Cómo fueron los primeros encuentros de la CGT con los presidentes

Mauricio Macri recibirá este jueves por primera vez en Casa Rosada a los representantes de los gremios. Cómo fueron los contactos inaugurales entre mandatarios y sindicalistas desde el regreso de la democracia

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La reunión se palpita decisiva, por la puntualidad y trascendencia de los temas a tratar NA 162
La reunión se palpita decisiva, por la puntualidad y trascendencia de los temas a tratar NA 162

A dos meses de iniciada su gestión, Mauricio Macri recibirá mañana por primera vez a los dirigentes más influyentes del sindicalismo peronista, que vienen clamando por este encuentro desde el momento en que la coalición Cambiemos se impuso en las pasadas elecciones.


La reunión se palpita decisiva, por la puntualidad y trascendencia de los temas a tratar (precios, inflación, salarios y política impositiva, entre otros ítems), pero sobre todo porque a partir de los resultados se podrá conjeturar, quizás, qué tipo de relación van a articular el Presidente y los gremios los próximos cuatro años.


Con mayor o menor grado de protagonismo durante los sucesivos gobiernos desde el retorno de la democracia, en 1983, las organizaciones inscriptas en esa enorme amalgama llamada CGT (hoy partida en tres), se han mantenido fieles, sin importar el contexto, a un libreto: el de presentarse como garantes de la paz social.


Esto se lee de una sola manera: si se atienden las demandas, las bases estarán contenidas; caso contrario, un escenario de alta conflictividad podría merodear a la vuelta de la esquina. Vaya a saber con qué grado de sutileza van a plantear esto a Macri, de quien esperan en lo inmediato un gesto a favor de los trabajadores, de igual tenor que los beneficios que recibieron el campo o la banca en estas primeras semanas del gobierno Pro.


Si es cierto que la historia alecciona, especialmente por aquello de no volver a tropezar con las mismas piedras, conviene repasar cómo fueron los contactos inaugurales con el poder sindical, desde la administración de Raúl Alfonsín hasta acá.


Para el presidente radical, el vínculo con los gremios fue algo parecido a una gran piedra en el zapato, que jamás le permitió caminar con soltura. En el lapso de cinco años y medio, sufrió 13 paros generales y más de un centenar de huelgas sectoriales. Ningún gremio se enorgullece hoy de semejante performance.


Pero hay que decir también que Alfonsín fue el que primero pegó, y como dice el refrán, pegó dos veces. El primer mandoble fue durante la campaña que lo proyectaría a la Presidencia, cuando denunció la existencia de un pacto sindical militar. Nunca quedó debidamente probado, pero logró instalar la idea de que si triunfaba el peronismo, los responsables del terrorismo de Estado iban a librarse de rendir cuentas ante la Justicia.


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Como sea, Alfonsín ganó y los sindicalistas quedaron caracterizados como los "mariscales de la derrota" del PJ. Creyó entonces el líder radical, a poco de hacerse con el poder, que había llegado la hora de reformular las estructuras sindicales hasta la raíz.


Así fue que se jugó a fondo por un proyecto de reordenamiento sindical que logró imponer en Diputados. Pero la UCR se quedó sin nafta en el Senado y por un voto, el del neuquino Elías Sapag, la iniciativa para democratizar al sindicalismo peronista "de abajo hacia arriba" derrapó.


Poco antes de aquella gran derrota inicial, Alfonsín se entrevistó por primera vez con el sindicalismo peronista el 23 de febrero de 1984, o sea 73 días después de asumir. Recibió a las tres fracciones en las que se dividía la CGT (igual que ahora), buscando no reconocerle una representatividad mayor a la central que conducía el cervecero Saúl Ubaldini.


El proyecto de ley sindical, la normalización de los gremios tras la dictadura y la política salarial fueron los temas centrales de aquel encuentro, al que con los años seguirían otros, incluida una visita del Presidente a la sede de la CGT en la calle Azopardo, en 1986. Ninguno de ellos logró cambiar la dinámica de enfrentamientos, que se prolongaron hasta el final alfonsinista, en julio de 1989.


Menem no se anduvo con tantos cuidados para manejar al gremialismo a su antojo, con la excepción de unos pocos sectores, como el MTA de Hugo Moyano. De entrada no más, el riojano hizo saber a los gremios que los reajustes salariales iban a hacerse de acuerdo con la inflación proyectada y no con la inflación pasada. Tiempo después, los obligaría a negociar por "productividad".


 Télam 162
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La llegada al poder del menemismo significó, entre otras cosas, la fractura de la CGT, que se dividió en CGT San Martín (menemista) y en CGT Azopardo (ubaldinismo opositor). No hubo entonces una primera reunión formal de Menem con toda la plana cegetista (clave para su triunfo electoral), sino un conjunto de audiencias con los principales líderes sindicales que le resultaban afines.


Pero Menem contó con el apoyo sindical irrestricto para llevar adelante su "cirugía mayor sin anestesia", las privatizaciones y la flexibilización laboral. Más, fueron los gremios los principales promotores en su momento de la fallida re reelección del nacido en Anillaco.


Fernando De la Rúa tuvo en cambio su primer mano a mano con la CGT el 2 de diciembre de 1999, ocho días antes de asumir. "A mí siempre me importó mucho el pensamiento del movimiento obrero", señaló el mandatario radical a una delegación de 23 sindicalistas que lo visitó aquella tarde en el Hotel Panamericano. La alternativa CTA, que nació durante el menemismo, debió conformarse con una entrevista con el entonces ministro del Interior, Federico Storani.


Sin embargo, aquellas relaciones resultaron tan caóticas como el gobierno mismo de la Alianza, especialmente a partir del momento en que De la Rúa designó a Patricia Bullrich en el Ministerio de Trabajo, en reemplazo de Alberto Flamarique, el de la "Banelco". Si al dirigente mendocino el sindicalismo no lo quería nada, a la "Piba", menos. El ajuste inicial de Machinea, el affaire de las coimas en el Senado (por la reforma laboral), el "corralito" y el derrumbe de la convertibilidad precipitaron el derrumbe de la relación entre el Presidente y los gremios, entre otras fatalidades.


Llegaría luego la intensa y dramática semana de Adolfo Rodríguez Saá como presidente. El puntano canceló una entrevista con los gremios en la Rosada para ir personalmente a la sede cegestista. Cada uno de sus anuncios, por disparatados que pudieran sonar, resultaron aclamados en el Salón Felipe Vallese ("Vamos a vender el edificio del Congreso y no pagamos más la deuda externa", dijo el de San Luis).


Con Eduardo Duhalde ya como presidente provisional, éste recibió en la Casa Rosada, el 15 de abril de 2002 a una delegación de la CGT disidente encabezada por Hugo Moyano. Al día siguiente haría lo propio con la central de los "gordos", que comandaba Rodolfo Daer. Ambos sindicalistas mostraron su preocupación por la caída de los salarios ante la inflación y reclamaron la eliminación del coeficiente de estabilización de referencia (Cer).


Daer y compañía acompañarían luego, entusiastas, el intento de Duhalde de proyectar a la Presidencia a Carlos Alberto Reutemann. Frustrado aquel intento, apostaron por una candidatura presidencial de su ministro de Economía, Roberto Lavagna. Moyano se inclinó por Rodríguez Saá.


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Todo eso tuvo en cuenta tiempo después Néstor Kirchner para llevar a largas un primer encuentro con la CGT. Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003 y recién recibió a Daer el 4 de diciembre de aquel año. Antes de eso, el de Santa Cruz había recibido varias veces al estatal Víctor De Gennaro, al mismo Moyano y a la mayoría de las agrupaciones piqueteras, pero nunca a la CGT oficial.


"Hubo coincidencias para cimentar una nueva Argentina, con inclusión y una mejor redistribución de la riqueza", dio su versión el sindicalista al fin de un encuentro cordial, pero vacío de afecto. Después sí, cuando Moyano quedó al frente de la CGT reconocida por el Gobierno, todas fueron gentilezas para el camionero. Incluso, con Cristina ya como Presidenta, los Kirchner se dirigieron juntos a la CGT para asistir a la consagración de Moyano como jefe reelecto.


La muerte de Néstor Kirchner marcó el fin de Moyano como sindicalista fetiche del kirchnerismo. Más que eso, Cristina se desentendió por completo del sindicalismo en general. Sistemátcamente la ex Presidenta derivaba los reclamos gremiales a sus ministros de Trabajo y de Economía. Apenas si recibió a la CGT del metalúrgico Antonio Caló en octubre de 2012, con el argumento de que esa central defendía el modelo. Pero no dio entonces ninguna respuesta a los reclamos sobre Ganancias, obras sociales y trabajo en negro.