El chabacano se refina para sobrevivir

Compartir
Compartir articulo
EFE/EPA/ROLEX DELA PENA
EFE/EPA/ROLEX DELA PENA

Zamboanga (Filipinas), 22 may (EFE).- Considerado durante siglos un idioma vulgar, un español roto y mal hablado en el sur de Filipinas, el chabacano aspira a refinarse, con normas de escritura definidas, para convertirse en una lengua noble que resista la creciente influencia del tagalo y el inglés.
Aunque se habló en diferentes partes de Filipinas, el lugar donde arraigó y donde todavía goza de vitalidad es Zamboanga, una ciudad en la isla sureña de Mindanao fundada por los españoles en 1635, cuando levantaron el Fuerte del Pilar, una atalaya militar para protegerse de las tribus, principalmente musulmanas, asentadas en la zona.
"Los nativos necesitaban entender a los capataces españoles y comenzaron a repetir como loros las palabras españolas imitando su forma de hablar", explica Bert Torres, profesor de la Universidad de Mindanao Occidental.
NACIMIENTO DE LA LENGUA CRIOLLA
Ese lenguaje que crearon "parloteando" se convirtió en su forma de comunicación que les permitió entenderse con los españoles y entre ellos, explica Torres, académico que pretende preservar y dignificar el chabacano, una de las lenguas criollas más antiguas con casi cuatro siglos de vida.
Subanan, tausug, yakan o badjao eran los pueblos asentados en Zamboanga antes del arribo de los españoles, tribus con costumbres, tradiciones y lenguas propias, que carecían de un idioma común, un vacío que ocupó el chabacano que ya hablaba la población mestiza.
En la "ciudad latina de Asia", la impronta hispana es palpable en su arquitectura y el oído hispanohablante capta gran parte del mensaje en la conversaciones entre zamboangueños, así como en los carteles y su toponimia: las calles Zaragoza, Barcelona, Cervantes o Virgen del Pilar son sus arterias principales.
"La comunicación oficial escrita es todavía en inglés y casi toda la educación, pero en la comunicación social, en el mercado, la iglesia y la calle, aún prevalece el chabacano", explica Torres, que confía en que esa lengua, eminentemente oral, pronto de el salto definitivo a la letra impresa y la creación cultural.
DIGNIFICAR EL CHABACANO
Alrededor de un 80 % del casi millón de habitantes de Zamboanga habla chabacano -que tomó del español el 85 % de su vocabulario- aunque ha perdido pureza y hoy en día está mezclado con tagalo, inglés, bisaya, ilongo o dialectos de las tribus musulmanas, de modo que ahora no más del 60 % de su léxico deriva del español.
"Sólo el 14 % de los zamboangueños mayores de 16 años habla un correcto chabacano, el original", dice Torres.
Televisiones y radios locales emiten programas en chabacano y desde 2016 se aprenden las reglas del idioma en los niveles básicos de la enseñanza, para que las nuevas generaciones no pierdan esa lengua, casi en desuso entre los nacidos después de los años 80.
"Los menores de 15 años ya no hablan chabacano, pues sus padres jóvenes (nacidos en los 80 y 90) se comunican en casa en tagalo o inglés, lenguas de referencia en Filipinas", señala Torres.
A diferencia de otras lenguas minoritarias filipinas, el chabacano cuenta hoy con el apoyo de un nutrido grupo de académicos empeñados en dignificarlo, como Torres, quien elaboró el primer alfabeto del idioma -que incluye la ñ como el español- y publicó su primer diccionario hace un lustro.
LA PRESIÓN DEL INGLÉS Y EL TAGALO
El uso extendido de inglés y tagalo -originario de la isla de Luzón, la mayor de Filipinas, y adoptado como lengua nacional- está menoscabando el uso de las más de 170 lenguas minoritarias del país, "relegadas a las clases populares, gente mayor y al ámbito familiar", explica a Efe el profesor de español en la Universidad Santo Tomás de Manila, Marco Joven Romero.
"Pero eso distingue en la actualidad al chabacano, que aunque pierda hablantes, sí goza de cierto estatus social. Ya no es vista como una lengua vulgar porque es criolla española, heredada de la elite cultural clásica", explica este estudioso de los hispanismos en las lenguas filipinas.
El chabacano simplifica la conjugación de los verbos, así como la distinción de género y número, algo que la elite cultural española de la colonia veía como una corrupción vulgar y barriobajera de la lengua cervantina, consideración que ahora está cambiando.
VARIANTES CHABACANAS
Joven aclara que el chabacano es en realidad una familia de lenguas con variantes como el zamboangueño o chabacano de Zamboanga, el más hablado, pero también existen el cotabateño de Cotabato o el akbay en Davao -versiones extintas en esas ciudades de Mindanao-.
En la isla de Luzón, las variantes del chabacano son el caviteño (en la ciudad de Cavite), ternateño (en el pueblo de Ternate, provincia de Cavite) y el ermiteño (en Ermita, barrio de Manila), cuyo último hablante murió a principios de los 2000.
"Los lingüistas no se ponen de acuerdo en si los hablantes de las diferentes versiones del chabacano se entienden entre ellos. Mi impresión es que se pueden llegar a entender, pero seguramente están más cómodos hablando otra lengua común", indica Joven.
Se cree la primera variante de chabacano nació en la base naval española de Cavite, cercana a Manila, a principios del siglo XVII, entre los trabajadores traídos de México y otras partes de Filipinas que mezclaron sus idiomas con el español del capataz. Muchos de ellos luego emigraron en Zamboanga para construir la fortaleza.
El caviteño conserva tan solo unos 300 hablantes en los barrios de San Roque y Caridad, el casco antiguo de Cavite, aunque la lengua goza de prestigio e integra la identidad cultural de la ciudad.
Más curioso es el caso del ternateño, chabacano con sabor portugués que mantiene unos 3.000 hablantes en la pequeña localidad de Ternate, donde en 1663 se instalaron nativos y mestizos de las islas Molucas -donde España y Portugal reinaron conjuntamente entre 1580 y 1640- tras ser invadidas por Holanda.
La Corona Española cedió ese territorio al suroeste de Luzón a unas 200 familias de las Molucas que se mantuvieron fieles a España e importaron a Filipinas su particular versión del chabacano que aún sobrevive.
Sara Gómez Armas