¿Estamos ante el declive del libro de texto en la escuela?

Por Enric Prats

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La circulación de textos expurgados podría incluso aumentar en el futuro. Eli Digital Creative / Pixabay
La circulación de textos expurgados podría incluso aumentar en el futuro. Eli Digital Creative / Pixabay

Desde hace un tiempo venimos observando una especie de oleada renovadora en educación con propuestas emergentes que pondrían patas arriba aulas y escuelas, convirtiéndolas en algo casi irreconocible. Y, paralelamente, estamos viendo cómo la tecnología digital ha venido a suplantar a lo analógico en muchas facetas de la vida, también en educación.

Todo ello podría augurar, sin más, que el libro de texto, no solo en versión impresa, estaría viviendo sus últimos estertores, como un objeto caduco, obsoleto, propio de otras épocas: algo pasado de moda. Eliminar el libro parecería un triunfo de la renovación pedagógica. Pero hay algo más.

Números que desvelan realidades distintas

En 2018, cada alumno no universitario gastaba 98 euros en libros de texto, un 12 % menos que en 2011, según cifras de la Asociación Nacional de Editores de libros y material de enseñanza (ANELE). En el mismo periodo, el número de ejemplares editados había descendido más de un 25 %, destacando los de Educación Primaria, que se habían reducido un 35 %, allí donde el gasto por alumno era más elevado (116 euros).

El dato es más demoledor para el sector cuando se comprueba que el libro de texto se lleva más de un tercio de la facturación total de libros en España, un preciso 33 %. En cambio, en Francia, la cifra es muy inferior: solo el 11 % de la facturación corresponde al libro escolar.

Y en cuanto al libro digital, que no deja de crecer en número de títulos nuevos cada año, su peso en la facturación es poco más del 3 % del conjunto de libros de texto.

Lo que resulta indudable es que en 2011 las ventas de libros de texto en España proporcionaban 868 millones de euros y que en 2018 se redujo un 8,5 %. Razones no faltarían, pues, para temer por la desaparición del libro de texto, especialmente por parte de autores, editores, distribuidores y libreros, además de correctores, asesores y una larga lista de profesionales. En corto, si se vendía tanto es que para algo servía.

Virtudes en declive

El libro de texto ha cumplido de guía a más de un docente despistado, ha desempeñado su función de herramienta de trabajo obligado para alumnos resignados y ha servido de brújula para familias inquietas y de rechazo en familias descontentas.

El profesorado se ha valido del libro de texto como hilo conductor de su tarea, donde encontraba una programación que mantenía una determinada lógica epistemológica y didáctica: los contenidos se sucedían de manera ordenada, atendiendo a criterios cognitivos, de adecuación a las edades respectivas y de organización curricular; y las actividades propuestas respondían más o menos a un enfoque valorado como óptimo.

El mercado del libro de texto en el periodo 2008-2018. (ANELE - El lbro educativo en España 2019-2020).
El mercado del libro de texto en el periodo 2008-2018. (ANELE - El lbro educativo en España 2019-2020).

La “autoridad” del libro en papel

No es menor la dosis de “autoridad” que aportaba el libro, aceptado virtualmente por alumnado y familias; una especie de oráculo empleado para arbitrar dudas: lo que ponía el libro era casi sagrado. El libro suplía, así, las carencias formativas de profesorado o familias, al que acudían para recordar aquel dato, concepto o fórmula medio olvidados y que era urgente resolver para alivio de todas las partes.

Y no sería menos importante esa función conectiva, de nexo de unión entre escuela y familias, las cuales iban conociendo y siguiendo, mediante el libro de texto, el trabajo que hijos e hijas podían estar llevando a cabo en clase.

En esta breve lista no puede olvidarse una clara función estética, un valor añadido, algo más presentable que las raídas fotocopias en blanco y negro, como aporte de calidad educativa. Y, por supuesto, un complemento económico para profesorado convertido en autores que habrían transportado al libro algún método o actividades probados en clase con sus alumnos.

No encuentra su lugar en el nuevo contexto

Pero los tiempos están cambiando. El mercado educativo actual ha devenido insaciable con propuestas emergentes que se suceden casi a diario. La innovación provoca una competición por ofrecer lo más original aunque eso pueda implicar perder los orígenes. Y, en este contexto, el libro de texto no encuentra su lugar, un objeto con obsolescencia programada demasiado vinculado a una pedagogía gris.

El libro de texto tiene fecha de caducidad y eso le resta atractivo: a la renovación exigible cada cuatro años, como establece la normativa, se le opone una realidad que alarga su validez real unos años más, lo que lo convierte en algo desgastado, casposo y deslucido.

Sin innovación y creatividad se cae en la repetición y el plagio, pero todo ello conlleva un coste económico poco o nada reconocido. Además, la mayoría de las familias entiende que la cesta destinada a materiales educativos es un gasto y no una inversión de futuro, sean libros de texto, pizarras digitales, cartulinas o plastilina.

Si el libro de texto es caro, no lo es menos el trabajo colosal que deben realizar los equipos docentes para suplirlo de alguna manera con un nivel de calidad equiparable, con una buena coordinación, en horas intempestivas y mediante recursos más bien limitados.

Así pues, las medidas de socialización de libros y el cambio defendido por las pedagogías modernas han impuesto otros centros de gravedad: el interés se traslada del contenido al alumno.

Lo que está por venir

El libro ha dejado de ser un objeto de culto, y mucho menos de cultura. Ya no se ocupa, por lo tanto, de registrar la memoria personal y mucho menos la colectiva. La fuente de autoridad ha cambiado de manos. En realidad, se ha dispersado o, en el mejor de los escenarios, se ha reconcentrado en el docente, aquel que nunca había perdido la confianza de alumnos, familias y colegas.

En el fondo, acusar al libro de texto de impedir la renovación pedagógica indica que se ha entendido más bien poco lo que significa esa renovación: no es una cuestión de forma sino de fondo; no se trata de método sino de finalidades; no se transforma la educación cambiando el color de los muebles sino la actitud de profesorado, alumnado y familias.

Seguramente, en un contexto de incertidumbres y pocas consistencias, asistimos a la configuración de un modelo educativo polifónico, con voces y soportes diversos, donde el libro podría tener una función subsidiaria de la labor docente, dentro de un repertorio de materiales organizados desde un patrón didáctico más o menos definido por equipos docentes.

El reto, para el libro de texto, es adaptarse a los vientos que llegan. En caso contrario, quizás debamos preparar, más tarde o más temprano, un funeral digno a un objeto que con sus partidarios y detractores, ha cumplido con cierta dignidad sus funciones.

Enric Prats (Profesor de Pedagogia, Universitat de Barcelona).

Originalmente publicado en The Conversation