Texel, vacaciones familiares de antaño en una isla holandesa

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ARCHIVO - En la isla de Texel se disfruta de las cabalgatas en la playa. Foto: Christoph Driessen/dpa
ARCHIVO - En la isla de Texel se disfruta de las cabalgatas en la playa. Foto: Christoph Driessen/dpa

Muchos anhelan un pequeño oasis lejos de todo lo que les podría causar daño. La isla holandesa de Texel, en el mar del Norte, es un paraíso para muchos de sus visitantes habituales: un mundo mejor a la orilla del mar, ajeno a las modas.

La isla del mar de Frisia, también conocido como mar de Wadden, está situada en el extremo norte de Países Bajos y tiene muchos adeptos, entre ellos numerosos alemanes que viven cerca de la frontera, pero por supuesto no solo turistas que vienen del país vecino.

Muchos de los veraneantes que acuden a Texel conocen la isla desde la infancia. En los años 60 fue para algunos su primer destino de vacaciones en el extranjero, y ahora regresan a la isla con sus nietos.

La torre blanca de la iglesia de Hoorn, que ya se ve desde el transbordador. Texel se asemeja a un mundo de juguete. En primavera, cuando los miles de corderos brincan en los prados y los tulipanes florecen, la isla parece una postal sacada de un libro de cuentos.

La isla ofrece todo lo que el visitante necesita, pero en miniatura. La ciudad más grande, Den Burg, tiene un aire de capital que acelera el pulso, especialmente los lunes, cuando hay feria. Ese día no es fácil encontrar un asiento libre bajo el antiguo castaño de la plaza principal. Si se consigue uno, lo primero que se hace es pedir "koffie und appelgebak" (café y tarta de manzana).

Desde la torre de la iglesia la vista se extiende sobre los tejados rojos de las pequeñas casas y los campos que llegan hasta el borde del bosque. Detrás de todo eso domina el mar. La superficie forestal relativamente grande distingue a Texel entre las demás islas de la región y hace que su suroeste sea la más variada desde el punto de vista paisajístico. 

Al borde del bosque se encuentra también el interesante sitio turístico De Koog. En los años 70, todavía era un lugar de ensueño donde se podían comprar estrellas de mar secas en las tiendas de recuerdos. Ahora quedan puestos de postales pero los restaurantes y bares han cambiado de aspecto, tras haber sido pintados con colores chillones. Por lo demás, se mantiene intacto ese ambiente familiar tan idílico. El tiempo se dilata y el espacio parece no tener fin.

De hecho, sólo hay una atracción que merece tal nombre: el museo de historia natural Ecomare, con una estación de cuidado de focas marinas.

A diferencia de los años 70 y 80, cuando las poblaciones de focas disminuyeron debido a la contaminación del agua, ahora se vuelven a avistar estos animales en libertad. Varios barcos parten a diario desde el puertos de Oudeschild hacia los bancos de focas durante la temporada alta, una excursión con mucho encanto.

En los días calurosos, las focas se tumban al sol como veraneantes con sobrepeso en la playa.  Las focas grises se asoman al lado del barco. La excursión hace una parada en un banco de arena desierto, para que los niños puedan buscar cangrejos y gusanos en la arena.

Todo ello hace de Texel el destino vacacional ideal para las familias con niños. El hecho de que no haya demasiadas cosas que hacer aquí es una ventaja. No hay que ir con prisas a ningún sitio por temor a perderse algo. En lugar de ello, uno simplemente alquila bicicletas y recorre los senderos sin un destino fijo. Así, siempre se hacen pequeños descubrimientos, por ejemplo el Café Het Turfveld, en medio de un pinar al borde de las dunas. El helado de vainilla con fresas que ofrece es más que recomendable. 

Destinos que merecen la pena para las excursiones en bicicleta son también el faro del extremo norte de la isla y la reserva natural De Slufter. El mar del Norte ha roto aquí el anillo de dunas y ha creado un paisaje muy especial. En julio y agosto, el Slufter se tiñe de púrpura por la floración de las lilas de playa. Durante las tormentas de otoño, combinadas con las mareas vivas, todo se convierte en un espejo de agua que parece hervir. La zona, como gran parte de la isla, es un paraíso para los observadores de aves.

La costa que da al mar del Norte es el lado salvaje de la isla, las marismas son el lado manso y civilizado, protegido por diques. El carril bici pasa por encima del dique, de modo que a un lado se ve el mar de Frisia brillando bajo el sol y al otro lado los verdes pastos con ovejas pastando.

Lo más bonito de Texel es la interminable y amplia playa del lado del mar del Norte. Incluso en los fines de semana más calurosos de la temporada de vacaciones, siempre se puede encontrar aquí un lugar aislado. Por supuesto que el buen tiempo no está garantizado, pero eso no importa.

El viento levanta nubes de arena brillante y se percibe un aroma salado. A esto hay que añadir el rugido de las aguas oceánicas, intercalado con los gritos de las gaviotas y los pitidos de los ostreros euroasiáticos, un pájaro común en la región.

Al atardecer, los espigones quedan expuestos en el limo plateado, donde hordas de gaviotas buscan comida. Un poco más tarde, familias con niños y parejas amantes de los perros cenan en el restaurante de playa Paal 17, cerca de De Koog. Pies descalzos sobre tablones de madera, ruido de cubiertos y platos, risas y fragmentos de conversación.

Al acabar del postre, un abuelo sube con los nietos a la duna recubierta de hierba. Las gastadas banderas de Países Bajos y los anuncios de helados ondean al viento. Al fondo, en perpetuo movimiento, olas y más olas coronadas de espuma blanca. Con la última luz del atardecer, un buque con contenedores se divisa en el horizonte. Pertenece a otro mundo, un mundo que queda allá afuera y con el que Texel no tiene nada que ver.

Información: www.holland.com https://www.holland.com/global/tourism/destinations/regions/wadden-islands/texel-2.htm).

dpa