Las víctimas de un viejo conflicto en la Alta Meseta de RD Congo aisladas del mundo

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Regina tenía cuatro años cuando murió, víctima de la falta de medicinas y de una atención médica insuficiente, en la fría noche del 9 de octubre, en el campamento de desplazados de Bijombo, en el este de República Democrática del Congo, devastado por un viejo conflicto.

"No hay maderas para el ataúd", lamenta su padre, Gilbert, de 26 años, sentado junto a otros desplazados que viven sin asistencia humanitaria a 2.360 metros de altura en los confines de los territorios de Uvira y Fizi, en Kivu del Sur, inaccesibles por vía terrestre.

Para envolver el cuerpo, los hombres pidieron una bolsa de plástico negra y una caja a los 70 cascos azules paquistaníes de la base de Naciones Unidas que controla el lugar y vela por la seguridad del campamento improvisado, levantado en las laderas de un barranco.

El padre afirma ser un agricultor de la comunidad de Bafuliru, oriunda del pueblo de Knagwe, varios valles más al sur. Con su esposa y sus otros dos hijos, cuenta que en junio tuvo que huir de un ataque de los milicianos banyamulenge, unos congoleños tutsis con orígenes remotos ruandeses. "Disparaban y prendían fuego a algunas casas", explica.

Por su parte, los banyamulenge aseguran que son víctimas de milicias bafuliru, que -según ellos- saquean sus ganados de vacas. Los banyamulenge son poco apreciados por buena parte de congoleños, que los acusan de ser agentes de Ruanda.

Se trata de un viejo conflicto que tiene lugar prácticamente a puerta cerrada, en esta parte de los Hauts-Plateaux (Alta Meseta), sin que exista ninguna carretera entre los macizos de colinas, peladas por la deforestación y los incendios de la agricultura de quema, los valles y los ríos.

- "Afganistán en miniatura" -

Es un "Afganistán en miniatura", comenta un responsable de Naciones Unidas. "Cada comunidad tiene un grupo armado. Los jóvenes [las milicias] conocen todos los riscos. Un ejército regular se ve desbordado" ante esto.

Según los desplazados, unas 700 familias viven en el campamento de Bijombo, creado en octubre de 2019 y que sobrevive sin ninguna asistencia humanitaria, en una zona a la que únicamente se puede llegar a pie o en helicóptero.

El lunes 12 de octubre, los niños y los profesores se quedaron sin poder volver a las aulas. El logo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) es visible en algunas carpas, pero de los pizarrones, cuadernos o lapiceros no hay ni rastro.

Sin escuela y con una ínfima atención médica. Unos 500 metros más abajo, el centro de salud que había quedó destruido y los pocos enfermeros voluntarios que ejercen en el lugar toman muestras de sangre con unos medios rudimentarios, y sin luz.

"No teníamos los medios para comprarle medicinas. La llevamos al centro de salud de allí. Intentamos curarla, pero no se pudo hacer nada. Así fue como murió mi hija", explica el padre de la pequeña Regina, que decía que le dolía el estómago.

Para comer, los desplazados crían animales (cerdos, cabras, gallinas) entre las casas de barro y las chozas de paja y bambú.

Las mujeres que intentan volver a sus cultivos de maíz, más allá del río que separa los territorios de Uvira y Fizi, se arriesgan a un posible rapto.

Seis de ellas fueron secuestradas el jueves 8 de octubre por milicianos benyamulenge.

"Nos llevaron hasta su jefe militar, que nos dijo: 'Dejen el maíz aquí'. Estaban armados", cuenta una de ellas, Madame Mukunde.

- Una "minucia" -

"Los 70 cascos azules tienen como principal misión garantizar la seguridad del sitio. Vigilan dentro de sus capacidades, que no les permiten, de momento, ir más allá de cinco kilómetros", indica un experto, en alusión a los secuestros de mujeres.

"Nosotros dimos nuestro punto de vista: no hay que cruzar el río", comenta un oficial del ejército congoleño, desplegado en cinco posiciones en torno al campo.

"El ejército debe organizarse, que el gobierno instale la autoridad del Estado", declaró el ministro congoleño de Defensa, Aimé Ngoy Mukena, durante una visita relámpago el sábado 10 de octubre, a bordo de un helicóptero de la ONU.

Al irse, el ministro les dejó una "minucia" a los desplazados, que lo escuchaban desde detrás de la alambrada del campo de Naciones Unidas. Cinco millones de francos congoleños (2.500 dólares), según un oficial.

El domingo por la mañana, el campamento se despertó con el ruido de una ira que va creciendo más y más. Cuando tocaba hacer el reparto entre las familias, solo quedaban 3,75 millones en el sobre. Las sospechas de un desvío de los fondos no tardaron en aflorar, cerniéndose sobre el presidente del comité de desplazados.

Tras una jornada de negociaciones, un responsable enviado por el gobernador regresó el lunes con un nuevo paquete de cinco millones de francos congoleños. Para evitar cualquier malentendido, los miembros del comité contaron los fajos de billetes en público.

En total, unos nueve millones de francos congoleños, que habría que dividir entre 700 "hogares"... A la familia de la pequeña Regina le acabarán tocando unos 6 dólares.

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