Toda derrota convulsiona casi de forma automática el clima dentro de un vestuario, y más aún si se trata de un traspié en frente al rival de toda la vida. Así como cambia el ánimo de los protagonistas directos, también se conmociona todo alrededor. Y muchas veces suele haber también lugar para los malintencionados que sólo buscan echar más leña al fuego.