En Tigré, sobrevivientes horrorizados denuncian masacres cometidas por soldados eritreos

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En casa de Beyenesh Tekleyohannes la agitación llevaba ya varias horas y unos treinta invitados cantaban, rezaban y compartían lentejas y puré de garbanzos con motivo de una importante celebración del cristianismo ortodoxo.

El ambiente era tan animado que nadie escuchó que unos soldados se acercaban a pie, por la ruta sinuosa bordeada de cactus que llega a Dengolat, una aldea en la región de Tigré (norte de Etiopía). Hasta que fue demasiado tarde.

Los hombres armados y uniformados hablaban un dialecto eritreo y obligaron a todos a permanecer en la casa. Luego sacaron a hombres y niños y los llevaron al pie de una colina, hasta un terreno abrasado por el sol.

Beyenesh escuchaba disparos mientras huía en dirección contraria, temiendo lo peor para su marido, sus dos hijos y sus dos sobrinos.

Su instinto no la engañaba.

Tres días después, cuando abandonó su escondite, Beyenesh encontró a los cinco cadáveres, con las manos atadas y disparos en la cabeza.

Fue una una de las peores masacres de civiles en Tigré.

"Hubiera preferido morir antes que vivir para ver esto", confía a la AFP la mujer bañada en lágrimas, contando cómo la sagrada fiesta de Santa María se transformó en un baño de sangre.

La iglesia local señala que 164 civiles fueron asesinados en Dengolat, la mayoría el 30 de noviembre, un día después de la festividad religiosa.

Durante tres meses, por las restricciones de acceso a Tigré por parte del gobierno etíope, los habitantes de Dengolat perdieron toda esperanza de contar su historia.

La AFP llegó allí la semana pasada, entrevistó a  sobrevivientes y vio fosas comunes excavadas en el pueblo, formado por casas de piedra en las laderas de los escarpados acantilados, típicos de Tigré.

Algunas oenegés como Amnistía Internacional (AI) temen que Dengolat no sea un ejemplo aislado sino representativo de la violencia sufrida por los tigrenses.

"Hay tantos focos violentos y masacres en Tigré, que desconocemos su alcance", señaló Fisseha Tekle, investigador de Etiopía en AI.

"Por eso solicitamos una investigación de la ONU. Las atrocidades deben conocerse en detalle y [los responsables] deben rendir cuentas".

- "Humillarnos" -

El 4 de noviembre, cuatro semanas antes de la festividad de Santa María, el primer ministro etíope Abiy Ahmed, premio Nobel de la Paz 2019, lanzó un operativo militar en Tigré para deponer al partido gobernante en la región (el TPLF).

El 28 de noviembre, víspera de la festividad, el primer ministro anunció la toma de Mekele, capital regional, y la finalización de los combates, sin bajas civiles. Pero este anuncio fue prematuro.

Desde entonces se informó de más combates y se descubrieron más atrocidades, que frecuentemente involucran a soldados eritreos, contradiciendo el discurso oficial de Adís Abeba y Asmara, que niegan la presencia de eritreos en Tigré.

La semana pasada, AI reveló que soldados eritreos mataron a "centenares de civiles" en Aksum (norte), simultáneamente a Dengolat.

Eritrea y Etiopía mantuvieron entre 1998 y 2000 una guerra sangrienta, con decenas de miles de muertos. Entonces, el TPLF controlaba el gobierno federal en Adís Abeba y hasta hoy es un enemigo jurado del poder eritreo.

Para muchos tigrenses, entre ellos Tamrat Kidanu, la violencia de los eritreos es una forma de venganza. "Estos crímenes tienen como objetivo exterminarnos, humillarnos", señaló desde el hospital de Mekele, donde le están tratando.

- Fosas comunes -

Durante la matanza, centenares de habitantes se refugiaron en una iglesia centenaria en las alturas de Dengolat. Pero los soldados amenazaron con bombardearla si los hombres no se rendían.

Algunos trataron de alcanzar las montañas. Pero fueron detenidos a balazos.

Gebremariam (nombre ficticio), de 30 años, fue uno de los pocos que se rindió.

Luego, lo encargaron de enterrar los cadáveres, transportados en camillas improvisadas, con los cráneos abiertos por balazos.

De pie ante una fosa común, el joven hace una mueca cuando se menciona el discurso oficial según el cual los civiles quedaron fuero del conflicto.

"Lo que ves ante ti demuestra que es una mentira", dice Gebremariam.

Tras la partida de los soldados, él y otros pintaron las piedras que señalan las fosas comunes de un azul vivo, esperando que "quizás un satélite pueda verlas".

Cuando el equipo de la AFP llegó al pueblo, decenas de hombres y mujeres salieron corriendo de sus casas, algunos con fotos de seres queridos desaparecidos.

Las mujeres lloraban, golpeaban contra el suelo gritando los nombres de sus hijos asesinados, los hombres sollozaban con los rostros cubiertos por pañuelos.

Kahsu Gebrehiwot, un sacerdote local, lamenta que la iglesia ortodoxa etíope no haya denunciado los asesinatos.

"Cuando muere gente y no dicen nada, es que temen por su vida", dice refiriéndose a los prelados. "Pero la Biblia nos enseña que si ves que algo malo sucede, debes orar, pero también hablar".

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