"¿Por qué nos ignoran?", claman los desplazados fuera de Tigré en Etiopía

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Desde un campamento improvisado en la región etíope del Afar para personas desplazadas por la guerra, el pastor Abdu Robso mira incrédulo los camiones con ayuda alimentaria que suben las colinas vecinas hacia el Tigré.

"¿Por qué esa comida va al Tigré y no nos alimenta a nosotros?", se pregunta el hombre de 50 años, mientras el convoy del Programa Mundial de Alimetos (PMA) recorre el camino sinuoso y polvoriento hacia el Tigré desde el puerto del vecino Yibuti, donde llega la ayuda internacional.

Decenas de hombres, mujeres y niños en el campamento de Erebti se quejan de ser ignorados mientras el mundo mira al Tigré, la región norteña arrasada por el brutal conflicto que estalló en noviembre de 2020 entre rebeldes de la zona y las fuerzas etíopes.

Los combates han disminuido desde que el gobierno y el Frente Popular de Liberación del Tigré (TPLF) declararon en marzo una tregua, pero el norte de Etiopía continúa en una grave crisis humanitaria.

En enero, Abdu y su familia abandonaron su casa en Abala, a unos 60 km del límite con Tigré, cuando el TPLF bombardeó su región.

Después de varios días de caminata y horas en un camión, llegaron a un campamento para desplazados en Afdera, a cientos de kilómetros de Erebti.

Pero luego de que el TPLF se retirara de Afar en abril, las autoridades regionales ordenaron a los desplazados volver a sus casas, con la promesa de ayudarles.

Abdu y su familia regresaron a Erebti, donde aún esperan la ayuda.

"Acatamos el llamado y aquí estamos, sin nada", se lamenta.

- "¿Qué hicimos mal?" -

Los habitantes de Erebti se refugian del sofocante calor bajo láminas de plástico instaladas entre los árboles a orillas de un lecho de río seco.

Los niños comen algo de fruta tomada de los árboles, mientras los más débiles duermen.

"Los camiones que llevan ayuda al Tigré pasan por aquí, ¿y nosotros? ¿Qué hicimos mal? También tenemos hambre", reclama Aldim Abdela, un pastor de 28 años.

Mustafa Ali Boko considera que el TPLF sabe cómo movilizar a la fuerte diáspora del Tigré y sus redes internacionales, construidas a lo largo de los 27 años que el partido dominó la política nacional, hasta la llegada al poder del primer ministro  Abiy Ahmed en 2018.

"La razón es que el Tigré tiene una dirigencia fuerte y nosotros (Afar) no", explica el hombre de 45 años, quien se queja de la "discriminación" de la comunidad internacional.

En Erebti, dice, "la gente no tiene medicamentos (...) no tienen comida ni agua".

Sin embargo, el director del PMA para Etiopía, Claude Jibidar, insiste en que la organización "ha entregado continuamente alimento a la región de Afar".

En todo el norte de Etiopía, más de 13 millones de personas necesitan ayuda alimentaria, según la ONU.

En julio, la agencia humanitaria de Naciones Unidas, OCHA, dijo que la situación de Afar continúa siendo "difícil, con niveles alarmantes de inseguridad alimentaria y desnutrición" debido a la sequía, el conflicto y el consiguiente desplazamiento.

La australiana Valerie Browning, de ADPA, que ha vivido en la región 33 años, dice que nunca ha visto condiciones tan extremas.

"Nadie en Afar quiere que la gente de Tigré pase hambre, pero el mundo, la gente del Tigré y el gobierno de Etiopía tampoco deberían querer que el Afar pase hambre (...) y lo triste es que eso está ocurriendo", asegura.

- 'Toda la ciudad saqueada' -

La población de Erebti ve imposible regresar a Abala. Se ha convertido en una ciudad fantasma, abandonada por sus residentes y con todas las tiendas vacías, según pudieron comprobar in situ periodistas de AFP.

"Fui a Abala y vi que habían quemado mi casa. Todas las casas habían ardido", afirma Ali Boko. "Nuestras casas han sido destruidas y nuestro castillo ha desaparecido", lamenta.

"Todo el pueblo ha sido saqueado", agrega Abdu Robso.

El hospital de la ciudad también ha sido destrozado, sus puertas y ventanas, destruidas, y los saqueadores se han llevado los equipos médicos, tales como dispositivos de reanimación, rayos X, incubadoras, camas y colchones. Solo una docena de familias han regresado.

Ali Mohammed explica que su hija resultó herida en los combates, por lo que no pudo llegar muy lejos. "Las condiciones son muy duras. La harina está llena de gorgojos. La tamizamos, pero cuando la comemos sabe agria. No tenemos aceite, ni cebollas, comemos berbere (una mezcla de especias local) mezclada con agua (...) "Aquí vivimos con monos y perros callejeros".

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