En la primavera del año 2000, mientras mis dos hermanas y yo subíamos en el ascensor, rumbo a nuestra primera clase de tango, Jorge, el profesor –un hombre de unos 65 años que junto con Amanda, su mujer, daba lecciones privadas en su departamento del barrio de Recoleta–, nos preguntó: "¿Ustedes ya bailaron tango?". "No", respondí a secas. "Pero ¿seguramente vieron bailar alguna vez?". "Sí", dijo mi hermana, "vimos bailar mucho cuando éramos chicas. Nuestros padres y nuestros tíos bailaban en casa". "¡Ah, bueno! Entonces van a aprender rápido", contestó, y agregó: "El tango se lleva en los genes y en algún momento sale".
"Aquí se baila el tango", de María Julia Carozzi (Siglo Veintiuno Editores).