En los confines de las Azores, la vacuna aleja el virus

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Corvo, la isla más pequeña y remota del archipiélago portugués de las Azores, vio pasar de lejos la tormenta de la pandemia de covid-19 y espera alejarla definitivamente con una campaña de vacunación comunitaria.

"Ya llevábamos una vida muy cercana a la normalidad, y ahora lo será aún más", dice Antonio Salgado, el único médico de la isla, mientras pone en una lista los nombres de los vecinos que llegan al pabellón municipal de deportes para recibir su segunda dosis de la vacuna de Pfizer.

"Es una compensación por las dificultades que soportamos a diario", añade este médico de 62 años, que llegó a la isla hace menos de un año. Ahora ya está acostumbrado a la escasez de fruta y combustible y tuvo que aprender a hacerse su propio yogures.

La isla de Corvo ("Cuervo"), con una población de unos 400 habitantes, tiene un único pueblo construido sobre una antigua corriente de lava, encajado entre el acantilado y el mar.

Es la única parte de Portugal donde las autoridades decidieron inmunizar a toda la comunidad, sin limitarse a los grupos prioritarios.

Entre el primer y único caso, detectado a finales de enero, y la vacunación voluntaria de casi toda la población adulta, concluida el sábado, los habitantes de Corvo habrán vivido menos de dos meses bajo la amenaza directa de la pandemia que, sin embargo, golpeó con fuerza el territorio continental a principios de año.

En el resto de Europa, Grecia puso en marcha un programa de vacunación similar en unas 40 islas de menos de mil habitantes, que ya se ha completado en ocho de ellas, según la agencia griega ANA.

- "Como en una cápsula" -

A diferencia de los portugueses del continente, que llevan dos meses de estricto confinamiento y apenas empiezan a salir de él, los "corvinos" pueden reunirse en cafés y restaurantes para hablar de los efectos secundarios que la vacuna provocó en algunos de ellos.

Para Fernando Câmara, un nativo de la isla de 67 años y guía turístico, la vacunación representa "una luz al final del túnel" y espera que permita reanudar su negocio, una de las pocas fuentes de ingresos de una isla que depende en gran medida del exterior.

Con su imponente cráter volcánico que alberga una serie de lagos y especies raras de plantas y aves, Corvo está clasificada como Reserva de la Biosfera por la UNESCO.

Aparte de estas riquezas naturales, la isla de 17 kilómetros cuadrados cuenta con media docena de pequeños barcos de pesca y un millar de vacas que pastan en sus laderas sin bosque, con muros bajos de piedra de lava y setos de hortensias que florecen en julio.

Hasta que se detectó un caso asintomático en un residente que había pasado las navidades en el continente, la isla vivía "un poco como una cápsula", dice Elisabete Barradas, una profesora de 57 años que vive en Corvo desde hace tres.

Sin embargo los isleños veían "con gran preocupación" cómo el resto del mundo se hundía en una crisis sanitaria. "Me siento muy privilegiada", dice aliviada justo después de recibir su segunda dosis de la vacuna.

- "Un territorio inmunizado" -

La isla estaba en peligro porque aunque tiene un respirador no hay camas de hospital.

"Teníamos mucho miedo de que alguien viniera y contagiara a todo el mundo, como en un barco", recuerda Goreti Melo, una de las dos enfermeras de la isla, de 60 años.

"El contagio habría sido desastroso y muy rápido", coincide el alcalde, José Manuel Silva. "Solo tenemos una panadería, así que inevitablemente todos vamos a los mismos sitios", dice, y recuerda cómo algunos residentes llegaron a proponer cerrar la isla.

Como la cantidad de vacunas necesarias en Corvo no comprometía la campaña en curso en las otras ocho islas de las Azores, "la única decisión responsable era vacunar a toda la población de una vez, para crear un territorio inmunizado", explica Clélio Meneses, responsable de Sanidad del gobierno de esta región autónoma.

Junto con la vecina isla de Flores, que tiene diez veces más población, Corvo se encuentra en el extremo noroeste del archipiélago de las Azores, a 500 km de Ponta Delgada, la capital regional, y a casi 2.000 km del continente.

Durante siglos, fue tanto un refugio como un objetivo para los piratas en su camino hacia América. Frente a la pandemia, sigue representando un remanso de normalidad pero ahora ya no es tan vulnerable.

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