Obesidad y nutrición: los nuevos enfoques en los Estados Unidos

Para enfrentar esa epidemia, un compromiso entre demócratas y republicanos, la Asociación Nacional de Restaurantes y las principales cadenas de comida popular, dio lugar a una nueva ley nacional

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Un padre lleva a su hijo al cine y antes de entrar a la sala se encuentra invariablemente con el mostrador de venta de snacks y bebidas. El hijo pide un balde de palomitas de maíz y una bebida gaseosa. El padre ignora que las palomitas aportan 1.200 calorías y que los 473 mililitros de líquido (eso si el niño no elige el envase gigante, del doble) contienen diez cucharadas de azúcar, o 170 calorías y 44 gramos de carbohidratos.

Para que los consumidores puedan entender que esa hora y media de cine se lleva casi las tres cuartas partes de la ingesta calórica normal en promedio para una persona, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA por sus siglas en inglés) publicó una normativa nacional que exige que los restaurantes, centros de entretenimiento, supermercados que ofrezcan comida preparada y máquinas expendedoras publiquen la información nutricional de sus productos y platos. La idea –una provisión incluida en la Ley de Salud, u Obamacare– se implementará a lo largo de los próximos dos años, para uniformar la confusión de parámetros que existe hoy, cuando los estados y los municipios deciden qué informar –y a veces, si hay que hacerlo– al consumidor.

La ley nacional surgió de un compromiso entre los dos partidos principales, Republicano y Demócrata, la Asociación Nacional de Restaurantes y las principales cadenas de comida popular.

Las nuevas normas son parte del esfuerzo por enfrentar la epidemia de obesidad que afecta a los Estados Unidos. Según un nuevo estudio difundido en la publicación médica del mundo académico más respetada, The Lancet, el país encabeza la lista de diez países con más obesidad: 78 millones de personas, o el 33 por ciento de la población adulta.

El sobrepeso y la obesidad de los estadounidenses son la segunda causa de muerte que se podría prevenir. Las enfermedades derivadas –presión alta, enfermedades cardíacas, problemas en las articulaciones, osteoartritis, apnea y otras afecciones respiratorias, cáncer, síndrome metabólico y, sobre todo, diabetes tipo 2– generan costos médicos abismales, según explicaron a Infobae el profesor Daniel Kruger, de la Escuela de Salud Pública y el Centro de Investigación Preventiva de la Universidad de Michigan, y su esposa Jesica Sloan Kruger, educadora en temas de salud, "el costo médico de la obesidad en el país es de 147.000 millones de dólares, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés); los costos médicos para una persona obesa son 1.429 dólares más altos que para una de peso normal".

"EEUU gasta un 20 por ciento de su gasto de salud en costos relacionados con la obesidad"

La Asociación Estadounidense de Diabetes, agregaron, estimó que en 2012 el costo de los casos diagnosticados llegaron a "245.000 millones de dólares: 176.000 millones en costos médicos directos y 69.000 millones en reducción de la productividad". Esta enfermedad crónica es la séptima causa de muerte en el país.

La obesidad es la causa principal de diabetes tipo 2. Según el CDC, entre 1995 y 2010 los casos de diabetes aumentaron en todos los estados, hasta un 50 por ciento o más en 42 estados. Más de 29 millones de personas, casi el 10 por ciento de la población, sufre de diabetes, aunque la cuarta parte de ellos no lo sabe. Otros 86 millones de personas tienen pre-diabetes.

"La obesidad y la diabetes son un costo tremendo para la nación, tanto en lo financiero como en los años de vida perdidos y una calidad de vida menor", siguieron Kruger y Sloan Kruger. "Según un estudio, los Estados Unidos gastan casi un 20 por ciento de su gasto total de salud en costos relacionados con la obesidad, mientras que otros países como Brasil, China o Japón gastan entre 3 y 5 por ciento".

Una investigación de Columbia University y The City College of New York estableció que, dado el aumento de la obesidad y la declinación de las tasas de tabaquismo, hoy la obesidad representa un peligro para la salud igual, si no mayor, al hábito de fumar.

Para Sara Bleich, experta en obesidad de la Escuela Bloomberg de Salud Pública de Johns Hopkins University, "brindar información calórica en los menúes es importante para ayudar a que la gente elija mejor". Sin embargo, aclaró en diálogo con Infobae, "sólo una minoría de la gente dice que ve la información calórica, es decir que esto no ayudará a que todos los consumidores comprendan sus elecciones de alimentos". Y para aquellos que sí leen las etiquetas, "la información sólo es útil si comprenden cuántas calorías necesitan en un día típico, y la mayoría de los estadounidenses tienen un conocimiento escaso sobre nutrición, y más especialmente escaso entre las poblaciones de bajos ingresos y de minorías".

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En su opinión, hay formas más sencillas de describir el impacto de un alimento en el cuerpo humano que calorías, gramos de carbohidratos y fibra o porcentaje diario de proteínas y minerales. Describir, por ejemplo, que para comer un pedazo de torta y no engordar hay que caminar una hora y media.

En 2011 la profesora Bleich hizo un estudio entre adolescentes que comprobó la diferencia entre expresar cuántas calorías tiene una bebida gaseosa azucarada y buscar una alternativa para que se comprenda qué implica beberla. Los adolescentes encontraron un cartel frente a las heladeras expendedoras: "¿Sabías que para quemar una gaseosa o un jugo de frutas hay que correr cincuenta minutos?". La mitad de ellos se mostró menos inclinado a comprar una gaseosa luego de leerlo.

"La normativa de la FDA es un primer paso de importancia", dijo.

"Para mejorar la regulación, sería de gran ayuda si también se requiriese que las cadenas de comida muestren la información calórica en un formato más comprensible, como los minutos de caminata o los kilómetros de carrera para quemar la energía de un ítem del menú. Se podría hacer con sencillez, con figuras que ocuparían poco espacio en los menúes."

Otras propuestas de investigadores incluyen listar los platos en los menúes según el orden de su densidad nutricional o su contenido calórico: las ensaladas verdes antes que las papas fritas, por ejemplo. O que las opciones saludables se muestren en imágenes más grandes que las de mayor contenido graso, de sodio o de azúcar.

"Convendría ofrecer la comida saludable de manera que sea atractiva", opinó la epidemióloga Ana Baylin, profesora en la Escuela de Salud Pública de la University of Michigan. "En las cafeterías hay manzanas, naranjas y plátanos, y está muy bien, pero si al lado, o antes, están los muffins, la gente no va a comprar la manzana. Tampoco digo que no se ofrezcan muffins, pero en vez de hacerlos gigantes se podrían hacer pequeños, de modo que si a alguien le apetece pueda tomar una cosa dulce pequeña, no descomunal. Todo lo malo es descomunal."

"La gente no mira mucho las etiquetas, y cuando las mira las interpreta mal"

Con la nueva etiqueta se entenderá mejor de qué se habla cuando se habla de porción, por ejemplo. Actualmente el valor calórico y los contenidos de carbohidratos, fibras, azúcar y sodio se establece por porción, pero un alimento procesado puede contener ocho porciones, y una persona cree servirse una pero normalmente se sirve más.

Para Baylin, las nuevas etiquetas no producirán un gran cambio, pero encuentra muy positivo que se destaque en tamaño más grande la cantidad de calorías. "También que se imprima bien grande la cantidad de calorías de una porción razonable, una porción de verdad, no como ahora que como no se entiende la gente decide que una porción es la mitad y eso es lo que come convencida de que consume menos calorías de las que incorpora en realidad", enfatizó a este medio. "La gente no mira mucho las etiquetas, y cuando las mira las interpreta mal porque tal como están hoy hace falta saber bastante de nutrición para entenderlas, cosa que no pasa en la población normal."

Los investigadores Kruger y Sloan Kruger coinciden: "La persona promedio no sabe cómo leer o comprender una etiqueta de alimentos. En la superficie, la gente sabe que una naranja es más saludable que una Oreo, pero muy poca gente podría dar información más profunda sobre calorías, carbohidratos, azúcares, grasas, fibra o vitaminas que contienen esos alimentos, o cómo se vinculan con una dieta ideal".

Aquellas personas que deben controlar la cantidad de sal, carbohidratos o fibra que consumen, las nuevas reglas de la FDA le permiten pedir información más detallada. Los menúes deben expresar que los consumidores pueden solicitar y recibir información nutricional más allá de las calorías: grasas totales, grasas saturadas, colesterol, sodio, proteína. Los restaurantes también deberán informar cuántas calorías tienen las bebidas alcohólicas que sirven, algo importante dado que el alcohol representa el 20 por ciento de las calorías que incorporan los adultos.

Para Margo G. Wootan, directora de política nutricional en el Centro de Ciencia para el Interés Público (CSPI por sus siglas en inglés), que los menúes deban mostrar calorías y demás contenidos de sus platos y bebidas "es el avance mayor desde que hace veinte años se implementase la ley que exigió que las comidas envasadas mostrasen la etiqueta de Información Nutricional". Pronto, cree, será extraño pensar que alguna vez se podía mirar el menú de las cadenas populares como Wendy's o Chick-fil-A y no encontrar las calorías de cada ítem.

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"Las calorías en los menúes de los restaurantes ayudarán a que los estadounidenses –que incorporan un tercio de sus calorías fuera de sus casas– a elegir. También seguirá siendo un incentivo para que las cadenas innoven y ofrezcan a sus clientes opciones más saludables", agregó.

La industria de la alimentación gasta miles de millones de dólares al año en publicidad, de los cuales casi el 70 por ciento promociona alimentos envasados, dulces, snacks, bebidas gaseosas y alcohol, contra un 2 por ciento de anuncios de vegetales, granos y frutas.

"La comida procesada en general, salvo honrosas excepciones, no suele ser la más saludable", argumentó la profesora Baylin. "La gente la compra porque es más barata y porque, como el ritmo de vida no deja tiempo para cocinar, es más fácil comprar platos que ya están hechos o que se pueden comer directamente del envase. Está bien mejorar las etiquetas, pero hay que hacer muchas cosas más. Por ejemplo, enfatizar que hay que comer alimentos frescos, no cosas procesadas. O destacar aquellas cosas que son menos saludables."

Kruger y Sloan Kruger complementaron: "La comida rápida resulta especialmente atractiva para gente de bajos ingresos porque es barata y densa en carbohidratos. La gente desea la comida densa en energía, y pueden no pensar en el hecho de que tenga altos niveles de sodio y azúcar". Una investigación de Kruger demostró que la gente que vive en barrios donde no hay cadenas de comida rápida suele comer las cinco unidades de frutas y vegetales que se recomiendan por día, mientras que aquellos con el número promedio de restaurantes de comida chatarra por barrio, ocho, no lo hacían. "La mayoría de los participantes con diecinueve o más ventas de comida rápida en sus barrios eran obesos", explicó.

"Importa más explicar qué es saludable y qué no"

A Baylin le preocupan el exceso de sal y de azúcares añadidos. "Yo iría a los ingredientes básicos y lo expresaría de manera simple: esto tiene mucha sal, esto tiene mucha azúcar. Porque como hoy en general no hay deficiencia en micronutrientes, ya que todos los alimentos están fortificados, importa más explicar qué es saludable y qué no".

Más de un tercio del azúcar agregado en la dieta estadounidense proviene de las bebidas, sobre todo gaseosas y jugos. Y la cantidad de azúcar que consume el estadounidense promedio, 19,5 cucharadas por día, supera la que recomienda la Asociación Estadounidense del Corazón (AHA por sus siglas en inglés): no más de 9 para los varones y menos de 6 para las mujeres. Pero el azúcar agregado se encuentra en tres de cada cuatro alientos envasados, incluidos algunos que se consideran sanos como el yogurt o el aderezo para ensaladas.

"Más que reducir la porción de las bebidas azucaradas, habría que prohibirlas", propuso Baylin. "Es uno de los mayores problemas de la obesidad: la gente bebe demasiada azúcar y luego no lo compensa en la ingesta de calorías sólidas."

Bleich señaló que educar al público sobre el valor energético de la comida "es necesario pero no suficiente para estimular un cambio saludable en la conducta". En su opinión, "un buen complemento para las políticas basadas en la educación como las nuevas normas de etiquetado de la FDA serían políticas públicas que apuntasen a reducir el consumo de alimentos poco saludables, por ejemplo quitando las máquinas expendedoras de bebidas azucaradas de las escuelas o los ámbitos de trabajo."