rubén) Rada no me acuerdo si estuvo en el primero o segundo elenco. Hair era una apuesta brava, pero Jesucristo Superstar era una apuesta aún mayor. Tanto temía papá que algo podría pasar que buscó socios dentro de la iglesia argentina. Se acercó a monseñor (Antonio) Quarracino, obispo de Buenos Aires, un músico extraordinario que amaba la ópera y le propuso hacer juntos la adaptación de las canciones y el texto de Jesucristo Superstar. Y la hicieron. Fue su manera de asegurarse de que la iglesia no se opondría y la obra se estrenara sin problemas. Después organizó el preestreno del musical sólo para la iglesia, con curas y obispos de todas las tendencias, con una lista armada por Quarracino. Y al final ellos fueron los únicos que vieron la obra la vieron, porque unas horas después, incendiaron el teatro.

—¿Cómo fue?

—Después del preestreno, cerca de las dos de la mañana, entró un grupo comando y secuestró a los dos directores americanos y a los iluminadores, que estaban haciendo la puesta técnica. Los encerraron en una oficina en el frente del teatro y pusieron las bombas incendiarias en el escenario. Y una vez que empezó a prender fuego, liberaron a los secuestrados. Fue una destrucción total.

Imagen del Teatro Argentino incendiado
Imagen del Teatro Argentino incendiado

—¿No había custodia policial?

—Creo que se había pedido, pero por algún motivo fueron a tomar un café. Las cosas que pasan en la Argentina. Los americanos no entendían nada. En Estados Unidos la obra había sido un éxito extraordinario. Incluso ahora la cadena NBC la volvió a representar en Semana Santa. Evidentemente hubo un sector de la iglesia argentina que no podía tolerar que Jesucristo estuviera representado por un ser humano y mucho menos en un escenario.

—¿Alguna organización firmó el ataque? ¿La investigación dio algún resultado?

—Hubo rumores sobre el padre (Julio) Meinvielle. Ese nombre sonó. Meinvielle era un agitador. Él había dado un discurso en el Colegio San Agustín unos días antes al atentado en el que se había expresado a favor del uso de la violencia para evitar el estreno de Jesucristo Superstar. Y pocos después, en julio, papá reinauguró otro teatro, el Teatro Nacional, y en un tono sarmientino dijo 'las ideas no se matan, brutos', porque entendía el teatro como un espacio de absoluta libertad y tenía la convicción que la violencia no podría jamás acallar las voces de los actores, las ideas de los creadores. Y en forma coincidente a su discurso Meinvielle sufrió un accidente a pocas cuadras, en la avenida 9 de julio y murió pocos días después.

—Tu papá era dueño de Canal 9. ¿Cómo veías la televisión en esa transición entre el poder de los militares y el peronismo?

—La mejor televisión que supimos hacer fue desde el 68-69 hasta el 72-73. Había tres empresarios muy capaces que se jugaban todos los recursos materiales que tenían: Héctor García en el 11, Goar Mestre en el 13 y papá en el 9. Cada uno empleaba mil personas, había una cantidad de autores, directores… creo que nunca hubo tanta gente de la cultura participando en televisión como aquellos años. Había grandes programas periodísticos también. En canal 9 recuerdo Derecho a Replica, con Neustadt y Blackie, y un panel de 12 periodistas muy talentosos. Y traían a un invitado al que lo acribillaban a preguntas.

—¿Cómo era la relación de tu papá con la política?

—Mi papá siempre fue radical, cercano a Balbín, Troccoli, Enrique Vanoli, a don Lucio Racedo, toda gente que murió en la pobreza. En algún momento se sintió cerca de Oscar Alende. Pero como empresario sentía la necesidad de operar medios de comunicación que expresaran todas las opiniones. Marco sólo un hecho. En 1958 la Revolución Libertadora le otorgó la licencia de Radio Libertad y él empleó a una cantidad profesionales y periodistas peronistas en la radio. Por eso un día lo vinieron a buscar y lo metieron preso. Pidió hablar con el general Aramburu. Aramburu lo recibió y mi papá le dijo: 'Hemos vivido las listas negras del peronismo. Las personas que no pensaban como el gobierno no podían trabajar en los medios. ¿Es esta la situación de la Revolución Libertadora?'. Y Aramburu le dijo que no, que podían trabajar. Lo dejaron libre, volvió a la radio y el grupo de peronistas pudo volver a trabajar.

Alejandro Romay
Alejandro Romay

—¿Y cuál fue la relación que tuvo con Perón?

—Él consiguió un reportaje en Puerta de Hierro en 1972, muy cerca de la fecha de su cumpleaños (8 de octubre). Antes de viajar, le preguntó a (Edgardo) Sajón, secretario de prensa de Lanusse, si el gobierno no se opondría a la emisión del programa. Le dijeron que no. El que recibe a papá en Madrid fue López Rega y le dijo que para verlo a Perón tenía que dejar un cheque de 50 mil dólares. Y papá se lo pide a un amigo con el que había viajado, le hace un cheque, y se lo entrega a López Rega, que le facilita la entrada. Después le hizo un reportaje a Perón en el que Perón le preguntó mil cosas, quiénes podrían ser el candidato si él no volvía, mientras Isabelita caminando por los jardines intentaba convencer a mi mamá de que visitara el cadáver de Evita, que estaba en el primer piso. Mi mamá no quería…. Mi papá le habló muy bien de sus amigos, que los conocía, Taiana, Matera, Cafiero, Rucci, Gelbard. Y cuando regresa de Madrid, lo detienen en el aeropuerto y lo llevan a un cuarto y lo interroga un coronel, creo que era el coronel Herrera, que quería saber si en el reportaje le habían pedido dinero. Mi papá dijo que sí. Lo que lo sorprendió es que el militar le mostró una fotocopia del cheque y le dijo, 'Romay se salvó porque dijo la verdad' Nunca supo cómo le llegó el cheque. Pero papá tenía buena relación con Perón. De hecho, cuando Perón regresó fue a Canal 9 para un largo reportaje. Y sin que mi papá fuera peronista, Perón privilegió el 9 cuando lo lógico hubiera sido el 11, porque García, que también era dueño de Crónica, tenía una tradición relacionada con el movimiento obrero y Perón.

—Pocas semanas después de que muere Perón, el Estado interviene los canales, entre ellos Canal 9.

—Sí. La toma se hizo con gente armada. Nos sacaron de las oficinas. Había una lista de personas que se tenían que ir. Papá sabía que se venía. Estaban conversando la renovación de las licencias cuando el Estado se hizo cargo de los canales. En ese momento yo era productor de Sábados Continuados, un programa que iba de la 1 de la tarde a las 9 de la noche. Mi papá siguió produciendo teatro y yo fui a trabajar como jefe de prensa del Teatro Nacional, mientras estudiaba Derecho en la UBA.

—¿Cómo era tu visión del país en ese momento?

—Yo vivía con mi viejo en avenida del Libertador y Godoy Cruz. No tenía conciencia clara de lo que ocurría en la Argentina. Veía las tapas de los diarios, sabía que estaban pasando cosas, pero muchas veces en momentos muy violentos, la gente para seguir viviendo escoge el mecanismo de la negación. Es algo mental. Como una manera de decir, 'todo lo que está pasando a mí no me pasa'. Hasta que me secuestraron a mí.

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—¿Cómo ocurrió?

—Fue el 2 de diciembre de 1975. Cuando dejé a mi novia en su casa, cerca del Abasto, y retomé la calle Ecuador, doblé por avenida Córdoba y me cruzaron un auto, un Chevrolet amarillo, y vino gente armada que se identificó como policías y me dijeron que me tenían que llevar a la comisaría. Yo no estaba preparado para enfrentar ese momento. Me subieron al auto de ellos, confirmaron mi identidad, me tiraron al piso, me encadenaron, me vendaron los ojos. Y aparecí en una casa, que aparentemente estaba en la zona, ahí pasé una noche y después me trasladaron a Monte Grande, en la provincia de Buenos Aires y luego a otra casa, en Ituzaingó. Ellos se identificaron como montoneros, pero a mí no me parecía. Pensaba que eran criminales comunes, aunque nunca supimos quiénes fueron. Yo estaba encadenado y vendado, y me habían dado una radio. Y estaba todo el día pegado a la radio. El programa del que más disfrutaba era el de Julio Lagos, que contaba historias de esperanzas, de argentinos que iban a Salta a trabajar con los indios, o que hacían cosas por la comunidad. A mí me llenó de ilusión ese programa y me sostuvo durante los diecinueve días que estuve secuestrado.

—¿Los secuestradores te hacían un interrogatorio ideológico, económico…?

—Era económico. La pregunta era: 'qué tiene tu viejo, cuáles son sus activos, dónde tiene la plata'. La intención de ellos era saber de cuánto disponía mi viejo para pagar mi rescate.

—¿El secuestro se publicó en los diarios?

—Los secuestradores le exigieron que no lo hiciera público y papá pudo conseguir que la noticia no se publicara, hasta que salió en La Razón de la tarde, salió como un rumor de 3 ó 4 líneas, en la contratapa. Habrá sido el 15 de diciembre. Esto generó una pelea durísima de papá con (Félix) Laiño, que era el editor del diario. Lo fue a increpar a su oficina, porque entendía que la publicación podía comprometer mi vida. Y a partir de ahí Laiño frenó y no se publicó más.

—Estuviste 19 días secuestrado. Se me ocurre preguntarte por qué tantos días.

—No sé. En esa época, cada día, había muchos. Y el negocio del secuestro, estaba distribuido en distintos procesos. Había un proceso, según me contaron después, que estaba relacionado con los sindicatos. Aparentemente había una autorización para que cada sindicato pudiera secuestrar una persona de su rubro, de su sector, hasta por 30 días de plazo, y hacer el mayor dinero posible. Entonces estaban los sindicatos aparentemente secuestrando, para hacerse de recursos, autorizados de alguna manera por alguien. Y había otro grupo relacionado con el gobernador de la provincia de Buenos Aires, (Victorio) Calabró, que estaba resistiendo, lo querían destituir, y aparentemente para sostenerse en el poder autorizó a las comisarías de la provincia a secuestrar a alguna persona en su jurisdicción, para hacerse de dinero, por un plazo de 30 días también. Y estos secuestros eran una forma de entregar sobresueldos a las comisarías, para que lo sostuvieran a él en el gobierno. Esto me lo explicaron a mí después del secuestro. Habría que corroborarlas. Pero me dijeron que estaban esas dos fuentes, una del ámbito sindical y otra del policial, con la autorización de la gobernación, que fueron las dos fuerzas propulsoras de los secuestros del año 1975.

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—Tu caso es coincidente con el de José Scioli –hermano del ex gobernador Scioli-, que también fue secuestrado en esa época. Y tu papá era socio de Scioli padre en una cadena de electrodomésticos.

—Correcto. Papá era socio de Héctor Pérez Pícaro y de José Scioli. Y a su hijo José, 'Josecito', lo secuestraron un mes antes que a mí. Y de hecho cuando me secuestraron a mí, papá le consultó a José Scioli y él lo derivó al grupo que lo había asesorado en el manejo del secuestro de su hijo. 'Josecito' y yo tuvimos el mismo grupo asesor en la negociación.

—¿Cómo te liberaron?

—Fue el 21 de diciembre, en el momento del levantamiento del brigadier Capellini, que yo escuchaba por radio y suponía que podría ser una oportunidad para liberarme. Papá arregló y me dejan libre el 22 en la madrugada en Ituzaingó

—¿Que pensabas durante tu secuestro?

—Entendí que dentro de la pirámide de valores, el más importante era la vida.

—¿Pensabas que te iban a matar?

—Sí, todo el tiempo. Eran amenazas continuas. 'Esta noche te fusilamos, tu viejo no nos da lo que queremos'. Y apenas me liberaron intenté convencer a mi familia de irnos del país, pero que fracasé. Papá me dijo, 'yo conocí los ojos tristes de mi abuelo que conoció la emigración y nunca pudo olvidar su pueblo natal. Yo no quiero para la familia esos ojos tristes del abuelo. Esta es Argentina y yo no me voy'. Me lo dijo en un hotel en Villa Gessell, en la Navidad del 75. Estábamos los dos acostados en la cama. Ahí tomé la decisión con mi novia de casarnos e irnos a vivir a Uruguay. Nos fuimos en marzo de 1976. Después a un tío de ella, en una operación, le inyectaron sangre hepatítica y murió de hepatitis a los 39 años. Eso me hizo pensar que la muerte podría venir en cualquier momento, por cualquier razón, no importaba dónde estuviera. Y si iba a vivir un mes, un año o cien años, tenía que estar con los míos. Entonces volvimos a Buenos Aires en noviembre del ´76. El secuestro me dejó estas dos cosas: la vida como valor fundamental y la importancia de preservarla, y por el otro, la importancia de vivir con los seres que uno quiere. Después del secuestro muchas veces pensaba que no sería posible armonizar estas dos pulsiones, y tenía que elegir entre una y otra.

—¿Hubo alguna investigación judicial a partir de tu secuestro?

—Como le sucede a mucha gente que es víctima de violencia, por desconfianza con las autoridades, lo que hace es dar vuelta la página y olvidar. No acciona judicialmente. Y a mí me sucedió lo mismo.

—Mencionaste que estuviste secuestrado en Monte Grande. ¿Cómo lo supiste?

—Tuve claridad de que estaba en Monte Grande por el cantante español José Luis Perales. Él en esa época iba a actuar en un boliche, supongo que era un boliche, que se llamaba Los Manantiales. Había un auto con un parlante que lo anunciaba constantemente. 'José Luis Perales en Los Manantiales de Monte Grande'. Y pasaba la canción… 'Y cómo es el, en qué lugar se enamoró de ti…'. Y yo imaginaba mi fusilamiento durante el secuestro y a mi novia casándose con otro. Me caía justo para el drama que estaba viviendo. Mi sensación era que me iba a morir y no había podido agradecer a mis viejos esos 19 años que me permitieron vivir. No había podido concretar el matrimonio con mi novia, los hijos que soñábamos juntos… Y Perales me atravesaba en ese lugar emocional, que me partía. Y lo tenía que escuchar cincuenta veces por día, porque el auto pasaba constantemente. Lloraba mucho. Y de imaginar la muerte pasaba a construir poesía que sabía que nunca iba a poder escribir. La hipersensibilidad del momento me traía pensamientos que nunca había experimentado en mi vida, que me parecían extraordinarios desde el punto de vista literario, pero no podía escribir, porque no tenía lápiz y papel, y que yo sabía que terminada la hipersensibilidad, desaparecerían. Consciente de mi muerte, me sentía en el momento más brillante de mi capacidad expresiva, ideas bellísimas. Era un manantial, una catarata, con una claridad que a mí me dejó una huella de sensibilidad. Cuando hacía mis telenovelas aprendí a volver a ese lugar, a esa percepción sensible que me había dejado el secuestro.

—¿Nunca quisiste buscar el lugar donde estuviste secuestrado?

—Sí, en enero de 1976, fui con esos dos tipos que asesoraron a José Scioli y a papá, que eran policías. Un día me llevaron a la comisaría de Santa Fe y Gurruchaga, en Palermo, y ahí me pusieron una peluca, bigotes, y me llevaron a Monte Grande. Me acuerdo que ellos salieron a buscar la casa, me dejaron solo en el auto, me dieron una pistola y me dijeron, 'si se te acerca alguien, dispará'. Yo nunca había tenido un arma en la mano. Y después fuimos a Ituzaingó a reconocer el lugar donde me liberaron. Era una calle perpendicular a Rivadavia, a dos cuadras de la estación. En el momento en que te dicen que te van a liberar de un secuestro es cuando más sentís que te van a matar. Te dicen 'bajá, quedate de espaldas al auto y esperá cinco minutos'. Con 19 días encadenado en una cama sin caminar, bajás y te tiembla todo. Además estás temblando porque estás esperando el tiro en la espalda. Te quedás quieto, y el disparo no llega. Y escuchas el chirrido de las gomas que se distancia, y en ese momento sentís la emoción de que salvaste la vida, que sobreviviste, mezclado con el terror. Y todo se resuelve en un minuto, el minuto en que vos estás parado, y esperás. Y ese minuto es la vida o es la muerte. Hasta que pasa ese minuto y reconocés que estás vivo.

—¿Con el paso del tiempo, qué te parece que hizo el país, la sociedad argentina, con los años setenta? ¿Cómo los procesó?

—Creo que le puso un candado y una llave a esa historia y la encerró ahí. La cultura argentina enterró en algún momento todo lo que vivimos en los setenta, y por razones políticas, o de miedo, no se animó a hablar o a escribir sobre los setenta. Es una herida que por alguna razón, en vez de curarla, la cierran a la fuerza y le dejan la infección debajo. Y después, cada uno utilizó los setenta dependiendo de su ideología. Creo que los setenta están escondidos debajo de la alfombra. Y los que nacieron después, tienen una campana que no es histórica, sino ideológica. Sin duda la ideología influye, somos todos seres subjetivos. Pero yo siento ahora la necesidad de hacer un relato real de lo que ocurrió, tal como ocurrió en ese momento. Ponernos en el lugar, ver lo que pasaba, y por qué se actuaba de esa manera. No sólo interpretar los hechos desde el hoy. Tratar de hacer ese esfuerzo, posicionarse en el lugar y en la época, y humanizar a todos los personajes que participaron. Y a pesar del dolor que genera reabrir la herida, es necesario limpiarla y sanarla. Si tuviéramos la capacidad de aprender de la experiencia, podría ser muy valioso, para que los setenta no vuelvan a ocurrir. Estamos en la época de hacerlo.