Sirios contra sirios en Libia: matarse por dinero en tierra ajena

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EFE/EPA/Archivo
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Trípoli, 18 may (EFE).- Ayman contaba apenas diecisiete años cuando la guerra se asomó por primera vez a su ventana y tuvo que armar su primer fusil, obligado por la dictadura de los Al Asad. Hijo de una familia obrera en la ciudad siria de As Suwayda, el reclutamiento forzoso destruyó sus esperanzas de graduarse y aspirar a un trabajo mejor que la paleta añosa que manejaba su padre. Diez años después, ese futuro aún pasa por el fusil, aunque ahora lejos de su ensangrentada tierra: en febrero pasado se sumó a los cerca de 15.000 sirios que ahora combaten entre ellos en Libia, reclutados por los dos bandos en conflicto. “La guerra civil en Libia se ha transformando en una guerra de poder entre Rusia, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Egipto por un lado, y Turquía, Catar e Italia otro”, explica Grzegorz Kuczynski, director del programa Rusia en el prestigioso “Instituto Varsovia”. Moscú y sus aliados apoyan al mariscal Jalifa Haftar, tutor del Ejecutivo no reconocido y del Parlamento electo en el este del país, mientras que Ankara es el pilar que sustenta al Gobierno de Acuerdo Nacional impuesto en 2016 por la ONU en la capital. “Las dos partes en conflicto enviarán más contratistas y militantes para ofrecer apoyo tanto al gobierno de Trípoli como a Haftar. El reciente crecimiento en el número de mercenarios rusos, pagados por las monarquías del Golfo, sirve para combatir la afluencia de insurgentes sirios, previamente redistribuidos por Turquía”, afirma. El enfrentamiento fratricida estalló en Libia en 2015, tras el fallido proceso de paz impulsado por la ONU, y se recrudeció en abril del pasado año, fecha en la que Haftar, hombre fuerte del país, puso cerco a la capital, cuyo gobierno comparte con poderosas milicias de inspiración salafista. Desde entonces, la contienda emanada de la revuelta que en 2011 acabó con la dictadura de Muamar al Gadafi ha devenido en un conflicto multinacional, el primero totalmente privatizado del presente siglo, carente de Ejércitos, que libran milicias locales y Compañías Privadas de Seguridad Militar (PSMC) extranjeras de diversas nacionales atraídas por el negocio multimillonario que representa. A parte de la riqueza petrolera, los jugosos contratos para la reconstrucción futura y la relevante posición estrategia que Libia tiene en el Mediterráneo central son el aliciente para rusos y turcos. Además, sus arenas se ha convertido en un campo perfecto para probar nuevas armas, como sistemas antiaéreos portátiles de fabricación china FN-6, capaces de derribar cazas tipo MiG-21, o lanzaderas de misiles antitanque guiados por calor y mirilla ATGM rusa nunca vistos en otras guerras. LA VÍA RUSA “Los reclutamientos comenzaron en diciembre a través de organizaciones afines al gobierno y el primer grupo salió en enero”, explica Tawfiq, periodista del diario digital local As Suwayda24. Según la publicación, el alistamiento fue gestionado por Shibli al Shaer, miembro destacado del Partido Al Shabab, en coordinación con “Wagner Group”, una empresa de mercenarios propiedad del oligarca ruso Yevgeny Prigozhin, amigo íntimo del presidente Vladimir Putin. Fundada en 2013 por el ucraniano Dmitriy Valeryevich Utkin, comandante de una unidad de elite de las fuerzas especiales rusas (Spetsnaz GRU), Wagner Group se ganó el reconocimiento del Kremlin en la guerra de Donbass. Presente en el conflicto interno de Sudán y la República Centroafricana, donde Prigozhin tiene importantes intereses mineros, sufrió su peor derrota en la batalla de Khasham (Siria) en un combate entre fuerzas estadounidenses y soldados de Al Asad, con los que colabora de forma estrecha. Wagner Group es la más mediática de las empresas de mercenarios rusas, pero en Libia también combaten otras con experiencia en Siria y Ucrania como RSB Group, Moran o Shchit Group. “Existen documentos del partido que explican la operación. En ellos se explica que combatirán en Libia junto a las tropas de Hafter y que lo harán junto a los mercenarios de Wagner”, argumenta el diario digital sirio, que aporta algunos de esos documentos en su información. De acuerdo con algunos de ellos, el contrato incluía un sueldo de 1.000 dólares la mes si el destino era vigilar los oleoductos, y de 1.500 si era una unidad de combate, además de primas de 4.500 dólares si resultaba herido y de 10.000 a su familia si fallecía. “Si tenemos en cuenta que las milicias pagan unos 90 dólares al mes, sin otras compensaciones, por luchar en Libia, entenderán que es una oferta difícil de rechazar. Sobre todo si no ves otros horizontes”, explica a Efe un agente de Inteligencia europeo en Libia. Una vez firmado el contrato, los voluntarios como Ayman son trasladados a una base de los Servicios de Inteligencia militar de Bachar al Asad en Homs, donde reciben entrenamiento básico, antes de ser transportados al este de Libia desde la área siria de Latakia, en la costa del Mediterráneo. “Muchas familias no saben nada de los contratos, ni siquiera que sus hijos o maridos se han marchado a Siria. Un día alguien les comunica que ha muerto y les da algo de dinero, nada más”, denuncia la citado agente europeo, que por razones de seguridad prefiere no ser identificado. Mucho menos de la mitad de lo que los mercenarios rusos cobran por el mismo trabajo en Siria y Libia. Según informes del Warsaw Institute, las PSMC rusas pagan a sus propios soldados en torno a 4.000 dólares al mes y sus familias pueden recibir hasta 40.000 por su muerte. Un buen negocio para el Kremlin si se considera que, además de reducir el gasto que supone movilizar a su propio Ejército, garantiza su influencia en los conflictos y elude tanto el deterioro político que causa el regreso de los ataúdes como la rendición de cuentas frente a los eventuales abusos. “Las fuerzas mercenarias rusas ofrecen un valioso refuerzo para Haftar debido a su experiencia en combate y habilidades militares especializadas. Aunque se creía que el gobierno de Trípoli había documentado entre 600 y 800 combatientes rusos vistos en Libia, este número parecía mucho menor hasta principios de enero”, explica Kuczynski. “Sin embargo, comenzó a crecer bruscamente a partir de enero, a raíz de la llegada de las empresas mercenarias Moran y Shchit, en respuesta a la aproximación de las fuerzas sirias”, que han contribuido a frenar el avance del mariscal, agrega el experto. LA VÍA TURCA A los combatientes pro turcos, las propuestas comenzaron a llegarles en diciembre de 2019, tanto en el interior de Siria como en las embarradas calles del campo de refugiados levantado junto a la ciudad turca de Gaziantep, 30 kilómetros al norte de la frontera con Siria. Según fuentes del opositor Ejército Nacional Sirio (SNA, en sus siglas en inglés), la oferta incluía contrato de nueve meses, con un salario mensual de 2.000 dólares y primas por herida y deceso similares a las ofrecidas por las compañías rusas a sus “enemigos” sirios en el sur. Entre los primeros en responder, veteranos de la “División Hamza”, que ya habían combatido junto a las tropas turcas en el Kurdistán sirio. Introducidos en Turquía a través del paso militar de Hawar Kilis, unidades de los servicios de Inteligencia turcos (MIT) les proporcionaron fusiles de asalto M16 y uniformes en una base próxima a Gaziantep, en la que recibieron entrenamiento antes de partir al nuevo frente. “Los turcos llegan en vuelos regulares a Trípoli y a Misrata, tienen unos documentos especiales y entran por una puerta distinta en el aeropuerto, sin quede nada registrado”, explica Ali Marwan, un traductor libio que ha trabajado con ellas. “De ahí, según sea su contrato y su formación, son enviados a un lugar a otro. Muchos están al mando de antiaéreos de 14 y 25 milímetros que disparan contra los drones y aviones de Emiratos Árabes Unidos que apoyan a Hafter”, señala. Fuentes del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos detallan, asimismo, que entre los primeros en aterrizar también había numerosos miembros de la Brigada “Sultán Murad”, un cuerpo de elite formado en su mayoría por sirios de origen turcomano entrenados por el MIT que lucha en la zona de Alepo, donde han sido acusados de crímenes de guerra. A mediados de diciembre, apenas un mes antes que el presidente turco, Recep Tayeb Erdogan, anunciara el desembarco de soldados turcos en Libia, los comandantes de la citada brigada Fahim Issa, Mohamad Suhaithli y Ali Yarmouk hicieron lo propio en el noroeste del país. De acuerdo con el Observatorio, desde entonces alrededor de 8.500 mercenarios sirios han sido enviados a Trípoli y la ciudad -estado de Misrata desde Turquía para sumarse a las milicias del GNA en la defensa de la capital. Cerca de 2.500 más se entrenan en campos de Turquía pese al creciente malestar de los que ya están en el frente que, según el propio Observatorio, han comenzado a desertar y buscan huir a Europa después de que no hayan recibido ni las soldadas ni las compensaciones prometidas. “Rusia y Turquía han estado tratando de cooperar entre sí durante algún tiempo, pero siguen apoyando a rivales enfrentados en los conflictos de Oriente Medio. Esto ocurrió en Siria y está sucediendo nuevamente en Libia”, explica el Observatorio. “Se están enviando fuerzas turcas para reforzar las fuerzas del (presidente el GNA, Fayez) al Sarraj en la batalla por Trípoli, donde se encuentran luchando contra mercenarios rusos oficiales”, añade. UN APÉNDICE DE SIRIA El frente de batalla comenzó a mutar en un apéndice de la guerra en Siria en enero de este año, fecha en la que la llegada de los mercenarios enviados por Turquía llevó a que los sirios volvieran a enfrentarse entre sí, pero ahora en tierra extraña. La guerra civil que sacude libia se agravó el 4 de abril de 2019, fecha en la que Hafter inició un asedio a la capital con el secretario general de la ONU, Antonio Gutierres, de visita oficial en un claro mensaje a la comunidad internacional. El mariscal avanzó rápido, como hizo en el sur, y a finales de diciembre ya controlaba gran parte del perímetro rural que rodea el sur de Trípoli y el antiguo aeropuerto internacional de la capital, clave para la conquista de la ciudad. También había colocado sus mejores divisiones en el frente de la poderosa ciudad-estado de Misrata, que mantiene estrechos vínculos con Ankara desde tiempos del imperio Otomano. En este contexto, Erdogan anunció en enero pasado el envió de tropas -único país que oficialmente lo ha hecho- y junto a su colega ruso Vladimir Putin forzó una tregua pantalla y un proceso de diálogo que fracasó a los pocos días. Desde entonces, cerca de 300 mercenarios sirios han muerto en combates en Trípoli y Misrata, según las cifras del Observatorio sirio. “No sabemos cuántos han muerto del lado de Hafter, pero serán menos porque Hafter no solo cuenta con mercenarios sirios. La mayor parte de sus fuerzas de choque son mercenarios árabes sudaneses “Janjaweed” también vinculados a Prighozin y Rusia”, explica a Efe el agente de Inteligencia europeo. “Los sirios han sido fundamentales en el cambio de tendencia, han ayudado a frenar a las fuerzas del este. Pero estas aún mantienen su superioridad”, agrega el agente. “Lo que parece es que nos acercamos a una nueva fase. Hafter sabe que la victoria militar es muy difícil y costaría mucha sangre. Y ahora pretende iniciar un nuevo proceso de diálogo, pero nuevo, desde la nueva posición de fuerza que tiene”, añade. “El Gobierno de acuerdo nacional y Turquía quieren recuperar parte del terreno perdido y agarrarse al status quo anterior. Aún quedan muchos capítulos”, de una guerra privatizada y ajena, a la que los sirios se han visto arrastrados por dinero tras una década de miseria y enfrentamiento en su propia tierra, concluye. Mohamad abdel Kader y Javier Martín