China: el museo que rompe el silencio sobre las atrocidades de la Revolución Cultural de Mao

El Shantou es uno de los pocos lugares consagrados a los asesinatos cometidos entre 1966 y 1976, sobre la cual el Partido Comunista no permite hablar

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 AFP 163
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El museo de la Revolución Cultural de Shantou, al final de una carretera montañosa, no está señalado por ningún cartel, y la conmemoración habitual prevista el 8 de agosto fue anulada en el último momento, prueba de lo difícil que sigue siendo para la China comunista enfrentarse a este oscuro capítulo de su historia.


Ubicado sobre una colina en los suburbios de esta ciudad costera, el museo es uno de los poquísimos lugares consagrados en China a las atrocidades de esta década de caos (1966-1976), sobre la cual el Partido Comunista (PCC) se mantiene casi en silencio.


"Estamos aquí para rendir homenaje a la memoria de las víctimas, nuestros compatriotas", dice con emoción Liu Jingyi, un comerciante de 41 años, mientras visita el museo junto a su hija.


Unos 70 residentes de Shantou asesinados durante la Revolución Cultural fueron inhumados cerca del museo.


Para reforzar su poder personal, Mao lanzó la Revolución Cultural proletaria

En la memoria colectiva china, las heridas abiertas hace cuatro décadas son difíciles de cicatrizar.


Para reforzar su poder personal al frente del régimen, Mao Tse Tung había lanzado la "gran Revolución Cultural proletaria", que se transformó en una cuasi guerra civil mortífera en la que cada uno era incitado a denunciar a vecinos y parientes.


Una parte de la juventud, fanatizada y organizada en la "Guardia roja", se encargó de acometer una sangrienta purga ideológica, tras la cual sufrió a su vez la represión brutal del ejército.


Entender el pasado

A pesar de reconocer posteriormente "el grave fracaso y las grandes pérdidas" de la Revolución Cultural, el PCC disculpó a Mao, considerando que en el conjunto "tuvo razón en el 70%, y se equivocó en el 30%".


El discurso oficial sobre este periodo sigue estrechamente controlado.


"Me siento casi ignorante, precisamente estoy aquí para tratar de entender mejor", explica Chen, una chica de 20 años, escrutando los calificativos otorgados a los "criminales" de la época: "Falso marxista", "falso izquierdista y verdadero derechista", "capitalista".


El museo presenta una reseña cronológica de la década, así como centenares de fotos de Mao y otros dirigentes, sesiones públicas de acusación, humillaciones, palizas y asesinatos.


 AFP 163
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El establecimiento fue fundado gracias a la financiación privada de Peng Qi'an, ex alcalde adjunto de la ciudad -sin que las autoridades se opusieran de manera ostensible al proyecto.


Peng, que ahora tiene 83 años, escapó por muy poco a una ejecución en aquella época, pero un hermano suyo profesor murió a golpes.


El museo recoge precisamente en unas largas paredes negras los nombres de miles de víctimas.


Desde 2006, este lugar se convirtió en un punto de reunión conmemorativa para centenares de personas que perdieron algún pariente durante la década negra, y se reencuentran todos los años el 8 de agosto, aniversario del lanzamiento de la Revolución Cultural por el PCC.


La agencia de noticias estatal Xinhua consagró el año pasado un despacho a este acontecimiento; Peng Qi'an fue citado, diciendo comprometerse "a que las almas de los muertos sean honradas todos los años" en el museo.


Los testimonios publicados por la prensa china son supervisados por la censura

Sin embargo, este verano no tuvo lugar. Prevista para la semana pasada, la reunión fue anulada a último momento, aparentemente bajo presión de las autoridades locales. Peng rechazó las demandas de una entrevista con la agencia de nticias AFP.


Avergonzados por el pasado

De manera inédita, los medios de comunicación chinos han publicado desde el año pasado testimonios de ex guardias rojos arrepentidos.


Entre estos, el de Song Binbin -hija de un general, quien participó en el asesinato de un profesor-, o el de Zhang Hongbin, quien denunció e hizo ejecutar a su propia madre.


Eso sí, los testimonios son supervisados por la censura, y están estrictamente limitados a los errores individuales, mientras el contexto político se mantiene en la sombra.


Cualquier debate que culpe a los responsables comunistas "sería problemático" para los dirigentes actuales, "que hacen lo necesario para proteger su poder", y la legitimidad del Partido, observa Barry Sautman, profesor de la Hong Kong University of Science and Technology.