Un rohinyá se reencuentra con su esposa y su hija, a las que creía muertas

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Apenas unas semanas después del entierro de su esposa y de su hija, a las que creía muertas mientras huían de los campos de refugiados rohinyás de Bangladés, Nemah Shah las vio, en un video, desembarcando en Indonesia.

Este hombre, un rohinyá de 24, años le contó la historia de este increíble reencuentro a la AFP durante una investigación sobre las redes clandestinas que operan con los miembros de esta minoría musulmana perseguida en Birmania.

Tras pasar varios meses sin tener noticias de sus familiares, Nemah Shah descubrió, perplejo, las imágenes de Majuma, de 27 años, y de Fatima (6 años), vivas entre un grupo de unos cien rohinyás que en junio llegaron cerca de la ciudad indonesia de Lhokeseumawe, en la isla de Sumatra.

En ese momento, Nemah se encontraba en Malasia, donde por lo menos viven unos 100.000 rohinyás. "Cuando reconocí a mi mujer y a mi hija, fue el día más feliz de mi vida", afirma.

Las imágenes databan del día en el que un grupo de indonesios decidió ayudar al desembarco de los refugiados de un buque al que las autoridades habían prohibido atracar en la costas, tras un viaje de varios miles de kilómetros desde los campos de Bangladés.

Cerca de 750.000 rohinyás, una minoría musulmana perseguida en Birmania (un país mayoritariamente budista) huyeron en 2017 de una intervención perpetrada en el oeste de ese país por el ejército y las milicias budistas, que la ONU calificó de "genocidio".

- "Creí que nunca la volvería a ver" -

Cuando, hace seis años, Nemah Shah emigró de Birmania a Malasia, tuvo que dejar a su familia atrás.

Al llegar a ese país, de mayoría musulmana, le tocó vivir como a la mayoría de los refugiados rohinyás: marginado de la sociedad y sin ninguna esperanza de conseguir la nacionalidad malasia. Pero, así y todo, podía vivir "libremente". Vivía en un campamento del que podía salir para ir a trabajar y encontró un empleo en el sector de la construcción, con el que ganaba el equivalente de 500 dólares al mes.

En Birmania, su esposa "siempre [tuvo] miedo de que [la] mataran", asegura la mujer. Los abusos cometidos por el ejército la forzaron a dejar su hogar y, junto a su hija, logró llegar a Bangladés, donde viven centenares de miles de refugiados rohinyás.

Entretanto, Nemah Shah desechó la idea de que su esposa y su hija se mudaran a Malasia para vivir con él, temiendo que el viaje fuera demasiado peligroso.

Cada año, cientos de rohinyás huyen de los campos de Bangladés y se embarcan en una peligrosa travesía en la que muchos de ellos acaban muriendo de hambre, de enfermedades o por los malos tratos infligidos por los traficantes.

Más de 200 habrían muerto este año, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

No obstante, en secreto, Majuma fue ahorrando parte del dinero que cada mes le enviaba su marido y, en febrero, tuvo suficiente para pagarle a un traficante y echarse a la mar. En general, los pasadores piden unos 2.000 dólares antes de la travesía.

"Nada más esperaba ser feliz y pensaba en el momento en el que podría vivir con mi esposo de nuevo", cuenta.

El viaje debía durar una semana. Nemah Shah trataba de averiguar cómo estaba yendo, buscando informaciones sobre el barco en el que subieron. Pero los meses pasaban y no obtenía "ninguna noticia" de su mujer. "Creí que nunca la volvería a ver", reconoce.

Perdió la esperanza y, al final, convencido de que se las había tragado el mar, organizó un "entierro". Para poder despedirse. "Me decía que nunca me volvería a casar, que no las olvidaría", explica el hombre a la AFP.

- "Juntos" -

Y así fue hasta que las vio aparecer en unos videos publicados en internet.

Una llamada telefónica de varios minutos bastó para confirmar la extraordinaria noticia. Y el joven partió para reunirse con ellas en Indonesia, viajando de forma clandestina hasta el puerto de Medan, a 300 kilómetros de allí, antes de infiltrarse en el campo de Lhokseumawe, donde madre e hija habían hallado refugio.

"Si la ONU las hubiera enviado a otro país y yo me hubiera quedado en Malasia, quizá aún estaríamos separados", señala.

Hoy, viven juntos en una cabaña y no tienen más que un fino colchón, algunos platos de plástico y un ventilador. "Gracias a Dios, las encontré en este campamento y ahora estamos juntos".

Pero el futuro es incierto. Nemah Shah vuelve a ser un refugiado, no tiene derecho a trabajar y la familia no tiene ni ingresos ni perspectivas que ofrecer a la pequeña Fatima.

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