Miles de disidentes birmanos viven en la clandestinidad desde el golpe de Estado

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Lo abandonaron todo y trabajan en la sombra contra la junta. Miles de disidentes viven en la clandestinidad desde el golpe de Estado en Birmania, algunos de ellos refugiados en la selva en territorios controlados por grupos rebeldes étnicos.

Dejar la familia y la casa, cambiar constantemente de escondite, de móvil... Muchos de ellos nunca habían imaginado vivir así, pero dicen que "no se arrepienten".

- El médico -

Ko Ko, que pidió a la AFP cambiar su nombre, nunca pensó que se convertiría en un fugitivo.

Este médico de 30 años trabaja en un hospital público con enfermos de covid-19 cuando se produce el golpe de Estado.

Rápidamente, se suma a la campaña de desobediencia civil, hace huelga y forma a los jóvenes en primeros auxilios para poder cuidar a los manifestantes heridos en las protestas.

Pero los arrestos masivos del personal sanitario le dan miedo.

"Me decía: 'Si me encuentran, ¿qué le harán a mi familia?'".

Dos días después del Día de las Fuerzas Armadas --el más letal, con más de 100 civiles muertos-- dejó a su mujer y a sus padres y se fue a una zona controlada por una facción étnica rebelde cerca de la frontera tailandesa.

Varias de estas guerrillas en el norte y este del país han retomado las armas contra la junta, tras la sangrienta represión de las fuerzas de seguridad contra la movilización prodemocracia, que ha causado la muerte a más de 860 civiles.

Desde entonces, Ko Ko participa en la puesta en marcha de un hospital de campaña. También realiza consultas médicas en línea para los opositores heridos, que temen ir a los hospitales.

"Echo todo de menos: mi trabajo, las fiestas, los amigos, la familia". Pero "para el futuro de la próxima generación, no podemos abandonar", asegura.

El médico está dispuesto a luchar "meses, años". Su único temor: que el país, que ya ha vivido décadas bajo el yugo de los militares, se acostumbre de nuevo a la dictadura.

- El artista-

"Huí por la puerta de detrás (...) ni siquiera pude decir adiós a mi perro. Murió el 4 de mayo", se lamenta Ko Thein, un músico, cuyo nombre tampoco es verdadero.

Le llevó tiempo aceptar abandonarlo todo.

Durante semanas, publica mensajes asesinos en las redes sociales contra los generales de la junta que derrocaron a la líder Aung San Suu Kyi el 1 de febrero, sin escuchar a sus amigos que le piden que huya.

"Era cabezón, no quería dejar mi casa en Rangún, construida con amor año tras año", cuenta.

A principios de abril, su vida da un vuelco cuando su nombre sale en la televisión estatal entre las personas buscadas.

Hace su bolsa en unos minutos, se despide de su hermana y se va de la ciudad para instalarse en una zona rebelde.

Después de unas semanas, Ko Thein deja la selva. Se esconde en un lugar secreto, desde donde pone en contacto a activistas con el gobierno civil clandestino.

"Es una pesadilla (pero) no me arrepiento. Es nuestro deber como ciudadanos" luchar contra la dictadura.

- La activista -

Hija de militar, Thinzar Shunlei Yi, de 29 años, es activista desde hace años. Desde la llegada al poder de Aung San Suu Kyi en 2016 combate por los derechos de los jóvenes y de las minorías.

Tener que luchar un día desde la clandestinidad "era algo que me esperaba", teniendo en cuenta mi pasado activista, dice.

Thinzar Shunlei Yi fue una de las primeras en hacer llamados a la desobediencia civil.

Rápidamente, aparece en la lista negra de los militares y decide pasar a la clandestinidad.

Incluso para esta experimentada activista, la vida de fugitivo es agotadora. "Todos los lugares pueden ser trampas", explica esta mujer, que vive con el miedo de que la denuncien o la sigan.

Pero "tenemos que continuar para avanzar, pase lo que pase", insiste. "Tantas personas sacrificaron su vida".

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