El último trabajo de James Foley

El periodista ejecutado por el Estado Islámico lo realizó para el Global Post en octubre del 2012, mientras cubría la guerra civil en Siria en la ciudad de Aleppo. La traducción completa

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James Foley AP 163
James Foley AP 163

ALEPPO, Siria - Detrás de la mansión que ocupaban, un grupo de rebeldes semidesnudos gritaban de alegría mientras se tiraban de bomba en una piscina sucia y a medio llenar.


Era julio en el pequeño pueblo de Anadan, a 16 kilómetros de Aleppo, la ciudad más grande de Siria. Anadan era un pueblo fantasma, abandonado excepto por el Ejército Sirio Libre y los sonidos del casi constante fuego de artillería del régimen.


El comandante subalterno, un analfabeto de 24 años, bromeaba que mientras la guerra estallaba alrededor de ella, la gente de Aleppo solo estaba preocupada por sus parrilladas. Juró que los rebeldes de que los rebeldes que luchaban en la campiña pronto llegarían a Aleppo. Prometió que Aleppo ardería.


Tres meses después, Aleppo está incendiada. El milenario mercado ha sido destruido, y el Oeste, controlado por los rebeldes, yace en ruinas. Los masivos ataques suicidas con coche bomba de la semana pasada, que han destruido manzanas del centro gubernamental, han dejado cráteres de tres metros de profundidad.


Aleppo, una ciudad de tres millones de personas, en una época fue el centro financiero de Siria. A medida que continua deteriorándose, muchos civiles están perdiendo paciencia con la cada vez más violenta e irreconocible oposición - una que esta obstaculizada por conflictos internos y una falta de estructura, y profundamente infiltrada por luchadores extranjeros y grupos terroristas.


Los rebeldes en Aleppo son predominantemente de la campiña, haciéndolos aún más alienados de la multitud urbana que en una época vivió aquí pacíficamente, el relativa comodidad económica y con poca interferencia del gobierno autoritario del presidente Bashar al-Assad.


"El terrorismo aquí en Siria se está expandiendo, y el Gobierno debe hacer algo sobre ello", dijo Mohamed Kabal, un estudiante universitario de 21 años.


"La gente en Siria debe tener una mano de hierro para controlarlos, de otra forma se comerán entre sí", dijo, sin preocupaciones de que los simpatizantes rebeldes cercanos lo escuchen. "Si el Gobierno desaparece tendremos una guerra civil que nunca terminará".


A medida que los ataques suicidas se convierten en las armas más efectivas de los rebeldes -ilustrando su desesperación contra el poder aéreo de Assad y la creciente presencia de insurgentes locales y extranjeros que lucharon la ocupación estadounidense en Irak- los ataques del régimen también se están volviendo más violentos.


El día luego en que el ataque suicida destruyó el centro gubernamental, el ejército sirio respondió lanzando un ataque aéreo contra una escuela que alojaba refugiados. Los testigos la llamaron una masacre, con 10 civiles muertos y 60 heridos.


Ambos ataques dejan marcas indelebles en la población: un niño muerto en una mesa de hospital, una niña herida en los brazos de su padre, una madre gritando, un aturdido niño de 12 años preguntando si la sábana en el piso cubre a su padre.


Tras atravesar todo esto, sin embargo, algunos en Aleppo aún apoyan a los rebeldes. Hamza, un graduado de medicina que trata a luchadores heridos en el frente de batalla dijo que pensaba que el Ejército Sirio Libre había tomado la decisión correcta al detonar los coches bomba. Era una área donde las fuerzas del régimen estaban concentradas, dijo.


"Y a aquellos que dicen que allí habían civiles, yo digo que estamos en una guerra y que no deben culpar al ESL por bombardear el edificio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, por ejemplo, porque no debería haber civiles allí", dijo.


Es el mismo argumento que el régimen usa cuando bombardea barrios que cree que simpatizan con el Ejercito Sirio Libre. Cualquier ciudadano que continúe en esas áreas, dice, deben apoyar a los "terroristas" y son objetivos legítimos.


Faez Shoaip, de 63 años, solía conducir taxis en Brooklyn. Volvió a su hogar en Aleppo hace ocho años y ahora está preocupado por la dirección del conflicto.


"No nos gusta Bashar, no nos gusta el régimen. Queremos que se vayan. Pero hay formas más simples. ¿Matar a todos? ¿Destruir el país sólo para cambiar de régimen? Es demasiado", dijo, sacudiendo su cabeza.


Faez y sus vecinos se están cansando de los líderes rebeldes en el área. Y están hartos de los proyectiles cayendo alrededor suyo. Dicen que están frustrados por haber perdido todo en cuestión de meses. La frustración crece. Los dueños de negocios susurran su descontento. Residentes rechazan a los rebeldes cuando pasan por al lado.


Mientras Faez visitaba a sus hijos en la provincia de Idlib el mes pasado, un grupo rebelde rompió la puerta de su departamento y se instaló en él.


"Usan todo. Convirtieron mis casa en un campamento", dijo. "Hacen un desastre". Cuando se quejó de que usaban su ropa y destruyeron su propiedad, el joven comandante rebelde le dijo: "Éste es tiempo de guerra".


No son sólo los civiles quienes se están cansando de la rebelión. A algunos de los que han luchado desde el comienzo les han golpeado la fe también.


Abu Sayed ha luchado arduamente por la revolución en Aleppo, su hogar natal. Durante el mes sagrado de Ramadán en agosto, ayunó con un agujero de bala curándose en su pierna. Continuó luchando, rengueando a través de calles con francotiradores en el frente de batalla en la ciudad.


Eventualmente, el departamento de su familia fue invadido por el régimen y empezó a dormir en la mezquita. Tres semanas más tarde, durante un ataque de morteros una esquirla le cortó la garganta. Cuando despertó, vio a sus amigos sobre él, diciendo "Abu Sayed era un buen hombre".


Cuando perdió la conciencia nuevamente, soñó que su hermano de 17 años, Hamdino -a quien le dispararon en el corazón durante una protesta-, le sostenía la mano, guiándolo a algún lado. Su hermano entonces se detuvo y le dijo a Sayed que volviera.


Mientras Sayer contó su experiencia cercana a la muerte, fumó un cigarrillo y lágrimas aparecieron en sus ojos. Parches de gaza permanecían pegados a su cuello.


"¿Conoces a uno de los líderes del ESL de Maraa?", preguntó. "Van a la zona libre cuando hay luchas en Salahhadin. Los veo tomando, pantallas, computadoras, teléfonos, todo lo que puedan agarrar".


Dijo que había visto civiles ejecutados luego de que rebeldes los acusaron precipitadamente de ser mercenarios del régimen.


"Vi a uno golpeado hasta la muerte", dijo. "El ESL no chequeó los hechos, y ahora está muerto. Conozco al hombre. Tenía 46 años. Tiene cinco hijos".


"Ahora hemos perdido a los civiles", dijo, exhalando humo.