La cultura del surf en Melbourne y un recorrido de ensueño

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ARCHIVO - Un koala posa para la foto a la vera del Great Ocean Road, en Wildlife Wonders. Foto: Bernhard Krieger/dpa
ARCHIVO - Un koala posa para la foto a la vera del Great Ocean Road, en Wildlife Wonders. Foto: Bernhard Krieger/dpa

Aún hay amplias restricciones para que los extranjeros ingresen en Australia. Pero cuando los viajeros puedan volver al país, Australia seguirá siendo un destino favorito, sobre todo, de los surfistas.

Todos de alguna manera son surfistas. Porque surfear en el sur de Australia es más que un deporte, también más que un deporte popular. Es un estado de ánimo. Así como cabalgan las olas desenfadados en sus tablas, así se toman también los habitantes de Melbourne su vida cotidiana.

Es bien posible que la joven empleada bancaria lleve bikini debajo de su vestimenta de oficina y que sus colegas tengan en el maletín un traje de neopreno para surfear después del trabajo.

Quien no pueda ir a la playa, va a alguno de los incontables bares y restaurantes en las construcciones de ladrillos cubiertas con grafitis alrededor de la Flinders Lane. Allí se encuentran algunas de las mejores cocinas de la ciudad, que culinariamente pueden competir con las de Sydney.

En el restaurante Coda, las pequeñas obras maestras del chef Adam D'Sylva son servidas en parte por camareros con grandes tatuajes, que resuelven cualquier deseo adicional con un amable "No worries, mate!".

Que en Melbourne les gusta salir de juerga es algo que se ve si se pasea a pie o en bicicleta junto al río Yarra. El río que desemboca en la Bahía Port Phillip separa el Jardín Botánico del Rod Laver Arena, en el que los mejores tenistas del mundo disputan el Australian Open. Los bares a su orilla siempre están llenos.

Si para los próximos días hay previstas buenas olas, los surfistas de Melbourne salen temprano de todas maneras. "Mejor surfear con resaca que no surfear", señala por ejemplo un surfista que se aprovisiona con víveres en el Queen Victoria Market. "No worries!"

El Queen Victoria Market, en el medio de la ciudad, es uno de los mayores mercados del hemisferio sur. Allí hay de todo, desde comida asiática, pasando por salchichas alemanas, hasta canguro y cocodrilo asado. El mercado es un reflejo de la ciudad multicultural.

El corazón de la cultura del surf late a una hora y media en coche en Torquay, donde las olas del Pacífico sur llegan perfectas: en algunas bahías, suaves para principiantes y niños, en otras, gigantes para los profesionales. Allí hay una tienda de surf junto a la otra.

Torquay es la capital australiana de los surfistas. Y como corresponde a una capital, lógicamente tiene un museo. El National Surfing Museum es el mayor del mundo en su tipo.

Por todas partes se ven beach girls y beach boys descalzos con sus tablas bajo el brazo de camino a la playa. Bajo la mirada atenta de los socorristas, salen al mar para luego volver a la orilla surfeando las olas.

Detrás de cada curva de la Great Ocean Road, que comienza en Torquay y sigue un recorrido de ensueño a lo largo de la costa de Victoria, se abren nuevas bahías con faros y playas de arena.

A mitad de camino entre Melbourne y los famosos Twelve Apostles, está Lorne, donde los fines de semana se encuentra medio Melbourne. Restaurantes de Melbourne como el Coda o el Movida con cocina de primer nivel de inspiración española, tienen por eso sus delegaciones en Lorne. Comer con vistas al océano es un placer, siempre y cuando uno no sea atacado por las atrevidas cacatúas.

Más hacia el oeste, la Great Ocean Road lleva a Apollo Bay, donde el Cabo Otway se extiende hacia el Pacífico. Bien visible, un faro blanco marca la punta del cabo en estas aguas peligrosas con numerosos restos de barcos. Algunos de ellos, como el "S.S. Casino", hundido delante de la Apollo Bay, son ahora populares puntos de buceo.

También delante de la Apollo Bay puede verse otra vez a surfistas sobre las olas. Pero aquí compiten por la atención de los turistas con otros dos íconos australianos: los canguros y los koalas.

El Wildlife Wonders, abierto en el verano de 2020, se salvó de los devastadores incendios forestales. Es como un bosque encantado de una película de fantasía. Enormes helechos cubren el suelo, sobre el que crecen incontables eucaliptos. Solo el sendero acondicionado para discapacitados permite intuir que esta selva fue creada por el paisajista Brian Massay, responsable del decorado del éxito de taquilla "El señor de los anillos".

"Wildlife Wonders es una organización sin fines de lucro", explica el gerente Shayne Neal. Él y su equipo ofrecen regularmente visitas guiadas hacia sus estrellas. "Esas, lógicamente, son nuestros koalas", dice Neal.

Los adorables ositos suelen estar sentados comiendo o dormitando en las ramas de los árboles de eucalipto. Dado que el camino serpentea junto a la ladera, se puede observar a los animales al mismo nivel y a poca distancia. Los canguros, en tanto, pasan saltando detrás del centro de visitantes sobre un enorme claro con vistas al mar.

"Allí comienza el encantador Great Ocean Walk hasta los Twelve Apostles. Los 104 kilómetros se pueden recorrer caminando cómodamente en cinco días", explica Neal. Con el coche es solo una hora y media.

El nombre Doce Apóstoles se impuso en los años 50. Pero ya entonces eran solo nueve las rocas que se levantan desde el oleaje hacia el cielo hasta una altura de hasta 45 metros.

Emergieron a lo largo de millones de años por erosión. Cada año, el Pacífico sur se come unos dos centímetros de esta costa empinada. Quedan unas rocas enormes que forman puentes con el continente, hasta que en algún momento se derrumban y se las lleva el mar. Así le pasó al noveno apóstol hace pocos años.

Junto a las rocas, surgieron bahías, en las que el oleaje es presionado hacia las cuevas, hasta que el agua se repliega con truenos que asemejan explosiones.

En este mar rugiente se hundieron incontables barcos. Por ejemplo, en 1878 el "Loch Ard" con 52 personas a bordo, pocos kilómetros al oeste de los Doce Apóstoles. Solos dos marineros lograron salvarse en una bahía ahora llamada Lorch Ard.

Allí muchos visitantes disfrutan ahora de una playa protegida por las rocas, mientras sobre los acantilados se obserevan las tumbas de los ahogados. Son una advertencia para los irresponsables, que en vez de permanecer en la parte segura de la playa en Gibson Steps van hacia el otro lado de los Doce Apóstoles. Y eso que allí no se asoman ni los surfistas más atrevidos. Aquí termina el "No worries, mate!".

dpa