En Suecia, las herencias patriarcales sobreviven pese a la igualdad de género

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Carl Johan Cronstedt, de 75 años, pertenece a la nobleza sueca y es la décima generación que legará su finca a sus herederos. Pero en este país abanderado de la igualdad de género, un "vestigio feudal" permite que el patrimonio se transmita íntegramente a un solo hijo, normalmente un varón.

A unos diez kilómetros de Västerås, bastión de la clase obrera del país, se encuentra Fullerö, una finca de 700 hectáreas que alberga un castillo de color ladrillo rodeado de pilastras blancas.

La finca, construida en 1656 según los planos del arquitecto franco-sueco Jean de la Vallée, es uno de los mayores patrimonios históricos de Suecia y ha pasado de padres a hijos desde 1739, cuando el conde Johan Cronstedt decidió convertirla en un "fideikommiss" (fideicomiso).

El principio de este sistema es hacer indivisibles los bienes, tierras y propiedades de una familia mediante un testamento, que solo podrán heredar el hermano mayor, en detrimento de los demás hermanos.

"Los 'fideikommiss' fueron importados de Alemania por la nobleza sueca a mediados del siglo XVII. Era una forma de que las familias ricas mantuvieran su fuerte posición en la sociedad", explica Martin Dackling, historiador de la universidad de Lund.

Aunque a lo largo de la historia unas pocas hijas pudieron heredar, en la inmensa mayoría de casos esta forma de herencia recayó en los hijos, reconoce el especialista.

"Suecia es uno de los últimos países del mundo donde esto todavía existe. Es bastante sorprendente que en un país en el que la igualdad de género y la igualdad económica son las principales prioridades, este vestigio feudal siga existiendo", analiza el investigador.

- Carta escrita por Rousseau -

A Carl Johan Cronstedt, un hombre cuidado y jovial, le encanta hablar de la historia de su finca, que se tomó la molestia de hacer visitar a la AFP.

En el ala izquierda del castillo, muestra con orgullo una carta escrita por el escritor y filósofo del siglo XVIII Jean-Jacques Rousseau, dirigida a su abuelo.

"Soy la décima generación que administra Fullerö. Tengo un hijo, una hija y cinco nietos", dice el conde, mirando a su hijo mayor, Carl, de 45 años.

"Si el Gobierno acepta nuestra solicitud de prórroga del 'fideikommiss', a él le corresponderá todo", explica Carl, que espera que el patrimonio pueda así "permanecer en la familia".

En 1963, subrayando el carácter obsoleto de esta forma de herencia, el gobierno socialdemócrata aprobó una ley para desmantelar los pocos centenares de 'fideikommiss' que quedaban. Más de cuarenta años después, solo quedan diez.

Pero en los años 1990 se permitió prorrogar algunos de ellos gracias a una excepción en la ley.

"Si el valor histórico y cultural de la propiedad no puede preservarse de una generación a otra, el gobierno puede conceder una prórroga del fideikommiss, pero solo para una generación cada vez", explica Martin Dackling.

El patrimonio de Fullerö sentó un precedente en 1995, cuando el gobierno de izquierdas aceptó prorrogar este fideikommiss por primera vez, argumentando que el patrimonio se fragmentaría si pasaba a varios herederos, perdiendo así su valor histórico.

A raíz de esta decisión, varios fideikommiss del país utilizan este argumento para mantener su patrimonio intacto.

El Conde Cronstedt quiere ahora que la excepción sea válida sin fecha.

"Seguimos queriendo que el mayor de los descendientes herede, pero sin distinción de género", dice, reaccionando al revuelo que su petición de prórroga causó en los medios suecos.

Caminando por el césped recién cortado en un día de verano inusualmente caluroso, Carl Cronstedt espera conservar la casa, como hizo su padre, para poder cuidar "una antigua granja que tiene mucho valor cultural e histórico".

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