Globalizar desarrollo y crecimiento para la inclusión

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Hace más de medio siglo que vienen desarrollándose con continuidad instituciones internacionales que verdaderamente todavía no lo son por no lograr resultados para todos. A esta altura deberían haber dispuesto instancias útiles para que la Tierra funcione como casa común de la humanidad, donde se organiza y sostiene la supervivencia de todos los que la habitamos y se encaran caminos para que suframos lo menos posible desarrollándonos lo más posible. ¿Qué sencillo, no?

El 5 % más rico de la población mundial recibe el 83 % del ingreso y el 20 % más pobre, solo el 1 por ciento. Europa, con solo el 8 % de la población, consume un equivalente al 25 % del gasto social agregado de todo el planeta.

La imagen de Aylan Kurdi recorrió el mundo en fracción de segundos y fue vista por miles de millones de seres humanos que nos preguntamos por qué pasa esto y cómo puede dejar de pasar. Definitivamente, es impúdico que la información planetaria y las finanzas vuelen a la velocidad de la luz y que el desplazamiento de las personas y de los productos que producen tenga barreras especulativas y criminales. Porque la especulación del comercio mundial genera pobres y no dejarlos migar a esperanzas de vida digna los mata.

Y nuestra reflexión de manual, de sentido común, nos dice que urgentemente se deben revisar los acuerdos de comercio con criterios de equidad y establecer condiciones de inversión y desarrollo para las áreas socialmente más deprimidas del planeta, donde en términos regionales hay, paradojalmente, enormes reservas de recursos para los dos grandes andariveles de demanda: la seguridad alimentaria y la seguridad energética.

En 1947 Estados Unidos solventó un exitoso plan para la reconstrucción europea -llamado Plan Marshall- por cuatro períodos fiscales, con un total de 13.000 millones de dólares para reparar el desequilibrio ocasionado por la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Marshall: "Es lógico que los Estados Unidos hagan lo que sean capaces de hacer para ayudar a la recuperación de la normal salud económica en el mundo, sin la cual no puede haber estabilidad política ni paz asegurada. Nuestra política no se dirige contra ningún país, pero sí contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos". Los triunfadores, ricos y poderosos tendían la mano, aunque sin ingenuidad. Tenían también razones de seguridad hemisférica.

Hoy preguntamos, ¿800 millones de hambrientos producto del desequilibrio provocado por el colonialismo, la revolución industrial y el capitalismo salvaje no merecen un plan de reconstrucción? Y el mejor modo de lograr reparación y "salud económica", Marshall dixit, es con desarrollo genuino y sostenible social y ambientalmente, donde el crecimiento incluya empleo y educación.


Senador de la Nación (mc), presidente de la Fundación Metropolitana