El coronavirus achica los ingresos de los masáis en Kenia

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En las majestuosas llanuras del Masái Mara, la pandemia de coronavirus causa estragos económicos a los lugareños, que se ganan la vida con los turistas que vienen a ver la vida silvestre de Kenia, y debilita un singular modelo de protección de la fauna.

Incluso antes de que apareciera oficialmente el virus en Kenia a mediados de marzo, el turismo, uno de los pilares de la economía, se vio afectado por las cancelaciones de enero y febrero, especialmente en mercados importantes como China, Europa y Estados Unidos.

El sector ya ha registrado una pérdida de beneficios de 750 millones de dólares (664 millones de euros) para este año, o sea la mitad de los ingresos de todo 2019, según el ministerio de Turismo.

"Estábamos a tope para este mes de junio, pero ahora tenemos cero reservas. Nada. Es terrible", explica Jimmy Lemara, de 40 años, gerente masái de un ecolodge (ecoalojamiento) en la reserva privada de Ol Kinyei.

En esta región cuya biodiversidad ha generado una próspera industria turística, la población masái, una etnia de pastores de unos 1,2 millones de personas en Kenia (2,5% de la población), depende casi exclusivamente del turismo.

Los ingresos provienen de varias fuentes: el alquiler de terrenos que, cuando se agrupan, forman reservas privadas, el pago de salarios a los empleados de los lodge que suelen ser masáis (cocineros, guías, guardias de seguridad), la venta de artesanía y las visitas turísticas del hábitat tradicional.

- 'Todo está cerrado' -

En Talek, un pequeño y polvoriento pueblo en una de las entradas a la reserva nacional del Masái Mara la población espera días mejores.

"Desde diciembre, la actividad es extremadamente limitada y ahora estamos en modo supervivencia, esperando ganar entre 150 a 200 chelines (entre 1,5 y 2 dólares, entre 1,3 y 1,7 euros) al día para poder pagar una comida", declara Ibrahim Sameri, de 38 años, cuyo pequeño taller de mecánica puede generar hasta 30 dólares al día en temporada alta.

Nalokiti Sayialel vende normalmente collares y pulseras de perlas a los turistas. "No he vendido nada en tres meses", dice la vendedora de 45 años.

"Es terrible. Todo está parado, todo está cerrado. Nunca he visto nada igual", abunda Petro Nautori, un guía turístico de 44 años que lleva sin trabajo desde enero.

La reserva nacional del Masái Mara, administrada por el condado de Narok, se prolonga hacia el norte con varias reservas privadas cuyos gerentes alquilan las tierras a los propietarios masái, que a cambio no llevan a pastar al ganado ni se asientan en ellas para garantizar más hábitat a la fauna.

Este modelo, que se comenzó a aplicar en 2005, ha permitido casi duplicar la superficie dedicada a la protección de la fauna en esta región.

En promedio, cada propietario gana unos 22.000 chelines por mes (220 dólares, 194 euros), el doble del salario mínimo legal en esta parte del país.

Pero en Ol Kinyei, como en otras reservas privadas de los alrededores, el alquiler pagado a los propietarios masái se redujo a la mitad.

Las compañías de gestión afirman estar con la soga al cuello por el reembolso de los anticipos pagados para estancias que finalmente se cancelaron y por los gastos fijos, incluido el alquiler de terrenos.

También se han reducido los salarios de los empleados de los albergues, hasta un 50%.

- Un modelo frágil -

La situación es tan precaria que muchas familias masái han decidido recurrir a su patrimonio, el ganado, para intentar generar ingresos.

"Lo poco que recibimos no basta para mantener las necesidades de la familia y tuve que vender dos cabras por unos 12.000 chelines para llegar a fin de mes", explica Julius Sanare, de 41 años, chef del eco-lodge donde trabaja Jimmy Lemara.

Debido a la epidemia de Covid-19, los mercados de ganado están cerrados, y según muchos habitantes de la región, los masái se ven obligados a vender sus animales a escondidas y a precio de saldo a compradores sin escrúpulos.

Según Mohanjeet Brar, director general de Porini safari camps, una empresa que gestiona dos reservas privadas y varios lodges en el Mara, si persiste la actual situación "catastrófica" la existencia misma de algunas reservas podría peligrar.

"Si los propietarios no cobran el alquiler (...), no tendrán más remedio que buscar otras formas de usar la tierra: cerrándola, vendiéndola o montando un negocio. Todas estas alternativas no benefician a la fauna, los elefantes y los felinos. Todo esto se perdería".

Su empresa está tratando de encontrar algo para amortiguar el shock y diversificar los ingresos: ha lanzado el programa "Adopta una hectárea" para generar fondos e intenta rentabilizar sus esfuerzos de protección del medio ambiente en el mercado de créditos de carbono.

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