La mitología griega ha depositado en el joven y bello Narciso su mensaje más claro contra la egolatría. En su bosque, todas las ninfas morían de amor por él, pero ninguna logró que Cupido lo flechara.
¿Por qué? Porque Narciso se amaba demasiado a sí mismo. Y acabó de la peor manera. Némesis, la Diosa de la Venganza, le impuso un castigo a su medida: pasar el resto de su vida mirándose en las aguas de un profundo lago.
El bello joven creyó alcanzar la felicidad, pero lo esperaba la muerte: tanto se contempló en ese espejo; tanto se hipnotizó con su figura, que un día cayó al lago, se ahogó, y en la orilla brotó una flor: el narciso que se extendió por todos los floreros del mundo.
El mito nos lleva a un fenómeno del siglo XXI: las selfies. La locura del Homo Sapiens por fotografiarse solo, acompañado, con su pareja, con amigos, y –¡por supuesto!– con famosos. Y si el famoso es Messi… ¡la selfie de oro!
Según dato muy reciente, el promedio mundial de selfies supera el millón por día, y crece de modo exponencial. Es decir, será casi incalculable en poco tiempo más…
En realidad, la autofoto no es nueva. Hasta las cámaras más simples y no digitales tenían un mecanismo automático que concedía treinta segundos para correr, instalarse frente al objetivo, decir "cheeesssee", e inmortalizarse.
Pero inmortalizarse no debería ser inmolarse. Sucede que en el afán de lograr la selfie más extraña, más audaz, más asombrosa, la inocente moda cobró ya varias vidas, y no se detiene. Ocho buceadores murieron destrozados por los tiburones elegidos para la toma. El mismo destino corrieron "selfistas" colgados de rascacielos. En vías de tren. Destrozados por animales en parques nacionales (osos, nada menos). Por un disparo de su propia arma. Por paracaídas que no se abrieron.Y hasta cayendo a cascadas o abismos al retroceder, enamorados del paisaje y sin reparar en el peligro.
Y en estos dramas mortales no intervino la Diosa Némesis, por cierto. Fueron (y seguirán siendo) el precio de la inconsciencia, del descuido, de la omnipotencia, de la temeridad.
Demasiado precio por la pequeña vanidad de sentirse héroes. Cualquier vida vale más que mil, que un millón de selfies.
Avive el seso y despierte, amigo selfista, como se pasa la vida, como se viene la muerte, según el poema de Jorge Manrique escrito hace siglos.
No se mate gratis y en un segundo por parecer el conquistador del Everest. Confórmese con hacer "clic" con novia, esposa, padres, amigos… y Messi. No desafíe las furias y las trampas de la Naturaleza. Porque si no lo espera Némesis, puede acecharlo la Dama de la Guadaña. La que nunca sale en una selfie.