Memoria y totalitarismo: cómo pensaba la filósofa Ágnes Heller

Hoy murió esta prestigiosa pensadora húngara. En esta nota, reproducimos la última entrevista que le concedió a Infobae Cultura cuando visitó Buenos Aires en octubre de 2017

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(Martín Rosenzveig)

La noticia de la muerte de la filósofa húngara Ágnes Heller generó gran tristeza en los círculos intelectuales y en sus lectores habituales. No hay dudas: fue una de las pensadoras más influyentes de nuestro tiempo y una de las últimas referentes del pensamiento marxista de la segunda mitad del siglo XX.

Nacida en 1929 en una familia judía de Budapest, su vida no fue fácil ya que perdió a su padre en Auschwitz. En cuanto a su carrera académica e intelectual fue destacada: formó parte de la Escuela de Budapest bajo la tutela del pensador marxista György Lukács y fue una férrea opositora del totalitarismo, ya sea el alemán o el soviético.

En octubre de 2017 visitó Buenos Aires. Vino a recibir un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y a dictar una serie de conferencias. En aquella ocasión, dialogó con Infobae Cultura en una entrevista que le hizo el periodista Germán Padinger. A continuación reproducimos la charla completa.

-¿Cuál diría usted que es el rostro del progreso en el siglo XXI? ¿Puede decirse que la idea misma siga existiendo?

-La idea de progreso se desarrolló en tiempos del renacimiento tardío y básicamente sólo a partir de la Revolución Francesa pensadores empezaron a hablar de progreso como algo posible. Quizás fueron Condorcet o Gotthold Lessing los primeros que hablaron de progreso como un fenómeno histórico, que todo está progresando, que tenemos una historia universal, que sufrimos un estado primitivo y fuimos avanzando más y más y que luego de algunos retrocesos y contradicciones finalmente arribamos a una sociedad justa o un mundo de paz perpetua. Eso fue desde la ilustración hasta el fin del siglo XIX, ya que Hegel e incluso Marx creían en una gran narrativa de la historia humana. Creo que esta convicción fue sacudida en el siglo XX, o al menos a su fin, de modo que hoy en el mundo actual nadie cree de una manera u otra en el progreso universal. Y esta especie de ilusión de progreso es descrita como una utopía en el sentido negativo de la palabra. La gente espera más un giro para peor que para mejor.

(Martín Rosenzveig)

¿Pero acaso no hay mucha gente que sigue actuando como si el progreso existiera?

-Bueno, eso es diferente, no es un progreso universal. Ellos creen que en su país, en su tiempo y en su medio ambiente pueden mejorar su situación. La idea de mejora, que no es de la humanidad en sí misma, está en la agenda, pocos lo creen pero algunos están luchando por esta idea, y sí lo creen y les da sentido a sus vidas. La visión de progreso está desapareciendo, pero la visión de que en nuestro lugar podemos alcanzar un mejora para nosotros y nuestros hijos, eso no se perdió.

-¿Cuál cree que es el estado de las ideas de universalismo y cosmopolitismo, considerando el auge de políticas de la identidad, migraciones forzadas y su respuesta nacionalista y a veces xenófoba?

-Bueno, el cosmopolitismo es un concepto tradicional que comenzó en los tiempos romanos, significa que todos somos hijos del cosmos. Ahora en el mundo moderno, ya no creemos que seamos hijos del cosmos, o hijos de Dios, ya no es una convicción común. Pero el concepto de Derechos Humanos desarrollado a partir de la teoría del Derecho Natural en el siglo XVIII y que se convirtió en ley en las constituciones de Estados Unidos y Francia realmente tiene validez para las personas. En la constitución francesa se distinguía entre dos derechos, humanos y de ciudadanos. Los dos establecieron la cultura europea moderna y su democracia. El hecho de que nazcamos humanos con los mismos derechos, esos son los Derechos Humanos. Los derechos de los ciudadanos consisten en elegir con quién queremos vivir y la organización política que adoptamos. Así que si Derechos Humanos y derechos de los ciudadanos entran en un situación conflictiva, como ocurre quizás ahora en Europa, hay un conflicto entre las dos tradiciones europeas.

-Usted ha dicho que al aceptar que Auschwitz no puede ser representado ofrecemos un servicio a la memoria cultural para no volver a repetirlo. Ante el surgimiento de nuevos tipos de antisemitismo, ¿puede sostenerse esta idea?

-Hay una diferencia entre memoria y representación. La representación básicamente participa en el mantenimiento de la memoria pero no es idéntica a ésta. Eso quiere decir que si uno recuerda Auschwitz y se lo mantiene en la memoria, entonces hablamos de Auschwitz íntimamente como una especia de experiencia religiosa sobre el mal. Y si tienes una experiencia religiosa, nunca será olvidada. Pero eso no quiere decir que la representación sea posible, ya que algunos eventos históricos que son también religiosos no pueden ser representados. Auschwitz es más potente que cualquier representación de Auschwitz. Y si hablas de la crucifixión de Jesús, siempre será más que cualquiera de sus representaciones. Ese es el problema de Auschwitz. El antisemitismo es otra cuestión, porque fue una de las condiciones de Auschwitz, pero había más; políticas, ideológicas, entre otras.

(Martín Rosenzveig)

-Pero nunca llegó a ser tan brutal como en Auschwitz.

-No es una cuestión de brutalidad sino de continuidad. Esta clase de rechazo agresivo, violento de los judíos es muy viejo y continuo, empezó en tiempos de Roma, avanzó con el cristianismo y sigue ahora. No siempre se habló de antisemitismo sino de judeofobia o antijudaísmo. En Auschwitz llegó a ser brutal, pero en otros tiempos otros tipos de racismo fueron igualmente brutales, pero ninguno tan continuo. Protestantes y católicos se asesinaron mutuamente, mataron a la mitad de Europa [durante a Guerra de los 30 años, de 1618 a 1648]. Fue brutal pero no continuo, dejó de ocurrir.

-¿Cómo sigue ahora?

-No es más antijudaísmo porque la Iglesia Católica dejó de ser antijudía, particularmente gracias al nuevo Papa, su política en este sentido cambió. Cuando las personas odian a los judíos no los odian porque presuntamente mataron a Dios. El antisemitismo es ahora más secular, tiene que ver con dinero, envidia y chivos expiatorios. Los judíos son enemigos porque son ricos, pobres, comunistas, capitalistas. Y también hay una fuerte posición anti Israel en ciertos sectores de Europa, que dicen "Auschwitz fue terrible pero Israel hace lo mismo con los palestinos".

-Usted ha dicho que el nazismo dio preferencia a la guerra contra Dios por sobre la guerra contra sus enemigos, al deificar al hombre e intentar restaurar los viejos dioses paganos, y gastar enormes recursos en el Holocausto, que dejó de usar en sus esfuerzos bélicos. ¿Qué relación se puede establecer con grupos extremistas como Estado Islámico, que en su interpretación de la religión hace una guerra por Dios?

-Los totalitarismos tienen algo en común, siempre forman una ideología y esa ideología apunta el dedo contra un enemigo, que debe ser destruido. Las ideologías difieren, los enemigos difieren, pero la función es la misma. Con los alemanes se trataba de las razas inferiores, en la Unión Soviética el enemigo era de clase. Estos dos estados totalitarios básicamente querían también matar a Dios. Los nazis eran paganos y los soviéticos ateos. Un tercer tipo viene con la ideología del islamismo, ellos tienen un Dios especial, un Dios de su propia interpretación del Corán que apunta el dedo a sus enemigos. Todos son enemigos, israelíes, cristianos, judíos, y luchan contra ellos en el nombre de Dios, no en su contra.

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