La mágica vida de Norberto Jansenson

Entrevistado por Infobae, uno de los máximos exponentes del ilusionismo en la Argentina habló de su historia, su relación con René Lavand y su nuevo espectáculo

Compartir
Compartir articulo

Hay quienes creen que es en la infancia cuando nuestra personalidad adquiere su verdadera forma. Con el tiempo, crecemos, nos volvemos adultos y muchas veces abandonamos esa magia que alguna vez habitó en nosotros. Norberto, o Jansenson, como lo conocen todos, jamás se dio por vencido y eligió dar la batalla. Aun cuando muchas veces le dijeron que debía asumir su "adultez" o, lo que es lo mismo, volverse "uno más del sistema", él decidió hacer lo contrario y seguir explorando la fantasía y el ilusionismo.

Esa búsqueda lo llevó a ser quien es: un prestigioso narrador de historias que encontró en la magia y en los relatos su verdadero ser. "Dicen que nos transformamos en lo que tenemos que ser si queremos realmente hacer nuestro propio camino", reflexiona en esta charla.

- ¿Elegiste a la magia o la magia te eligió a vos?

Yo creo que de alguna manera, la magia nos elige a todos y no te convertís en mago, te convertís en otra cosa. Todos somos magos cuando nacemos, y cuando empezamos a crecer, como el mundo de la magia es tan difícil de controlar, de circunscribir, en algún momento te educan para que te conviertas en "menos" que mago. Mis padres y los que me guiaron o se olvidaron o por alguna generosidad o negligencia dejaron pasar ese momento de decir "Bueno, ya está, dejá de jugar a lo que estás jugando y convertite en alguien serio". De golpe, un día me dí cuenta de que ya era grande y seguía jugando a la magia. Por eso te digo que la magia me eligió y yo elegí nunca abandonarla.

- ¿Tenés recuerdos de tu infancia? ¿Te sentías solo?

La mayoría de mis recuerdos son de alguien que yo fuí estando solo. Siempre fuí muy solitario. Tenía dificultades para relacionarme con los chicos de mi edad. En el country donde pasamos los veranos, mis amigos se iban a desinflar ruedas de bicicletas, yo sabía que no quería hacer eso. No sabía muy bien qué tenía que hacer. Siempre tuve los libros cerca como compañeros de viaje; siempre me sentí comprendido por ellos, por lo que se contaba o algún personaje. Un poco más grande me sentí acompañado por el cine, y luego por el teatro, pero siempre en soledad y no con mi contemporáneos. Tengo presente un cajón de abajo de mi cama, donde guardaba los rastis, y del otro lado, las cosas de magia. Volviendo de la escuela, luego de hacer mis tareas, practicaba, inventaba un mundo propio.

- ¿Te pasaba de darte cuenta que quizás en la realidad que todos vemos había algo más?

Un día, viajaba en colectivo, estaba sentado en el último asiento, y en la parada de Santa Fe y Coronel Díaz, subió alguien, era una persona mayor que yo. Yo tendría 13 años, estaba leyendo un libro. Esta persona me mira y dice: "Claro, en realidad es así, primero es el espíritu, después el cuerpo y después la mente, aunque la gente confunde y pone la mente antes que todo, ojala sigas este consejo". Terminó de decir eso y se bajó. Hubo muchos momentos de estos, en los que me desconectaba de la realidad para irme a buscar este tipo de estímulos en otro lugar. Tengo muchos recuerdos en los que vuelvo después de haber quedado contemplando algo. Vivimos urgidos por la realidad que nos da estímulos todo el tiempo y no nos damos tanto espacio ni tantos momentos para poder digerir todo eso. Desde chico supe que debía tener momentos para que todo eso que me habían tirado encima se pudiera acomodar dentro de mí, y para que yo pudiera realmente entender qué hacer con eso. Cuando trato de encontrar de dónde vienen los textos que hoy comparto en el escenario, recuerdo despertar de madrugada para escribir sin parar. Todavía sigo leyendo diarios de mi infancia y adolescencia y me sigo sorprendiendo de cuánto había dentro de mí y que hoy sigo volcando en lo que hago.

- ¿Te costó liberar el potencial que tenías dentro?
Me parece que todos nos pasamos, si somos buscadores, toda la vida intentando liberar ese potencial. Desde que tengo uso de razón, he hecho terapias, cursos, seminarios y retiros para intentar poner en su lugar algunas cosas que yo creía que no estaban tan derechas como me habían dicho; para tratar de enderezar el camino o tratar de enderezarme a mí mismo en ese camino. Me parece que todos estamos buscando por dónde y cómo, lo que pasa es que algunos nos animamos a manifestarlo más abiertamente y podemos decir "yo pido ayuda porque realmente no sé cómo se hace". Y existen otras personas que sacan el pecho y tratan de venderle al mundo que ellos saben, y hay veces que la realidad no pone una pared, que nos dice "sin ayuda, de acá no podés pasar, o sin un poco más de conocimiento, de reflexión, no podes pasar". Todavía sigo buscando.

- ¿Lográs distenderte arriba del escenario?

Disfruto cada vez que me subo al escenario. Me sorprende cuánto ha cambiado la última vez que me subí. Acabo de estrenar Evocaciones: 30 años en 120 minutos, y quizá pueden parecer pequeños detalles, pero para mí es un mundo; poder soltar la solemnidad que me acompañó toda la vida y se me quedó atragantada, que no me permitía expresar ciertas cosas, o hasta físicamente. Recuerdo una función, hace muchos años atrás, en el Parque de la Costa, en los que que movía los brazos, pero mis codos estaban pegados al cuerpo y no los podía despegar. Y miro los videos hoy, me veo y me da ternura, porque he podido lograr abrir mis brazos cuando tengo que abrazar y no estoy tan arraigado a vaya a saber qué vergüenzas y culpas que estaban en mí hace tanto tiempo. Es un camino que, ojalá, no vaya a terminar nunca.

- Evocaciones: 30 años en 120 minutos, el espectáculo que estás presentando los jueves en Sala Siranush, ¿te posiciona definitivamente como un "narrador de historias"?

Mi maestro René Lavand era un contador de historias y yo siempre quise, de alguna forma, seguir por ese camino. Pero más allá del "quise" que yo expreso y que se dice tan fácil, me parece que no pude hacer otra cosa. El diagnóstico que me han hecho en algún momento para saber qué ha pasado con mi vida, en una historia familiar, donde no se han contado la historias... tengo una tía desaparecida en la época militar, una historia que nunca se contó y cosas que mi familia ha decidido callar porque sus representantes decidieron a cada momento que era mejor "callar que contar". Dicen que nos transformamos en lo que tenemos que ser, en lo que necesitamos ser para poder cambiar ese destino que parece que estuviera escrito, si queremos realmente hacer nuestro propio camino y me parece que más allá de que quisiera o deseara, no podría convertirme en otra cosa. De alguna forma, dentro de mí alguien decidió que basta de callar, de no decir, y que llegó el momento de empezar a hablar. Cuando me di cuenta de este proceso interno que estaba dándose, ya era un contador de historias pero cada vez más lo empecé a hacer con mayor libertad, propia y ajena.


- Pienso en René Lavand, te escucho hablar y te pregunto: ¿Qué podemos aprender todos de la magia?

Sobre todas las cosas, que los dos mundos que nosotros queremos definir, realidad y fantasía, o de lo visible y de lo invisible, no están tan separados. De hecho, no se pueden separar. Podemos hacer fuerza para intentarlo, pero la pelea está perdida antes de empezar. Es imposible que una persona viva solamente en lo que se llama "realidad" o que esté en contacto solo con lo "invisible". En el formato occidental, capitalista y moderno, nos relacionamos sólo con lo que podemos ver o tocar. Sin embargo, lo invisible nos persigue todo el tiempo y se nos aparece en todos los lugares. Lo que yo hago desde el escenario es intentar compartir, estimular a la gente a relacionarse con ello desde una forma más espontánea y un poco más abierta. Y trato, también, de fundir esos límites durante esas dos horas, para que la gente entienda que sé compartir entre esas dos formas, sin necesidad de estar separando, porque, en realidad, somos mejores cuando integramos nuestra partes.