¿La UTA actuó como una herramienta rompehuelgas?

La vuelta de campana que pegó el gremio de los colectiveros de Roberto Fernández no cayó bien en la dirigencia cegetista opositora. La maniobra va a provocar consecuencias inevitables en el mapa gremial. El paro dejó enseñanzas a todos

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El paro general quedó atrás, con sus más y sus menos el sindicalismo opositor salvó la ropa, pero la dirigencia cegetista todavía sigue indigestada con la vuelta de campana que pegó el gremio de los colectiveros de Roberto Fernández, que casi a última hora se corrió de la huelga a prudente distancia. Se trata de un episodio que en cualquier otro ámbito no pasaría de lo anecdótico, si no fuera que el gremial se caracteriza por la aspereza de sus reglas no escritas, donde el que rompe paga.

¿Se puede decir entonces que la Unión Tranviaria Automotor (UTA) actuó como una herramienta rompehuelgas?, ¿al sacar del juego a los colectiveros, el Gobierno le aplicó al dueto Moyano-Barrionuevo un golpe que nunca vieron venir?, ¿por qué la UTA le corrió el cuerpo al paro después de apoyar fervorosa y decididamente el anterior, que no fue hace tres años sino tres meses?, ¿cuáles argumentos convencieron al colectivero Fernández para esta vez bajarse del ring?, ¿hubo plata de por medio?

De a poco, el curso de los hechos irá contestando cada interrogante. Pero algo es seguro: la maniobra de los colectiveros va a provocar consecuencias inevitables en el mapa gremial. Y la primera de todas es que, con la UTA descomprometida de los planes belicosos del camionero y el gastronómico, la continuidad de un plan de lucha que contemple nuevos paros en lo inmediato (como se acordó la semana pasada en la sede de Azopardo) ya no será soplar y hacer botellas. Por lo pronto, ayer se notó esa renguera sindical en el estratégico sector del transporte.

El Gobierno está en su derecho de interpretar que todo el mundo deseaba ir a trabajar. Pero daña su propia credibilidad saliendo a decir que el paro de ayer no existió, que fue un día como cualquier otro, pura rutina. De hecho la cadena de producción se vio interrumpida –o alterada por lo menos— en diversos establecimientos fabriles y en obras de la construcción; sectores en cuyas jurisdicciones es el sindicalismo K el que corta el bacalao.

Aunque sí es indiscutible que, como en el juego de la oca, Moyano y asociados retrocedieron unos cuantos casilleros respecto de la medida de fuerza llevada adelante el 10 de abril, por cierto mucho más contundente que esta última. Ayer se movieron demasiados más alfileres de los que hubiera querido Moyano.

La fortaleza de la UTA se reconoce en la autonomía de su manejo. Formalmente abreva en la CGT del hiperoficialista Antonio Caló, pero cuando le convino cantó las hurras y se fugó a los brazos de Moyano, que en abril hasta le hizo un lugarcito a la mesa de los notables del salón Felipe Vallese; del mismo modo que al ferroviario Omar Maturano (de la Fraternidad). A los dos trató con mano de seda.

Pero la administración de Cristina no se toma días francos y operó sobre Fernández todo el fin de semana pasado. El jefe de los colectiveros permaneció literalmente escondido sábado y domingo, a distancia de cualquier llamado, fuera del alcance de la prensa y de sus ¿ex? compañeros huelguistas. Si Fernández tenía algún músculo que le exigía combate, el Gobierno se lo adormeció asegurándole que habría unos 26 mil millones de pesos destinados a mantener vigoroso el subsidio marca oficial para la UTA y los propietarios de los colectivos.

"Ahora se van a poder poner al día con la Federación Internacional de Transporte...", apuntaron a Infobae despechados sindicalistas, aludiendo a la deuda que tienen los colectiveros con aquella entidad; un pasivo que dicho sea de paso impidió a la UTA participar de la reciente cumbre mundial de la FIT que se hizo en Sofía, Bulgaria. Desde allí, Pablo Moyano había confirmado el paro que enfureció a Randazzo.

Si Moyano tenía reparos en endurecerse antes de esto, después del paro de ayer con fórceps difícilmente salga a propiciar una nueva medida de fuerza alegremente para el mes que viene, como la que reclaman Barrionuevo y tantos otros para que el Gobierno reabra una ronda de discusión salarial, por los estragos que hizo la inflación. Dijo que esperarían una respuesta oficial hasta quince días, antes de actuar.

No fue necesario aguardar tanto. Ayer, el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, además de degradar los niveles de adhesión al paro ya avisó, por orden expresa de Cristina, que no habrá reapertura de paritarias, ni aumento a los jubilados, ni actualización alguna del impuesto a las Ganancias. Habrá que ver qué se lleva el sindicalismo oficialista este lunes de Trabajo, cuando vaya a discutir una mejora del actual salario mínimo, vital y móvil, hoy anclado en $3.600; otro de los reclamos que comparten ambos grupos.

Justamente, el paro adoleció del mismo error que el de la vez pasada. Cuando se presenta una multiplicidad de causas para justificar una medida de acción directa, son todas y ninguna. Por eso, la consigna debería estar más clara. No se puede demandar mayor seguridad ciudadana, mezclada con la inflación, las suspensiones o las pérdidas de puestos de trabajo. Hay que decirlo: tampoco parecen hacer el mejor equipo el sindicalismo tradicionalmente peronista y los sectores de la izquierda piquetera. No existe entre ellos la más mínima coordinación. ¿Fin de la experiencia?