Sin expectativas de diálogo con el Gobierno, el sindicalismo opositor evalúa intensificar la protesta

La huelga fue una nueva demostración de fuerza, pero no dejó certeza alguna de que pueda conseguir torcer la intransigencia oficial. Mientras sopesan el próximo paso, algunos gremios temen a las represalias en las paritarias

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 NA 162
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 Nicolás Stulberg 162
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"No nos llamaron en cuatro años, ¿nos van a llamar ahora que se están yendo...?". Frase de un vocero gremial que pinta de cuerpo entero el nivel de expectativa cero que tiene el sindicalismo peronista de ser convocado por la administración K para sellar una tregua. Y lo bien que hacen en mantener elevados los niveles de escepticismo. El de ayer quedará inscripto entre los más contundentes de los cinco paros generales que ya le hicieron a Cristina Kirchner en su segundo mandato. Pero el Gobierno dio pruebas suficientes de que no negocia bajo presión, y mucho menos con el sindicalismo que lo pone en entredicho, paralizando al país cada dos por tres.

Mejor ejemplo que este no hay: durante su primer turno presidencial, la doctora Kirchner afrontó un paro agropecuario, con bloqueo de rutas incluido, que mantuvo en vilo al país más de cuatro meses, y se tuvo que llegar a la instancia del histórico desempate de Julio Cobos en el Senado, con su famoso voto no positivo. Entonces, el kirchnerismo perdió la batalla y al vicepresidente. La Presidenta a poco estuvo de renunciar también. Pero no negoció.

El portuario Juan Carlos Schmid, titular de la confederación de gremios del transporte, habló del fracaso de la política, refiriéndose a la inexistencia de un diálogo mínimo entre el Ejecutivo y las organizaciones sindicales que, guste o no, representan a la mitad de los trabajadores del país. Por objetables o perimidos que resulten varios de sus líderes, es lo que hay. Son por otra parte los mismos hombres que, con el camionero Hugo Moyano a la cabeza, aparecían en lo más alto de la ponderación oficial mientras Néstor Kirchner vivía.

Moyano dijo este martes que este último paro quedará en la historia, junto a otras grandes gestas del movimiento obrero. Para la Presidente quedará en el rincón de los malos recuerdos, aunque seguramente no lo olvide y actúe en consecuencia.

Los gremios opositores temen que, además de no conseguir respuesta para ninguno de los tantísimos reclamos que acompañaron esta última huelga (inflación, Ganancias, obras sociales, etc.), ahora con el balón en el campo del Gobierno, puedan venir represalias. Como hacérsela bien difícil a aquellos opositores que aún les queda cerrar sus paritarias. El miedo no es zonzo, dice el dicho.

En este esquema, Moyano y compañía tendrán a partir de hoy la desgastante tarea de tener que volver a empezar. ¿Cuánto tiempo le darán al Gobierno para una respuesta antes de volver a azuzarlo con el llamado a otra medida de fuerza? ¿No le hubiera resultado más útil al sindicalismo díscolo instrumentar un plan de lucha que aportara previsibilidad, en vez de estar convocando espasmódicamente a medidas de fuerza?

En cualquier caso, el sindicalismo anti-K disfrutó de ver su poder de fuego intacto, amén de agradecerle al cielo de poder contar con la llave que desactiva el transporte. Creen que es un mensaje anticipatorio de lo que podría pasarle al próximo gobierno si son ninguneados y descartados para discutir las grandes políticas de Estado.

Le queda al sindicalismo también la gran asignatura pendiente de la unidad de todas sus fuerzas para coincidir en una sola CGT. Las PASO están a la vuelta de la esquina, el plazo que se habían fijado para unificarse. Habrá que ver si es posible conciliar posiciones entre un gremialismo que trata a Cristina de disparatada con el otro que pide a gritos la continuidad del modelo nacional y popular.