Los amantes del khat en Yemen no conocen el confinamiento

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En un mercado abarrotado de Saná, los consumidores de khat (una planta psicoestimulante), sin mascarillas y apenas a unos centímetros de distancia, están más ocupados observando la mercancía que cumpliendo las reglas de precaución contra el nuevo coronavirus.

En el país más pobre de la península arábiga, asolado por más de media década de guerra y enfrentado a la peor crisis humanitaria del planeta según la ONU, el consumo de khat ('catha edulis'), con efectos euforizantes, forma parte del día a día.

Ali Al Zubairi acude todos los días al mercado de khat en Saná, la capital. Rechaza la idea de que el gobierno cierre este lugar porqué "los yemeníes viven del khat".

Para limitar la propagación del virus, habría que "desplazarlo hacia lugares más abiertos", declara a la AFP.

"Pero si cierran el mercado del khat, creedme, el 98% de los yemeníes reprobarán esta decisión", insiste este hombre vestido con una camisa rosa y una chaqueta negra.

La amenaza de una catástrofe sanitaria en cambio se cierne sobre el país, con un sistema de salud precario. Y la escasez de agua, así como las condiciones de vida miserables en los campos de desplazados, ya han provocado epidemias, de cólera, por ejemplo.

Saná no ha registrado oficialmente ningún caso de contagio, pero el país, que no cuenta con medios para efectuar tests a gran escala, anunció esta semana sus dos primeros muertos por el virus, para un total de seis casos.

La guerra en Yemen enfrenta a las fuerzas del gobierno reconocido por la comunidad internacional, apoyadas desde 2015 por una coalición bajo mando saudita, y a los rebeldes hutíes, respaldados por Irán, que se apoderaron de zonas del norte del país, incluido la capital.

Desde hace cinco años, el conflicto causó decenas de miles de muertos, esencialmente civiles, según oenegés, y desplazó a más de tres millones de personas. Unos 24 millones de yemeníes --más del 80% de la población-- dependen de ayuda humanitaria, según la ONU.

- Fuente de ingresos -

Como en África oriental, sobre todo en Etiopía, estas pequeñas hojas verdes gozan de gran popularidad en Yemen.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 90% de los hombres adultos mastican esta planta entre tres y cuatro horas al día.

El número de mujeres consumidoras podría alcanzar el "50%, incluso más" y entre un "15% y 20% de los niños de menos de 12 años" lo consume a diario.

La OMS no considera el khat como una "droga que provoca una gran dependencia" pero alerta sobre sus efectos, especialmente la depresión, incluso la psicosis.

Entre inmuebles en ruinas y bajo lonas inestables, los vendedores del mercado de Saná llaman con insistencia a los clientes. Uno de ellos saca de pequeñas bolsas de plástico hojas de khat que extiende con delicadeza para mostrar la calidad. Los clientes, la mayoría hombres, se dan empujones y sacan sus billetes.

En un país con la economía hundida, muchos se pusieron a vender khat para procurarse unos ingresos. Es el caso de Ahmed Saleh, un exprofesor de una escuela pública que no recibe su salario desde hace cuatro años.

"Cerrar el mercado por el coronavirus traerá hambre. Mucha gente depende de esto", asegura a la AFP este exfuncionario con un turbante blanco y rojo. Es categórico: el khat es la "fuente principal de ingresos" de muchos yemeníes.

- Entrega a domicilio -

En Saná, los hutíes tomaron medidas de precaución contra la pandemia. Las escuelas están cerradas y los vuelos de la ONU, los únicos que operaban, suspendidos. Pero cualquier decisión sobre el khat es delicada.

Para el responsable de sanidad de Saná, Mutahar Al Marwani, "cualquier medida que afecte a las fuentes de ingresos de la población debe estudiarse cuidadosamente".

"Se deben encontrar soluciones en caso de cierre [del mercado] para que la gente pueda continuar viviendo", señala este miembro de los hutíes a la AFP.

Una de las soluciones que se han aplicado ya para algunos vendedores es la entrega a domicilio, desarrollada en el mundo entero debido al confinamiento.

Ghaleb Al Hasimi confirma que con la propagación de la epidemia en los países vecinos del Golfo algunos clientes temen contagiarse entre la multitud. "La gente exige que nadie más que yo toque el khat que envío a sus casas", dice.

Omar Al Ibbi forma parte de estos clientes prudentes. "Cincuenta personas tocan la misma bolsa de khat", se indigna. "Mi khat llega directamente a mi casa", añade este consumidor habitual que teme que los mercados sean "la primera causa de una propagación rápida del virus.

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