Los migrantes africanos padecen hambre y xenofobia en Sudáfrica

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Un coche se aproxima a una capilla de Johannesburgo, donde muchas familias lo esperan. Uno a uno recogen las bolsas de comida del maletero y del asiento trasero y las alinean en el suelo del patio. Se sienten aliviados: podrán comer.

Para las familias alojadas en esta pequeña parroquia del barrio de Mayfair es la hora de la distribución de los paquetes de alimentos.

"Aquí mucha gente sufre debido al confinamiento. La mayoría son migrantes o refugiados y no pueden trabajar", explica su portavoz, Alfred Djanga.

"Solían trabajar en tiendas o vendían a la vuelta de la esquina. Pero ya no tienen derecho a hacerlo", continúa este abogado de 50 años que salió de la República Democrática del Congo hace 19 años. "Sin papeles, no tienen otra opción más que mendigar".

Para contener la pandemia del coronavirus, Sudáfrica vive desde hace dos meses bajo confinamiento. Aunque aligerado recientemente, ha provocado el desempleo forzado de sectores enteros de la población del país, considerado por el Banco Mundial como el más desigual del planeta.

En los barrios más pobres, muchos de aquellos que vivían de pequeños trabajos pasan hambre. Entre ellos, extranjeros que llegaron del resto de África buscando oportunidades en la primera potencia industrial del continente.

- 'Discriminados' -

Al frente de un Foro de la Diáspora Africana, el somalí Amir Sheikh organizó una ola de solidaridad.

"Desde el inicio del confinamiento, comenzamos a preparar comida para los migrantes y luego a distribuir paquetes de alimentos", dice en la oficina de la escuela coránica del barrio de Mayfair, que le sirve de cuartel general.

Cada semana, su red, financiada por organizaciones religiosas, proporciona 3.500 paquetes y 750 comidas a los migrantes.

"Es muy importante porque todas esas personas están abandonadas", lamenta Sheikh. "El hambre no tiene color, pero el gobierno sudafricano nos discrimina por nuestro país de origen. No podíamos quedarnos de brazos cruzados", afirmó.

Como parte de un plan de emergencia inédito, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa anunció la puesta en marcha de distribuciones de alimentos y de una asignación mensual de 350 rands (18 euros, 20 dólares) para los más necesitados.

Ni el jefe del Estado ni los ministros mencionaron la condición de la nacionalidad para beneficiarse de ella.

Pero los migrantes y las oenegés son categóricos: esas ayudas están exclusivamente reservadas a los sudafricanos, a pesar de que el país tiene cuatro millones de extranjeros, la mayoría sin permiso de residencia.

En un barrio de Lenasia, en las afueras de Johannesburgo, Edward Mowo, de 49 años, vive de su habilidad para dar vida a las televisiones, radios o teléfonos condenados a muerte por el comercio oficial.

Bajo el techo de chapas onduladas de su choza, este zimbabuense dice tener dificultades para alimentar a su esposa y sus tres hijos: "La gente ya no trabaja, no tiene dinero, entonces ¿cómo me van a pagar?".

- 'Desnutrición' -

"Mis hijos nacieron aquí pero no recibimos nada porque no somos sudafricanos. Incluso con mis papeles, no tengo derecho a nada", se indigna Mowo.

A cargo de la ayuda a los migrantes en la oenegé Abogados para los Derechos Humanos, Sharon Ekambaram acusa a las autoridades de su país de rechazar sistemáticamente toda ayuda a los extranjeros.

"Hasta ahora no conozco a ningún migrante cuya demanda de subsidio haya sido aceptada. La situación es realmente grave", asegura.

Interrogado por a AFP, el ministerio de Desarrollo Social remite a la justicia que ha de pronunciarse sobre varias demandas acerca de las condiciones de distribución de las ayudas.

"Desde el anuncio de las ayudas de emergencia, tuvimos en dos o tres días más de 700 llamadas de personas que solo pedían comer. Hemos visto niños que llegan al hospital desnutridos, eso no ocurría en Sudáfrica desde el advenimiento de la democracia", contó Ekambaram.

Más de un cuarto de siglo después del fin oficial del régimen racista del apartheid, el balance del gobierno de mayoría negra dista mucho de ser brillante.

Las desigualdades, la pobreza y la corrupción florecen. A esos males hay que agregar un veneno lento, la xenofobia. Regularmente, el país es presa de disturbios mortíferos que apuntan a los extranjeros.

El último episodio, en setiembre pasado, hizo que Ramaphosa fuera abucheado en el funeral de su homólogo de Zimbabue, Robert Mugabe. "Sudáfrica no es xenófoba", dijo en ese momento, disculpándose.

- 'Xenofobia institutional' -

Pero la política oficial es ambigua. A comienzos de mayo, el ministro de Finanzas, Tito Mboweni, lamentó la preponderancia de la mano de obra extranjera en los restaurantes. "La parte de sudafricanos debe pasar a ser mayoritaria", dijo en el Parlamento.

La crisis sanitaria confirmó ese discurso, según Dewa Mavhinga, de Human Rights Watch.

"Muchos migrantes carecen de acceso a los alimentos y corren el riesgo de pasar hambre. Es una violación flagrante de sus derechos que revela una tendencia a la xenofobia institucional. Si el gobierno no tiene los medios para ayudarlos, que pida ayuda internacional", dice, exasperado.

Excluidos de las prestaciones, muchos extranjeros han engrosado las filas interminables que se forman en cada distribución de productos de primera necesidad.

El Fondo de Solidaridad puesto en vigor por el gobierno para coordinar la ayuda alimentaria de emergencia garantiza no exigir prueba de identidad a los beneficiarios.

"Nuestra campaña de ayuda humanitaria está dirigida a las familias vulnerables víctimas de la inseguridad alimentaria grave en toda Sudáfrica, independientemente de la nacionalidad", aseguró una de sus responsables, Thandeka Ncube.

Pero los ilegales prefieren mantenerse a distancia por miedo a ser denunciados. "Sin permiso de residencia, su principal temor es ser expulsados. Deben esconderse de la policía", confirma Abdurahman Musa Jibro, un responsable de la comunidad Oromo (Etiopía) de Sudáfrica.

Él también afirma no haber recibido ninguna ayuda de las autoridades.

- 'Humanidad o papeles' -

"Llamamos a las puertas de todas las instituciones para pedir ayuda, nunca nos dieron nada", cuenta Jibro.

Peor aún, acusa, "algunos comerciantes incluso exigen ver sus papeles antes de vender comida..."

Gracias a la generosidad de su comunidad, su asociación ha podido alimentar a mil familias etíopes, la mayoría de ellas indocumentadas o solicitantes de asilo.

"Nos trajeron paquetes de comida, así es como sobrevivimos", cuenta una etíope de 47 años que prefiere permanecer en el anonimato. Huyó de la represión en su país y vive en Johannesburgo con sus tres hijos desde 2008, sin permiso de residencia.

"El gobierno sudafricano debería ayudarnos porque vivimos aquí. La humanidad debe ser la prioridad, antes que los papeles... Es realmente difícil", explica.

Ante la difícil situación de sus ciudadanos confinados en Sudáfrica, algunos consulados de los países vecinos se han mostrado dispuestos a organizar su repatriación.

"Es una posibilidad que barajo", dice Collin Makumbirofa, un zimbabuense de 41 años que vive desde hace más de diez años en la barriada superpoblada de Alexandra, en Johannesburgo.

"Los extranjeros contribuimos mucho a la economía sudafricana. Es injusto que el gobierno no ayude a los que viven en su territorio", se queja. "Es duro, pasamos hambre... la vida aquí se ha vuelto realmente insoportable", se lamenta.

pa/bed/mis-erl/zm