La presión en la vida cotidiana de quienes prestan servicios de aborto en EEUU

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Durante siete años, Julie Burkhart trabajó junto al doctor George Tiller hasta su muerte en 2009, cuando un extremista antiabortista le disparó en una iglesia de Kansas, en Estados Unidos.

Desde entonces, Burkhart tomó el relevo. "Nunca me arrepentiré, porque era lo que había que hacer", dice esta mujer de 53 años, que se ha enfrentado a un sinfín de obstáculos para ejercer su trabajo como administradora de la clínica, incluidas amenazas de muerte y protestas en la puerta de su casa.

"A veces, sin importar el precio, tienes que hacer lo correcto".

Como ella, médicos, enfermeras y gerentes de clínicas luchan diariamente para ofrecer acceso al aborto en el Medio Oeste y el sur de Estados Unidos, donde la religión está profundamente arraigada en la sociedad.

El futuro del aborto será debatido ante la Corte Suprema de Estados Unidos este miércoles. Varios proveedores de servicios de aborto declinaron hacer comentarios a la AFP por temor a posibles consecuencias.

Pero no Burkhart. Aunque desde el asesinato de Tiller, ella piensa constantemente en su propia seguridad, la de su familia y la de su equipo de trabajo.

Después de un intento de asesinato en 1993, Tiller, uno de los pocos ginecólogos que realizaba abortos terapéuticos tardíos -entre las 22 semanas y el tercer trimestre-, comenzó a usar un chaleco antibalas. "A menudo, tenía su chaleco antibalas en el sofá de su oficina. Creo que me volví insensible al nivel de riesgo", estima Burkhart.

La muerte de Tiller de un disparo en la cabeza por un hombre que afirmaba que quería salvar a los niños no nacidos fue un golpe brutal de realidad.

El asesinato fue duramente condenado, incluso en la comunidad antiabortista, pero los ataques continuaron. Tres personas más fueron asesinadas en 2015 en una clínica de Colorado Springs, lo que elevó el número de muertes por violencia antiaborto a 11 desde que se legalizó el procedimiento en 1973.

En el transcurso de esas décadas, también ha habido 26 intentos de asesinato, 42 ataques con bombas y más de 300 robos en varias clínicas, según la Federación Nacional del Aborto de Estados Unidos.

- "Una montaña rusa" -

Tras la muerte de Tiller, su viuda vendió su clínica Women's Health Care Services, en la ciudad de Wichita. "Dios mío, no puedo culparla", dijo Burkhart, quien trabajó como portavoz y cabildera de Tiller entre 2001 y 2009. "Pero justo después de que ella tomara esa decisión, pensé que teníamos que volver a abrirla".

"Seguí esperando que otros dieran un paso y lo hicieran, tal vez un médico de la comunidad", dijo, admitiendo que también quería tirar la toalla.

"Sentí que estaba en una montaña rusa superveloz".

Al ver que nadie intervenía, Burkhart se sintió llamada por la "responsabilidad": creó la Fundación Trust Women, compró la clínica de Wichita y abrió una segunda en la vecina ciudad de Oklahoma.

En 10 años, ha sufrido amenazas de muerte, robos en sus clínicas y protestas fuera de su casa. En un momento, la presión fue tan fuerte que se vio obligada a contratar guardaespaldas solo para llevar a su hija adolescente a la escuela.

Todo esto terminó asustando a los médicos locales. Incluso los que trabajaron con Tiller se han negado a regresar. Hoy, Burkhart tiene que traer médicos de otros estados, a menudo desde las costas este y oeste, típicamente más progresistas.

- "Aislamiento" -

Más allá de los problemas de seguridad, a los médicos locales les preocupa ser discriminados por sus colegas, perder sus licencias para operar en hospitales o ser despedidos debido a sus prácticas, dijo Burkhart.

Otro obstáculo es el dinero: los bancos se negaron a otorgarle préstamos para reabrir la clínica de Tiller. "Tuvimos que recaudar dinero de donantes", explicó.

En cuanto a las autoridades estatales, han aprobado una ley tras otra, oficialmente para proteger la salud de los pacientes. Sin embargo, en realidad, las normas han creado tantos obstáculos que el número de clínicas de aborto en Kansas se ha reducido de 23 en 1980 a solo cuatro en todo el estado. En el vecino Oklahoma hay solo seis.

También hay mucha presión social. "Uno puede llegar a sentirse bastante aislado. La gente no siempre quiere asociarse con personas como yo que practican abortos", confesó Burkhart con un pequeño suspiro.

"Dependiendo del grupo de personas con las que me veo, puedo no contarles todo sobre mí. Podría protegerme de eso para no tener que preocuparme por cómo me juzgan".

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