Recién huidos de Ucrania y soñando ya con poder volver

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Con solo 15 años, Arsen acaba de pisar suelo moldavo, pero ya espera volver a su país natal, Ucrania, del que ha huido tras "tres o cuatro días de terror, escondido en el subsuelo de un edificio".

"Hay que terminar con esta pesadilla", dice su madre Irina, con lágrimas en los ojos, que tiembla por el viento gélido que sopla en el puesto fronterizo de Palanca (este de Moldavia). Pero más que el frío, la atormenta el miedo.

"La situación en Ucrania se degrada. Es por eso que tuve que tomar esta decisión difícil y marchar", dice esta profesora de 40 años, con sus dos pequeños perros en brazos y cubiertos en mantas.

- Una vida en una maleta -

La mujer, que prefiere no dar su apellido, puso en una maleta "documentos y alguna ropa" para sus dos hijos adolescentes, dejando atrás a su madre. Ella "no quiso dejar Odesa, porque demasiadas cosas la atan" a esta ciudad portuaria en el mar Negro, a unos 40 km de Palanca.

"Escuchábamos los bombardeos, los misiles", recuerda Arsen, que no ha disparado un tiro en Ucrania y que quiere ser un día "marinero", como su padre actualmente embarcado en Argentina.

En la noche del martes al miércoles, el sonido de aviones volando cerca de la frontera se podía escuchar en Palanca, donde el flujo de refugiados no decae.

En la estrecha carretera que lleva al puesto fronterizo, escoltada por voluntarios que distribuyen té, café y tentempiés, se ha formado un atasco poco antes de medianoche, entre vehículos que van a buscar refugiados y aquellos que dejan el lugar.

El presidente ruso Vladimir "Putin es un monstruo, dice que quiere ayudar a los ucranianos, pero yo no necesito su ayuda", se queja Irina. "Aunque hablo ruso desde mi infancia, yo soy ucraniana", afirma con orgullo.

- "Queremos vivir en nuestro país" -

En todos los rincones hay cientos de refugiados que se abrazan y se consuelan, en su gran mayoría acompañados por niños.

"Tu hermano vendrá, verás", dice Liudmila, una mujer de 50 años, a su amiga desolada de encontrarse sola en el puesto fronterizo con su hijo de cuatro años en brazos.

Como ella, todos buscan un transporte hasta Chisinau, la capital de Moldavia, o hasta la vecina Rumania.

Alguno se apretujan hasta cinco o seis personas, además de carritos, maletas y otros bártulos, en el vehículo de un familiar o un voluntario.

Otros andan los cinco kilómetros que separan el puesto fronterizo de un campamento de tiendas erguido por las autoridades moldavas en un terreno embarrado bajo la nieve que está cayendo.

Desde el inicio de la agresión rusa el 24 de febrero, Moldavia, antigua república soviética entre Rumania y Ucrania, ha visto pasar por sus fronteras cerca de 90.000 ucranianos.

Este país de 2,6 millones de habitantes se encuentra entre los más pobres de Europa y no está habituado a recibir refugiados. Más bien ha sido víctima de masivas emigraciones por el desempleo endémico y la corrupción.

Desde principios de los años 1990, cerca de un tercio de su población emigró, una caída demográfica entre las más elevadas del mundo.

En 2020, los moldavos eligieron a la presidenta Maia Sandu con un programa prooccidental que la ha llevado a enfrentarse con el gigante gasístico ruso Gazprom por los precios de este recurso. La deuda se disparó en octubre tras una subida brutal de tarifas decidida por Moscú.

En total, en los primeros siete de invasión rusa, más de un millón de ucranianos han huido a los países vecinos, indicó el jueves el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU, Filippo Grandi.

Entre ellos está Alexéi, de 17 años. Aunque suba a un coche camino a Chisinau, su pensamiento está en otro lado, de regreso a Ucrania: "Queremos vivir en nuestro país, libres, sin el ejército ruso".

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