Henning Mankell: caminando sobre arenas movedizas

Al escritor sueco, referente de la novela negra, le diagnosticaron cáncer hace un año. En su nuevo libro de memorias, narra su desafío más grande: lidiar con su propia mortalidad

Compartir
Compartir articulo
 EFE 162
EFE 162

Entre 1991 y 2009, el detective Kurt Wallander fue el protagonista de doce novelas que se encuadran, sin ninguna duda, dentro del género del policial negro, "la novela del mundo profesional del crimen", según la definición de Raymond Chandler. La que lleva el misterio lejos de las intrigas de clase acomodada de Agatha Christie para explorar territorios oscuros, perversos. Un estilo en el que los autores nórdicos han marcado tendencia.

La saga de Wallander –junto con otros veinticinco libros que exploran géneros tan dispares como el ensayo y la narrativa infantil, además de poco más de cuarenta obras de teatro– es hija de la pluma del escritor sueco Henning Mankell.

Pero el más personal de todos sus trabajos es, valga la obviedad, Arenas movedizas, un libro de memorias que acaba de editarse traducido al español. Es que, en enero del 2014, Mankell anunció públicamente que le habían diagnosticado cáncer. Un tumor en la nuca, otro en un pulmón y la confrontación con el miedo más grande de la humanidad: la muerte.

Aun cuando, según los últimos partes médicos, el tratamiento de quimioterapia al que ha sido sometido es efectivo, el desafío de un viaje final lleva al autor a la reflexión íntima y profunda.

"Cuando tenía ocho o nueve años, me pasé una temporada pensando en qué muerte me asustaba más [...] Todos los niños de la clase tienen miedo de los agujeros en el hielo, y de los accidentes y los fantasmas", rememora la infancia para abordar el tema, "Todos tienen miedo de esa cosa incomprensible que se llama Muerte [...] Mientras escribo estas líneas, puedo describir el tiempo transcurrido como mucho y poco a la vez. No puedo poner ningún punto final, ni con un resultado mortal ni con uno de mejoría. Estoy en pleno proceso. No hay ninguna respuesta definitiva".

Activista político de izquierda desde su juventud, ligado al comunismo nórdico en la década del 70, militaría contra el apartheid sudafricano, la guerra de Vietnam y el colonialismo portugués en África, entre otras causas. La combinación entre su visión del mundo y su trabajo como dramaturgo lo llevó inclusive a dirigir un teatro en África. "Llegué a Mozambique para descubrir las diferencias entre blancos y negros y he terminado por descubrir que somos iguales", dice en su Arenas movedizas.

Sus memorias mantienen el tono de crítica social que caracteriza a su obra literaria. Según afirma, el día que la humanidad desaparezca, su legado estará integrado por las obras de Shakespeare o Beethoven, sino por los residuos nucleares sepultados bajo tierra: "Lo último que dejaremos detrás de nosotros es algo que escondemos para que nadie lo encuentre".

El escritor visitó la Argentina varias veces. Su paso por Buenos Aires en el 2000 resultaría una experiencia que, con los tonos agridulces de lo social, también relata en Arenas movedizas: "No había andado muchos pasos cuando descubrí algunos sin techo acurrucados por todas partes, en los portales y debajo de las vidrieras iluminadas. No personas solas, sino, en muchos casos, familias enteras. Así que yo iba cruzando los salones y los dormitorios de todos ellos. Naturalmente, conocía la crisis capitalista que estaba sufriendo Argentina, pero no estaba preparado para comprobar que hubiera afectado tan duramente a personas que ya vivían con lo justo. Fue una experiencia dolorosa".

La experiencia de la crisis, sin embargo, juega un contrapunto en el relato de Mankell con una vivencia de alta sensibilidad artística, al tropezar con bailarines en la esquina de Corrientes y Callao: "Cuatro parejas bailaban tango en la calle. Iban vestidos siguiendo las diversas modas del siglo XIX. Y eran muy buenos. No sólo bailaban sino que, además, representaban una pieza teatral en la que entraban en juego los celos y otras pasiones [...] Fue brillante. Unos bailarines técnicamente brillantes, con capacidad dramática suficiente para contar algo al tiempo que se movían por el paisaje ondulante del tango [...] Volví al hotel tropezándome con las familias que dormían acurrucadas en las veredas. Hacía fresco. Pensé que recordaría Buenos Aires por los bailarines de tango. Los recordaría tanto como a las familias que dormían en la calle".