"Solo es racismo": la violencia en Sudáfrica alimenta viejos resentimientos

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Los sollozos cubren las canciones fúnebres en el sepelio de Njabulo Dlamini, de 31 años, una de las más de 270 víctimas de los disturbios y los saqueos que han asolado Sudáfrica y que muchos consideran una forma de racismo.

Njabulo, un taxista que tenía 11 hijos, fue asesinado el 12 de julio en la localidad de Phoenix, adyacente al 'township' (barrio marginal de mayoría negra) de Inanda, cerca de Durban, donde vivía con su familia, al parecer por un grupo de vigilantes de etnia india que vigilaban un control de carretera.

Su hermana Linda, de luto y con un sombrero de lentejuelas, dijo que le habían disparado los "indios" que vigilaban a los saqueadores.

Al igual que otros barrios de las zonas de disturbios, los residentes de Phoenix, una ciudad predominantemente poblada por la comunidad india, formaron sus propios escuadrones de protección.

Fue una respuesta a los saqueos e incendios provocados que estallaron el 9 de julio tras el encarcelamiento del expresidente Jacob Zuma, abrumando a las fuerzas de seguridad.

Algunas de estas movilizaciones locales se han vuelto violentas, y en Phoenix abundan las acusaciones de racismo en el 'township' vecino tras la muerte de al menos 20 personas, todas ellas negras.

Njabulo Dlamini fue uno.

- "Una bala en la cabeza" -

Según su hermana, el hombre fue interceptado por un grupo de vigilantes cuando iba con unos amigos a hacer un recado en Phoenix.

Al principio, "no se dieron cuenta de que Njabulo estaba dormido" en la parte trasera del vehículo, dice Linda Dlamini, de 37 años, secándose las lágrimas con un pañuelo.

"Se despertó y empezó a correr, pero le dispararon en la cabeza", dijo. "Después de eso le siguieron pegando, pegando, pegando, tiene tantas cicatrices en la cabeza...", cuenta entre lágrimas.

Cuando la policía intervino, los agresores estaban a punto de quemarlo vivo, junto con un amigo gravemente herido. Ambos fueron trasladados al hospital, donde Njabulo murió.

Sus hermanos lucharon por recuperar el cuerpo, impedidos por los grupos armados que patrullaban la ciudad.

"Tenían hachas y nos dijeron que nos fuéramos", cuenta Linda Dlamini. "Esto es solo racismo", aseguró con ojos rojos de ira.

En el 'township', amigos y familiares se reunieron en un pequeño patio frente a la modesta casa de color ocre, donde instalaron una carpa blanca para la ceremonia.

Un joven con un traje verde pálido lloraba, incapaz de controlar sus lágrimas. La prometida del muerto tenía la mirada perdida en el suelo, acunando mecánicamente a un niño en sus brazos. Los compañeros taxistas se reunieron más arriba en la colina mientras esperan el funeral.

Los residentes de Inanda, en su inmensa mayoría negros, todavía están conmocionados por lo que consideran una reacción imperdonable de sus vecinos de Phoenix, muy afectados.

Tras los actos de violencia, el ministro de Policía, Bheki Cele, advirtió contra el "vigilantismo" en Phoenix, y prometió desplegar un equipo especializado de diez policías para investigar las muertes sospechosas de 20 hombres en el suburbio.

Aunque la violencia ha disminuido, ciudadanos armados de Phoenix siguen patrullando las calles hasta altas horas de la noche pero niegan haber provocado tensiones raciales y afirman haber actuado pacíficamente.

El miércoles, una docena de líderes religiosos negros marcharon hasta la comisaría de policía exigiendo que los presuntos asesinos fueran llevados ante la justicia.

Rodeados y protegidos por policías armados, rezaron por la paz. "Solo las detenciones podrían apagar la ira del pueblo", advirtió uno de los representantes religiosos, el pastor Vusi Dube.

sch/sn/hba/sst/pc/mb