Moscú, 28 dic (EFE).- El eco de la guerra ha sacudido a lo largo del último año a importantes instituciones culturales rusas que han sufrido cambios de dirección en medio de una confrontación paralela que divide a Rusia entre quienes apoyan esta contienda y quienes se oponen a ella.
La Galería Tretiakov, el Museo Pushkin o el Teatro Bolshói dan fe de ese pulso en el interior de la sociedad rusa, que se debate entre guerra y paz.
El célebre museo Hermitage de San Petersburgo ha sido, en cambio, la excepción que confirma la regla: su director, Mijaíl Piotrovski, de probada fidelidad al Kremlin, se mantuvo al frente de la institución tras apoyar la guerra en Ucrania.
La avalancha de sanciones dirigidas a cortar las vías de financiación de la campaña rusa en Ucrania también repercutió en los intercambios culturales con Occidente, convirtió a Rusia en un espacio cerrado para exposiciones y conciertos de creadores occidentales y puso en pie de guerra al mundo de la cultura.
La primera cabeza en rodar en la sucesión de destituciones fue la de Zelfira Tregúlova, directora de la mayor pinacoteca de Moscú, la Galería Tretiakov, cesada en febrero de este año tras duras críticas de círculos nacionalistas. cesar
Tregúlova, que encabezaba la galería desde 2015, recibió a principios de año una reprimenda del ministerio para que adecuara sus exposiciones "a los valores espirituales y morales" tradicionales después de la denuncia de un visitante del museo.
La Tretiakov recibió críticas por un cuadro sobre los islamistas que combatieron en la Guerra de Chechenia contra el ejército ruso, que sus críticos consideraron un caso de enaltecimiento del terrorismo, a las que se sumaron protestas por otra exposición, que sus detractores consideraron pornográfica.
Su reemplazo garantizaba su fidelidad a las autoridades, ya que la nueva directora, Yelena Prónicheva, es hija de un general del Servicio Federal de Seguridad (FSB), Vladímir Prónichev, que sirvió con el presidente, Vladímir Putin.
A fines de marzo, la directora del Museo Pushkin de Moscú, Marina Loshak, presentó su dimisión tras una década al frente de la institución, en respuesta a una campaña contra las actividades antirrusas en el mundo de la cultura instigada por la guerra en Ucrania.
El Museo de Bellas Artes Pushkin, que contiene tanto pinturas como esculturas en sus fondos, es una de las instituciones culturales más respetadas de Rusia.
Le sustituyó Elizaveta Lijachova, que dirigió durante seis años el Museo de Arquitectura Alexéi Schusev, un famoso arquitecto soviético.
Medio año después del comienzo de la guerra en Ucrania, diputados y senadores rusos crearon el Grupo de Investigación de Actividades Antirrusas en la Esfera de la Cultura (GRAD), a imagen y semejanza de la comisión creada por el macartismo para perseguir a los comunistas en Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
La tercera cabeza en rodar fue la del emblemático Vladímir Urin, director del célebre Teatro Bolshói, "la meca del ballet ruso", a principios de diciembre.
Aunque Urin fue revelado de su cargo "a petición propia", según informó el Gobierno, medios como la revista Forbes vincularon esta decisión con su postura crítica con la campaña militar rusa.
Urin firmó en su momento una carta abierta suscrita por unas 2.000 personalidades culturales que pedía el cese de las hostilidades.
Al igual que en los casos anteriores, fue revelado por una persona de confianza del Kremlin, el director general del Teatro Mariinski de San Petersburgo, Valeri Guerguiev.
En la antigua capital imperial rusa también cambió la dirección del célebre Museo Ruso. La viceministra de Cultura Anna Manílova sustituyó a su director, Vladímir Gúsev, al frente de la institución durante más de tres décadas.
A diferencia de los anteriores, Gúsev, que pasó a ocupar el puesto honorífico de "presidente" del museo, las autoridades vincularon su remoción a su edad avanzada.
La reconocida directora del Teatro de las Naciones de Moscú y del festival "Máscara de Oro", María Reviákina, se vio privada de ambos puestos por firmar la misma carta que Urin, que costó también sus cargos a los directores artísticos de los teatros Sovremennik, BDT y el Teatro de Cámara de Voronezh.
Pero esto es solo la punta del iceberg: numerosos escritores, cantantes y artistas rusos abandonaron Rusia tras el comienzo de la guerra, un éxodo que ha sido comparado con el exilio de más de 200 intelectuales de la Unión Soviética en 1922 a bordo de los conocidos como "Barcos de los Filósofos".