AP FOTOS: La carrera de España contra el virus en imágenes

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MADRID (AP) — España esperaba una brillante y esperanzadora primavera con flores, partidos de fútbol y festivales de música. La ciudad de Valencia, en la costa este, tenía previsto quemar sus monumentales esculturas satíricas como cada año en las Fallas. A medida que los días se alargaban, cafés y bares servían los primeros vermuts al aire libre de la temporada.

Luego de años de sacrificio y austeridad, el país había pasado página tras lo peor de la crisis económica de la década pasada. Incluso en el plano político había cierto lugar al optimismo después de cuatro elecciones generales en otros tantos años. Una cierta normalidad se había asentado también en el conflicto sobre la independencia de Cataluña, y una nueva coalición de gobierno daba sus primeros y vacilantes pasos con la esperanza de durar más los ejecutivos que la precedieron.

Pero entonces llegó el coronavirus, desatando su letal fuerza letal por todo el país.

La primavera quedó cancelada de inmediato, como ocurrió con las Fallas y las procesiones, mitad religiosas y mitad paganas, omnipresentes durante la Semana Santa. Ahora, tras un mes de confinamiento y cerca de 20.000 decesos confirmados, el país espera que lo peor haya pasado, al menos desde el punto de vista médico.

Pero reactivar la economía y evitar el caos político y financiero supondrá meses, o incluso años, de dificultados.

Un equipo de fotógrafos de The Associated Press _ formado por Emilio Morenatti, Joan Mateu, Manu Fernández, Bernat Armangue, Santi Palacios, Felipe Dana, Álvaro Barrientos y Paul White _ trató de captar la angustia y la desesperación de los españoles, pero también su esperanza y humanidad.

Visitaron hospitales de campaña y centros médicos desbordados, se convirtieron en la sombra de médicos y enfermeras en sus visitas domiciliarias a ancianos, compartieron el dolor de las familias que enterraban a unos seres queridos de los que no habían podido despedirse y lucharon contra las trabas para documentar las filas de féretros que autoridades a todos los niveles querían mantener lejos del ojo de la opinión pública.

Había habido advertencias sobre el virus. Pocos las escucharon y aquellos que lo hicieron no fueron tomados en serio. Incluso cuando el epicentro de la pandemia pasó de China a Italia, pocos pensaron que España se convertiría en el siguiente punto caliente en el mapa.

Entonces, un extranjero dio positivo al coronavirus en la isla mediterránea de Mallorca. Días después, un hotel en las Islas Canarias _ el soleado paraíso invernal para los europeos del norte _ fue puesto bajo cuarentena. Una residencia de ancianos de Madrid reportó un inusual número de casos de neumonía. El club de fútbol Valencia y sus aficionados viajaron a Milán el 19 de febrero, donde se apiñaron en un estadio en el corazón del brote en Europa.

Pronto fue demasiado tarde. El virus, según supieron más tarde las autoridades, había estado circulando durante días, propagándose libremente mientras miles de personas acudían a un mitin de extrema derecha, decenas de miles participaban en manifestaciones por el Día de la Mujer, y muchos más presenciaban eventos deportivos, obras de teatro y conciertos.

España se aisló cuando el número de casos confirmados se acercaba a los 6.000, con apenas 136 decesos. Mientras el arco de contagios se doblaba en la curva más pronunciada vista hasta entonces, las autoridades impusieron lo que calificaron de “hibernación” oficial, suspendiendo toda actividad económica no esencial durante dos semanas.

Ahora, el país tiene más de 180.000 casos confirmados y el dato de muertes solo está por debajo del de Estados Unidos e Italia. Pero como el acceso a las pruebas ha sido limitado y el reporte de los decesos irregular, las estadísticas oficiales no pueden ofrecer una imagen completa de la situación.

Como en otras partes, el virus ha sacado lo mejor y lo peor de los españoles. Por cada uno que se apresuró a almacenar papel de baño y legumbres, muchos más se ofrecieron como voluntarios para llevar medicamentos y comida a las personas que estaban encerradas en sus casas o en situación de riesgo, como los ancianos o los sin techo.

Cada noche, desde las ventanas se animó con aplausos a unos médicos y enfermeros que, sin los equipos de protección adecuados, se infectaron a una tasa más alta que sus colegas en el extranjero. Esas mismas ventanas cobraron una importancia vital para socializar, igual que internet y las videollamadas. Al tiempo que tomaban algo de aire fresco, la gente compartió canciones o bailes y redescubrió a sus vecinos.

La pérdida de seres queridos se ha dejado sentir especialmente en residencias de ancianos y en comunidades rurales que ya luchaban por no desaparecer. En la prensa local, las esquelas reemplazaron a los anuncios que, hasta hace apenas cinco semanas, instaban a los lectores a comprar una vivienda, un auto o a contratar un seguro.

El distanciamiento social ha sido difícil para los españoles, que suelen saludarse con dos besos en la mejilla, incluso en reuniones de trabajo. El ruido de las vidas que se vivían a gran velocidad ha sido reemplazado por el silencio, una quietud que solo interrumpe el sonido de las sirenas.

El camino por delante será duro. El Fondo Monetario Internacional dijo que la economía del país será una de las más golpeadas. El desempleo volverá a subir. Las colas regresarán a las oficinas de empleo y a los comedores de beneficencia. Y los más vulnerables _ migrantes, mujeres, niños, ancianos y discapacitados _ pagarán el precio más alto.

Las cámaras serán tan necesarias entonces como lo son ahora.