En Líbano, los jubilados indefensos ante el marasmo económico

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Samir Merhi, que regresó a Líbano en 2009 tras haber hecho fortuna en el extranjero, esperaba disfrutar de una jubilación dorada en el país de sus antepasados. Pero a los 72 años, la crisis financiera se ha llevado por delante décadas de trabajo, obligándole a empezar de nuevo.

En un hotel de la calle Hamra, en el centro de Beirut, el septuagenario relata una carrera prolífica entre los países del Golfo y Reino Unido. Cuatro décadas invertidas en la construcción y la industria de la moda.

Pero de los "millones de dólares" amasados en el extranjero e invertidos en el sector inmobiliario en Líbano o en bancos locales, no le queda nada o muy poco. Con las restricciones bancarias draconianas para retirar dinero o hacer transferencias, sus ahorros secuestrados, corren el riesgo de evaporarse.

"Estoy obligado a empezar de nuevo de cero, para garantizar el final de mi vida. No tengo alternativa", lamenta este hombre de negocios en traje, mientras espera el taxi que le llevará al aeropuerto para ir a Estados Unidos, donde vive su hermano.

"Devuélvanme mi dinero y no tendré necesidad de ir a Estados Unidos", espeta. "¿Qué voy a hacer allí? ¡No quiero morir en Estados Unidos!"

Desde el otoño boreal de 2019, Líbano vive al ritmo de crisis económica sin precedentes, marcada por una caída histórica de la moneda nacional y la pauperización generalizada de la sociedad.

Como muchos de sus compatriotas, Samir Merhi dice estar atrapado por dirigentes "corruptos de la cabeza a los pies" y víctima de la "mayor estafa de la historia" financiera.

Pero si el septuagenario puede vislumbrar un futuro en otro lugar, no es el caso del resto de los jubilados. Con la depreciación de la libra libanesa, las indemnizaciones de final de carrera y las pensiones no valen nada.

- "Confío en Dios" -

Tras 32 años de servicios en la policía, Jean Assaf vive el hundimiento a diario. Antes, su pensión valía en torno a los 1.400 dólares, frente a los 180 de ahora.

Aunque el cambio oficial sigue siendo 1.507 libras libanesas por dólar, en el mercado negro un billete verde supera las 12.000 libras.

"Esperaba poder vivir honrosamente al final de mi vida", dice el antiguo gendarme de 80 años, en el salón de su casa con las paredes cubiertas de fotos, medallas y lienzos bordados.

Ni siquiera puede contar con sus cinco hijos, atrapados igualmente en las dificultades.

Como él, más de 108.000 jubilados del sector público se han visto golpeados por la crisis. Según el ministerio de Finanzas, la pensión media se eleva a 2,2 millones de libras, en torno a los 170 dólares.

El hundimiento del poder adquisitivo que ha generado un aumento de la pobreza sin precedentes. Ahora, el 55% de la población vive por debajo del umbral de pobreza.

Entre las ONG movilizadas para ayudar a los más desvalidos, Grassroots ha erigido una carpa en el barrio de Mar Mikharl, devastado en agosto por la explosión en el puerto de Beirut que mató a más de 200 personas.

La ONG proporciona ropa, alimentos y organiza diariamente una sopa popular.

En los últimos meses, son "sobre todo jubilados" los que vienen, dice la directora Mayssa Mansour.

- Ninguna clase social se ha librado -

Pese a la lluvia, varias personas llegan. Algunas echan un vistazo furtivo sin osar entrar.

"Tienen vergüenza, es gente que nunca habría pedido limosna", explica Mansour.

Adib, de 69 años, viene a diario a buscar un plato de comida gratuito para su familia. Jubilado de la policía desde 2004, su pensión ahora apenas llega a los 100 dólares. Uno de sus dos hijos, un ingeniero, está en el paro desde hace dos años.

"Pertenecía a la clase media. Hoy estoy incluso más allá del umbral de pobreza", asegura.

Las clases pudientes también están afectadas. La pensión conjunta de Sara y Fouad Ammar, una pareja de profesores jubilados, no llega ahora a los 600 dólares frente a los 6.000 de antes de la crisis.

"Nuestra situación todavía es aceptable en comparación con la de otros", reconoce Sara, de 68 años.

"Pero no es en absoluto lo que nos esperábamos para el final de nuestras vidas".

Dos de nuestros tres hijos han emigrado a Canadá por la crisis, dice su esposo, de 76 años. "¡Y nos han privado de nuestros nietos!", asegura enfadado con la mirada triste.

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