Roberto Vargas Gutiérrez, alias Gavilán, creía que un pacto con fuerzas oscuras del más allá lo harían invisible ante los enemigos e inmune ante las balas. El sanguinario capo narco se aferraba a estas creencias con la certeza de que su vida sería duradera y llena de poder.
Desde muy joven, Gavilán acudía a una bruja que le preparaba toda clase de hechizos y pócimas. La mujer también era una suerte de guía espiritual del temido delincuente.
Sin embargo, nada de esto pudo salvarlo de la muerte. El pasado 31 de agosto, comandos de la Policía, el Ejército y la Armada abatieron al narco en una zona selvática, en los límites entre los departamentos de Antioquía y Choco.
Roberto Vargas fue el segundo al mando del Clan del Golfo, el cartel del narcotráfico más grande de Colombia.
Vargas tenía un amuleto que atesoraba como su vida y confiaba en que le ayudaba a esquivar la muerte. Todo comenzó cuando se interesó por conocer más del animal por el que era famoso en el mundo del hampa: gavilán, un ave rapaz de la familia del halcón. Este nombre le fue dado por sus preferencias sexuales con niñas menores de 15 años.
El narco le ordenó a sus subalternos que le trajeran vivo un gavilán, ya que la bruja, una señora de unos 70 años, le recomendó que si le cortaba las garras recibiría una protección sobrenatural, informa el diario El Tiempo.
Vargas le llevó las garras a la mujer, quien las disecó y celebró un rito de protección. La bruja, además, le aseguró que éstas le darían una gran potencia sexual.
A partir de ese momento, el narco cargaba siempre con ellas. La historia se convirtió en leyenda por todos los territorios que dominaba a sangre y fuego, donde la gente creía que las garras tenían poderes mágicos y que al capo lo hacían realmente invencible.
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