Los civiles iraníes de Sardasht gaseados por Irak sufren de por vida

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Han pasado 33 años, pero los supervivientes del bombardeo iraquí con gas mostaza sobre la ciudad iraní de Sardasht todavía sufren y luchan por el reconocimiento internacional de la terrible masacre.

"Si alguien pierde una pierna o un brazo en la guerra, se le puede colocar una prótesis (...) pero cuando te queman los pulmones (...) ¿quién respirará en tu lugar?" pregunta Saleh Azizpur, presidente de la asociación de víctimas del ataque químico en Sardasht, una ciudad kurda del noroeste de Irán.

Se considera que el ataque iraquí del 28 de junio de 1987 en Sardasht fue el primero con armas químicas en una zona urbana.

"Los muertos y heridos van desde un niño de tres meses hasta un hombre de 70 años. Todos eran civiles", resume Azizpur.

El saldo oficial fue de 119 muertos y 1.518 heridos. Pero, según Azizpur, que tenía 25 años en ese momento, unas 8.000 personas estuvieron expuestas al gas mostaza y a sus consecuencias, y muchas de ellas murieron.

"Incluso hoy, a veces hay tanta presión en mis pulmones (...) que realmente no puedo dormir", lamenta Mahmud Asadpur, un profesor de 50 años.

- "Pecho carmesí" -

"Desgraciadamente, las consecuencias del gas mostaza [en aquellos que han estado expuestos] son permanentes", explica la doctora Rojane Qadéri, directora de la red de salud pública de Sardasht.

"Afecta o destruye los pulmones. Hay que aprender a vivir con ello. La mayoría sufre sequedad ocular o lagrimeo, inflamación de los ojos o la piel, picor cutáneo, piel marchita, sofoco, dificultad para moverse, abatimiento", enumera.

Y desde el restablecimiento de las sanciones de Estados Unidos contra Irán en 2018, es más difícil encontrar medicamentos eficaces para tratar las patologías que sufren los supervivientes.

Leila Maruf Zadeh trabajó de enfermera voluntaria en el momento del ataque. Recuerda los gritos de los heridos en el hospital de campaña, las caras de la gente implorando ayuda. "Algunos tenían el pecho carmesí, otros todo el cuerpo".

Pero después de unas horas ayudando a los supervivientes, ella misma sufrió una ceguera temporal. Lo mismo le pasó a Rasul Malahi, un agricultor jubilado, obligado a usar un respirador artificial a diario y que dice que estuvo "totalmente ciego" durante "18 días".

Teherán conmemora el lunes que hace 40 años Bagdad desató la guerra (22 de septiembre de 1980 en el calendario gregoriano).

Durante la contienda (1980-1988) el dictador iraquí Sadam Husein recurrió masivamente a armas químicas, a partir de 1982, en el campo de batalla.

Pero hubo que esperar a 1986 para que el Consejo de Seguridad de la ONU lamentara el "uso de armas químicas" en el conflicto bélico entre Irán e Irak. Lo volvió a hacer el 20 de julio de 1987, tras el ataque a Sardasht, en una nueva resolución, sin incriminar directamente a Irak.

- "Silencio" internacional -

Un "silencio" que tiene que ver con el hecho de que los cinco "grandes" del Consejo de Seguridad (China, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y la Unión Soviética) apoyaban militarmente a Sadam Husein. Un "silencio" que algunos supervivientes reprochan a las "potencias mundiales", especialmente las occidentales.

Se acusa a varias empresas y gobiernos occidentales de haber contribuido al programa de armas químicas de Sadam Husein en la década de 1980.

Para los "heridos químicos", como se les llama en persa, la pandemia del nuevo coronavirus, de la que no se libra la ciudad, equivale a una segunda pesadilla.

"Como su sistema inmunológico es débil (...) sus posibilidades de supervivencia son bajas" si contraen el covid-19 y "se les pide que no salgan" a la calle, explica la doctora Qadéri.

"Estamos en casa, no salimos, estamos como en una jaula", confirma Mohamad Zamani, de 59 años.

Sardasht cuenta con más de 46.000 habitantes (en comparación con unos 18.000 en 1987), sobre todo de la minoría kurda sunita.

Los modestos edificios y las casas de tejado plano se extienden en lo alto de una colina, en medio de montañas con pequeños robles, a más de 1.400 metros de altitud.

La localidad vive de la agricultura, la ganadería y el comercio.

La zona suele ser escenario de enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad iraníes y los rebeldes kurdos del otro lado de la frontera iraquí.

A primera vista, la vida parece normal. Apenas queda rastro material del drama, salvo un edificio comercial con la planta superior reventada por una de las bombas lanzadas ese día.

- "Olor a ajo podrido" -

Aquí, las ruinas son humanas y los testimonios de los supervivientes suelen comenzar por la frase: "el día que llegaron los aviones ..."

Estaban acostumbrados a ver aviones de guerra iraquíes que bombardeaban la ciudad. Pero esa tarde, las bombas lanzadas sobre cuatro barrios cayeron sin que se oyeran las explosiones.

"Vi un polvo blanco y olía a ajo podrido. Fui el primero en decir que era una bomba química porque lo había experimentado en el frente (...) en 1984", recuerda Zamani.

Otros testigos recuerdan que a los habitantes les costaba creer que pudiera ser un ataque irregular sobre una zona habitada.

Muchos siguieron los procedimientos habituales: se tumbaron en las cunetas o se refugiaron en cobijos subterráneos que quedaron rápidamente invadidos por el gas. Otros se dieron cuenta y huyeron, como Ali Mohamadi, actualmente de 56 años y vendedor ambulante de queso.

Cuando regresó al cabo de unas horas, se encontró con "una situación catastrófica, indescriptible". "En el cruce, delante del edificio de la Media Luna Roja, había cadáveres apilados para ser evacuados", recuerda.

- Un "símbolo" -

Cuando Sadam Husein fue detenido en 2003, Asadpur se sintió "feliz", pero enterarse tres años después de que el dictador derrocado fue ejecutado sin ser juzgado por sus crímenes en Sardasht lo "decepcionó".

En 2005, Maruf Zadeh declaró ante un tribunal holandés durante el juicio de Frans van Anraat, un industrial de Holanda que ayudó a Sadam Husein a comprar armas químicas.

Fue condenado a 17 años de prisión por complicidad en crímenes de guerra en relación con los ataques químicos contra Sardasht y la ciudad de Halabja, en el Kurdistán iraquí (casi 5.000 muertos en marzo de 1988).

Este veredicto alivió a las familias de las víctimas de Sardasht, sin llegar a saciar una sed de justicia que en el fondo saben que nunca llegará.

Los supervivientes hacen campaña para que se reconozca internacionalmente lo que sucedió en Sardasht y para que su ciudad se convierta en un "símbolo", como lo es Hiroshima desde la bomba atómica, con el fin de que "no se repita".

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