arteBA 2016: las ruinas de Tecnópolis, del Conurbano a la Rural

Antrópolis, un extraño parque de desechos, funcionó a un costado del predio de Villa Martelli como contracara del optimismo tecnológico. Infobae dialogó con su creador, también director de "Cuerpo de letra", un inédito documental sobre las pintadas políticas

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Tierra removida, montañas de escombros, vigas de hierro en desuso, postes de luz torcidos y otro mobiliario urbano desplazado de lugar; un auto destartalado. Algo no muy distinto de un depósito de chatarra entre la vegetación salvaje, a metros de la General Paz. Pero lo que para una mirada inadvertida pasa como un pedazo de terreno más o menos característico del paisaje que se extiende a los costados de la línea imaginaria y real de asfalto que divide Capital del Gran Buenos Aires, resulta ser una instalación ideada por El nuevo municipio, un colectivo de artistas que trabaja con la imaginación sobre las transformaciones del espacio público. Sus integrantes, Julián D'Angiolillo –artista visual-, la arquitecta Agnese Lozupone y el paisajista Guido Leveratto, la promocionaron como "La mejor obra de LandArt del conurbano".

El emplazamiento formó parte de la primera Tecnópolis en 2011, pero pasó desapercibido para muchos de sus visitantes. Sobre uno de los márgenes de la megaexposición de ciencia y tecnología, en un predio que en otro tiempo funcionó como centro clandestino de detención y campo de prácticas del batallón 601 del ejército, Antrópolis surgía como un pasaje siniestro entre las pantallas del futuro y el horizonte mayor del conurbano.

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"Nos transformamos en una especie de esponja sintomática de Tecnópolis", dice D'Angiolillo. Le gustan las distintas variantes para definir su obra: cabe también concebirla como parásito, porque reutilizaron los restos abandonados en el terreno de dependencias militares ya demolidas y los materiales descartados por los stands de la feria. Cierta ayuda de los cooperativistas de Tecnópolis y de su maquinaria fue indispensable para darle forma a este antiparque.

Con un poco más de atención, los que pasaban por Antrópolis camino a Tecnópolis hubieran percibido cosas fuera de lo normal: extraños anuncios que se confundían con los de la feria principal, voces lejanas que evocaban el pasado de una patria desaparecida hace mucho tiempo, un jardín estilo francés a salvo del descuido del terreno y una disposición muy poco práctica de los postes de alumbrado público. Sobre sus límites, leyendas llamativas como "suburbio a largo plazo", y en los paneles de madera divisorios, manos pintadas como en antiguas cuevas; en días especiales, el desfile de un ballet folklórico o marchas militares de la fanfarria de granaderos General San Martín. Como si se tratara de un agujero en el espacio-tiempo, Antrópolis era capaz de albergar, a la vez, la pesadilla suburbana de una novela de J.G Ballard y una isla semejante a La invención de Morel, pero en Villa Martelli.

Por estos días desembarcó, con algunas de sus piezas y registros de lo que fue aquella experiencia, en la nueva edición de arteBA, donde ocupa uno de los rincones destacados. Infobae entrevistó a Julián D'Angiolillo, cabeza del proyecto y además documentalista notable, quien habló sobre la exposición y acerca de su última película, Cuerpo de letra, una mirada al mundo de las pintadas políticas en los espacios vacíos de las autopistas de acceso a la ciudad.

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–En la presentación del proyecto de Antrópolis decís que surgió como una fantasía distópica. ¿Podrías explicar esta idea?

–En un principio se trataba de una instalación en la cual nosotros queríamos hacer uso del mobiliario urbano desfuncionalizándolo. A medida que la feria crecía, se constituyó como un lado B de Tecnópolis. Frente a lo que apuntaba como ciudad tecnológica del futuro, Antrópolis venía a ser, como podría indicar su nombre, la ciudad de los hombres, más vinculado con cierta idea de preservación. Y ahí es donde entra la distopía. Al fin y al cabo es lo que sucedió con la montaña de escombros después de que Antrópolis dejó de funcionar en el predio: fue ocupada por los Andes del parque Paka Paka. Zamba se colocó sobre esos Andes y es curioso ver que esas montañas que tenían esos escombros del batallón 601 después fueron cubiertas por estos Andes representados. Hoy día es un misterio qué va a pasar con esos Andes, lo más probable es que no siga ese parque infantil.

–El proyecto, si bien fue aceptado como parte de Tecnópolis, permitió abrir una interrogación quizás incómoda o imprevista dentro del marco de crecimiento y desarrollo tecnológico de la feria. ¿Cuál fue la respuesta de los visitantes y demás expositores frente al paisaje de ruinas y escombros de Antrópolis?

–Las apropiaciones fueron muy distintas. Era muy interesante ver cuando el afluente del público llegaba a la feria. Muchas veces entendían a Antrópolis como una continuidad del conurbano, creían que no habían llegado a Tecnópolis todavía. Servía entonces como un enlace entre esa ciudad del futuro que había aterrizado en el conurbano y el propio conurbano. Se generó una simbiosis particular. Y enseguida se constituyó como un referente muy fuerte para el personal mismo de Tecnópolis, tanto a favor como en contra. Había gente de la feria que decidía pasar su rato libre en Antrópolis, tener su momento de almuerzo allí y otros que lo odiaban y les parecía horrible.

–Ahora la obra dejó el suburbio y va a ser presentada en uno de los predios de más larga tradición en la ciudad. ¿Qué es lo que va a ver el público en arteBA?

–En arteBA lo que vamos a exponer tiene que ver con algunos registros y documentación. Hay un video y una parte de la instalación sonora que estaba originalmente en Antrópolis, una serie de dibujos, de fotografías y pasacalles. Es como una memorabilia de aquel paisaje. Tiene también que ver con la presentación de un libro que es una especie de diario sobre todo el proceso, con bocetos previos de la instalación y fotografías de eventos que se realizaron dentro de Antrópolis.

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–La instalación estuvo desde el inicio abierta a un proceso de transformación continuo que es una marca distintiva de tu trabajo en general y que tiene que ver también con el uso del espacio público. ¿Todo cuenta como aprendizaje y readaptación o te molesta modificar tus planes?

–Bueno, uno de los eslóganes en los pasacalles de Antrópolis es "Futurología no se puede hacer. Recalculando..." Que es también esa continua frase que lanza el GPS que nos obliga todo el tiempo a recalcular nuestros planes. Y de alguna forma es una actitud constante en la vida, me parece que quien más estáticos tenga esos objetivos, más infeliz o más desgraciado puede ser su paso por este mundo. Hay que tener cierta flexibilidad, y en ese sentido Antrópolis era una obra que se pudo adaptar muy fácilmente al funcionamiento que tenía Tecnópolis, sobre todo en esa primera edición en la cual se tenían que inventar a sí mismos. Todavía no estaban constituidos con una identidad muy firme. Hubo que transformar ese predio militar en el cual se hacían simulaciones de guerra –eran realmente cañaverales- a lo que es ahora.

–La instalación estuvo allí por un par de meses. En cambio, Tecnópolis finalmente perduró más tiempo. ¿Qué impresión te queda de la feria a la luz de estos últimos años?

–La feria se fue consolidando tanto hasta un punto que no pudo tolerar un proyecto como Antrópolis. Ya en la segunda edición Antrópolis no existía más. Pudo existir solo ese año porque había como un pasadizo por el cual podía entrar esa fantasía distópica. Estamos agradecidos pero también tenemos conciencia de que era un proyecto inviable a largo plazo, porque era dejar un territorio rendido a esa transformación con un mínimo control.

–De este trabajo surge luego la película que estrenaste el año pasado, Cuerpo de letra, que continúa por la misma geografía bonaerense. ¿Cómo empezaste a trabajar en la película?

–Cuerpo de letra es heredera de la experiencia de Antrópolis. Algunos de los cooperativistas que conocimos durante la feria hacían pintadas políticas en su trabajo cotidiano, y pudimos ver cómo hacían su labor y usamos esa técnica para establecer algunas frases que se vieron en Antrópolis. Lentamente la película fue empezando a crecer porque me parecía un mundo muy interesante y muy autónomo con sus propias leyes. Se despegó como un proyecto independiente, sobre todo porque estaba muy imbricado con lo que significaba la campaña y con un litigio de la política que está en otro terreno, que generalmente no se ve. No tiene que ver con la televisión, tiene que ver con la calle y con espacios residuales que al fin y al cabo a nadie le interesan, ni siquiera a los propios municipios. Son espacios abandonados que son aprovechados por estas brigadas para estampar los nombres de los candidatos.

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–No es el mundo de los jefes políticos ni el de la militancia, sino el de estos sujetos casi invisibles y sin bando que ponen su firma debajo de las pintadas. ¿Por qué elegiste ese enfoque?

–Me pareció interesante cuando empecé a descubrir ese mundo, y a investigar, que había muchas brigadas que trabajaban por encargo. No tenían una convicción ideológica, podían pintar para un partido político a la mañana y para otro a la tarde... lo cual creo que es un signo de época. La estructura de la película se plantó en ese esquema, en la fábula del pasaje de una brigada a otra y de un cliente a otro. Ese pasaje tiene más que ver con una fidelidad al referente de las brigadas que a un referente político. La fidelidad política se define más en un territorio inmediato que en la macropolítica, y creo que eso es un poco así en todos los ámbitos.

–La fecha de estreno de la película coincidió con las últimas elecciones presidenciales, pero la habías filmado antes y de algún modo anticipa el escenario actual. Por otro lado, el espacio del conurbano cambió de signo político, con un partido más orientado a una forma de comunicación que pasa por lo digital.

–Bueno, es paradójico porque la escena final de la película donde se baten a duelo, previo a la veda política, cuando tienen que disputarse las paredes de forma definitiva para que queden antes de las elecciones, esos dos bandos tienen que ver con los dos partidos que hoy están gobernando: con el PRO y con Massa como un interlocutor estratégico del gobierno en la actualidad. No sé si quise hacer futurología... (risas) pero el rastro documental nos llevó hacia esas paredes en ese momento. Son partidos que también usan estos recursos y creo que los van a seguir usando. Lo paradójico también es cómo este oficio de los letristas que puede ser considerado obsoleto todavía tiene uso y tiene importancia como una forma estratégica a nivel político territorial.