Pero creo que hoy también tiene un aliento refundacional. Es el ADN del nuevo contrato democrático que tenemos que firmar los argentinos. Nunca Más a los golpes de Estado fue lo que suscribimos hace treinta años con Raúl Alfonsín. Y ese logro es propiedad del colectivo social. Es un activo de todos. Hoy deberíamos decir Nunca Más a los ladrones y a los patoteros de Estado. Nunca más a los que pisotearon la democracia en aquellos tiempos. Nunca más a los que provocaron la fractura social expuesta y los que atacaron la libertad.
Otro título que analicé fue "La impostora", como si fuera la versión femenina del libro de Javier Cercas. O Araña mala, como le dijo el Pepe Mujica al verla enojada. Era definitivamente irrespetuoso, aunque en la verba del ex presidente uruguayo sonara campechano. Eran intentos de definir a la Presidenta, sobre todo en su segundo gobierno, en el Cristinato. Jorge Fernández Díaz la había bautizado "La patrona de Balcarce 50" y yo alguna vez le robé la idea para potenciarla: La patrona del mal, dice por ahí alguna columna enojada y con ánimo de ofender, como deben ser todas las columnas según.
Hay miles de ejemplos para argumentar la caracterización de impostora hacia Cristina. La promesa de llevarnos a ser como Alemania para terminar atados a Venezuela e Irán. Esa sensación de sentirse una exitosa abogada y no una sospechada hotelera. Tantas mentiras dichas con toda impunidad y elocuencia. Cercas, en su libro, hace una radiografía del impostor que podría ser una descripción profunda de Cristina. Allí se pregunta: "¿Hay o no un límite para las mentiras que proclama el poder? ¿Hay una frontera ética, moral, psicológica para la mentira institucional? ¿Es una herramienta legítima o un vicio maldito? Es una picardía o una bajeza y una agresión, una sucia falta de respeto y una ruptura de la primera regla de la convivencia entre los seres humanos: decir la verdad".
Cercas da en el blanco cuando dice: "El mentiroso es un narcisista que se oculta de su realidad y tiene una necesidad compulsiva de admiración". Una vez en una charla con Hugo Moyano me confesó que lo que más lo irritaba era tener que decirle a Cristina todo el tiempo que era la más linda y la más inteligente. Su discurso permanente en cadena nacional no se priva de "la más grande inversión de la historia", "el mayor desarrollo en doscientos años" y otras grandilocuencias que se transforman en espejitos de colores. De allí a la imposición de que se la trate con unción propia de la monarquía hay un paso. Por eso la búsqueda del poder y la impunidad ilimitada.
Además, Cristina es reacia a ponerse en la piel de los demás. Todo el tiempo, en todos los momentos tristes, ella tomó distancia y miró para otro lado. No solo en Cromañón u Once. De cada tragedia escapó para no contaminarse. Cristina está convencida de que las leyes que rigen para todos no rigen para ella. Habla con desprecio e ironía de los millonarios y evita mirarse al espejo. Muchas veces se trata de pánico disfrazado de seguridad en sí misma y de presunto coraje. Yo no le tengo miedo a nadie. A mí no me van a correr. Esto no es para tibios".
La frase del escritor inglés Henry Fielding le viene como anillo al dedo: "Es ridículo aparentar más de lo que uno es. Pero mucho más ridículo es aparentar lo contrario de lo que uno es".