Yiya Murano, Barreda y los Schoklender se suben a un escenario de la mano de Ricardo Canaletti

El periodista y conductor de "Cámara del crimen" estrenará un espectáculo teatral en el que relatará los casos policiales más emblemáticos de la Argentina con su particular estilo

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Promete, como si se tratara de un gran fogón, contar historias de gran impacto en un tono intimista. Ricardo Canaletti, el reconocido periodista que se destaca por su particular estilo para narrar casos policiales en la pantalla de Todo Noticias y desde su programa Cámara del crimen, decidió subirse a un escenario por primera vez en su vida. Con una única función el 30 de septiembre en el ND Ateneo, hará que lleguen a la sala teatral personajes como Yiya Murano, Ricardo Barreda o los miembros del clan Puccio en su espectáculo Impacto. También lo harán estafadores, ladrones de bancos y personajes que se han destacado por engañar a multitudes con "cuentos del tío" sofisticados a lo largo de la historia criminal.

—¿Cómo surgió la idea de hacer este espectáculo?

—La idea en realidad fue madurando desde hace mucho tiempo porque más de uno me decía que debía hacerlo, incluso que debía hacer un espectáculo de stand-up, cosa que no es esto. De hecho, muchas personas que siguen "Cámara del crimen" me decían si podían ir a ver la grabación o el vivo. Todo eso fue madurando hasta que finalmente los planetas se ponen uno detrás de otro. Hubo personas que se interesaron en esto, que le vieron alguna posibilidad, y así se concretó. Me pareció que probar no
estaba mal.

En las historias seleccionadas hay alguna cuestión, algún secreto o algo que no se dijo. Son casos clásicos, no voy a hacer un noticiero

—¿Te da temor tener a la gente ahí? ¿Estás haciendo algún tipo de ensayo
especial?

—No estoy ensayando ni practicando porque todo lo que yo hago es lo que me sale en el momento. Lo que sí sé es de qué tratan los casos y por dónde llevarlos. No tengo otro recurso escénico más allá de lo que se ve. No creo que sea diferente a la televisión, la diferencia es que está la gente ahí y la reacción es otra. La manera de entonar, de poner caras, de caminar en el escenario o la manera de hacer silencios es lo que ya hago en "Cámara del crimen". Habrá seguramente un momento en el cual me caliente, otras veces voy a ir con la voz baja, en otros no. En fin, será de acuerdo a cómo me vaya llevando la historia. Porque, en realidad, yo me olvido de dónde estoy y lo que estoy haciendo es contar una historia. Por eso muchas veces los camarógrafos en el canal se vuelven locos porque salgo para lugares que no sabían que iba a ir. Yo me abstraigo del lugar en el que estoy y es como si estuviese solo. Eso no significa que me mire en el espejo, digamos. No soy actor, nunca estudié nada de teatro, ni siquiera lo intenté. Durante muchos años, cuando hacía gráfica, tenía que contar antes de escribir
cuál era la historia que le íbamos a vender a la gente en Clarín. Las historias esas yo las contaba en una reunión muy pequeña de sumario y lo hacía así. ¡Y se cagaban todos de risa!

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—En Twitter pediste que los lectores eligieran un caso de los que vas a contar en el teatro. ¿Cómo fue la selección de las otras historias?

—La selección está más que nada vinculada con casos en los que hay alguna cuestión, algún secreto o algo que no se dijo, que pueda hacerlo más atractivo. Son casos clásicos, no voy a hacer un noticiero. Esto es un espectáculo teatral que es dramático y que tiene que ver con historias reales que cuenta un tipo.

—Muchas veces se cuestiona al periodismo policial o se lo señala como morboso. Y a la vez, cuando aparece un nuevo caso esas historias tienen gran audiencia y todo el mundo quiere saber más. ¿Cómo te llevás con eso?

—Es que es todo una gran mentira. Hay una cuestión académica muy mentirosa que entra de lleno en un deber ser que realmente es extremo. Vos lo ves, por ejemplo, en las redes sociales, que antes no existían. Yo he trabajado muchísimos años muy tranquilo sin las redes sociales. Tranquilísimo, como todos los de mi época. Y las cosas iban bien porque los diarios se seguían vendiendo, la gente leía y seguramente putearía a algún periodista por haber puesto alguna cosa o alabaría a otro por haber
puesto otra. Lo que pasa es que antes no lo conocías y no había interacción. Ahora, con las redes, hay interacción. Las redes sirven para muchas cosas, entre ellas, justificar un poco la existencia de mucha gente. De lo contrario, no se explicaría. Es un tema muy estudiado, Umberto Eco lo decía. A él no le gustaba ningún tipo de red social: decía que la red social lo que ha hecho es convertir al borracho de pueblo en filósofo (risas). Y buena parte de eso existe. A mí me habla gente que me dice "No me gusta lo que hace". ¿Y a mí qué me importa? Con mirar otra cosa, suficiente. Pero las redes van creando esa cuestión. Este largo prólogo es para decir
que en las redes la gente es muy morbosa. Todos aquellos que dicen que el
periodismo de esta naturaleza o área se regodea con el morbo no hacen una especie de análisis de graduación del tema. Hay personas que se meten de lleno en el morbo y se quedan ahí adentro porque están dos horas hablando de cómo alguien le revolvió a otra persona un cuchillo en el cuello. Hay otros que lo mencionan y siguen con el relato. Yo ahora veo en las famosas redes comentarios y, sobre todo, fotografías que son de
un rechazo tan grande. Con lo cual, toda esa cuestión que se habló durante años en la Argentina hipócritamente –acá somos muy hipócritas en este sentido– de que este periodismo es un periodismo menor, que va a los bajos instintos y todo eso. ¡Todo eso es mentira! Les encanta porque nos encanta a la especie humana. A todo el mundo le gusta que le cuenten una historia. Si la historia tiene estos componentes, ¡que te la cuenten! Ahora, también hay tipos que están enfermos de la cabeza. El teatro te da la
posibilidad de contarlas con cierto lenguaje que vos no podés usar en la televisión. Esa es la diferencia que se va a notar acá. Pero después, yo no voy a mostrar una autopsia en vivo a nadie.

El femicida Ricardo Barreda: en 1992, en La Plata, asesinó a su esposa, sus dos hijas y su suegra (Télam)
El femicida Ricardo Barreda: en 1992, en La Plata, asesinó a su esposa, sus dos hijas y su suegra (Télam)

—¿Por qué quieren volver a escuchar historias que son muy populares? ¿Qué es lo que engancha?

—Son casos clásicos. Clásico significa clásico: uno sigue escuchando a Beethoven. No voy a comparar a los casos policiales con Beethoven, pero hay algo de eso. Vos seguís escuchando a Led Zeppelin, que a esta altura se ha convertido en un clásico. Y nadie puede decir que es viejo: es un clásico. En la secundaria se sigue estudiando la historia de Napoleón, que sigue siendo la misma y no cambia. O los pormenores o los prolegómenos que llevaron a la Primera Guerra Mundial. Hay detalles de esa historia que no han trascendido y que son muy interesantes. Hay detalles que quizá están en algún libro pero contados como datos menores. Pero bueno, si te
interesa un tema lo vas a buscar. Si te interesa saber cómo mataron al anarquista Severino Di Giovanni en la Argentina, lo vas a ir a buscar a los libros de Osvaldo Bayer. A veces la gente se identifica con algún personaje o no. Todo esto es muy humano. Me parece que esa es la razón por la cual volvés a escuchar una historia que tal vez ya sepas.

Me habla gente que me dice ‘No me gusta lo que hace’. ¿Y a mí qué me importa? Con mirar otra cosa, suficiente

—Lo que pasa es que estas historias implican muertes.

—La muerte siempre tiene su atractivo. Pero también hay casos policiales que tienen que ver con fenomenales engaños o estafas que son muy lindas de contar. A mí me gusta mucho contar estafas, engaños. Hay historias armadas para sacarles la guita a determinadas personas, y la verdad que te quedás con la boca abierta. Una de las historias que más éxito tuvo cuando yo la escribí fue la del hombre que vendió dos veces la Torre Eiffel.

Carlos Robledo Puch, o “El Ángel de la Muerte”, condenado a cadena perpetua por once homicidios, entre otros crímenes; tenía entonces 20 años
Carlos Robledo Puch, o “El Ángel de la Muerte”, condenado a cadena perpetua por once homicidios, entre otros crímenes; tenía entonces 20 años

—¿Cómo llegaste al periodismo de policiales? ¿Qué te atrajo de ese género?

—Yo noté que se escribía muy mal. En general se escribía como Crónica, algo que tampoco es fácil. Pero bueno, se escribía con clisé. "Extrajo de entre sus ropas un arma de grueso calibre", "El malhechor quedó abatido", "Las fuerzas del orden llamaron a la asistencia", "Llegó una ambulancia que lo trasladó al citado nosocomio", "Occiso", "Decúbito dorsal". Si yo le tengo que contar esto a mi mamá, no lo cuento así. Si lo
hago así, me mira y me dice. "Te cayó mal la comida" (risas). Entonces me puse a pensar en cómo se cuentan las cosas. Y bueno, será "Sacó un revólver, tiró y lo mató", "Llegó la ambulancia y se lo llevó". Empecé a contar las cosas así en Clarín. Primero me hicieron hacer unas notas de interés general. Después, esas cosas que pasan: faltaba
gente en policiales y había que reescribir unos cables. Buena parte de los diarios se hace con lo que está en la cablera, algo que después repiten las radios y los programas de televisión. Había que reescribir y bueno, en lugar de poner eso de "extrajo de entre sus ropas", puse "hubo un tiroteo y la policía mató a una persona que quedó tirada en la calle". Bueno, nada, eso gustó y lo seguí. Después empecé a explicar también en las
notas cosas que tenían que ver con el derecho. Había un juez acusado de prevaricato. Nadie sabía qué carajo era prevaricato. Entonces, expliquemos eso. Nadie sabía la diferencia entre hurto y robo. ¡Y no es lo mismo! Empezamos a explicar ese tipo de cosas, después comenzaron las columnas y bueno, así siguió.

Muchísimas veces no soy imparcial, pero trato de ser objetivo; el dato es el dato

—¿Cuántos años van?

—Desde el 84. Yo empecé tarde en el periodismo muy tarde. Antes había probado fortuna en Italia, había estudiado Derecho en Argentina. Después de tres años allá nada me satisfacía. La idea era establecerme con mi familia allá, en una época difícil en la Argentina. No se dio, volví, y me metí en Clarín gracias a que mi viejo conocía a uno de los jefes de ahí. Le dijeron "Mandamelo al pibe". El pibe tenía treinta y pico de años. Y yo fui a hablar con esa persona casi en italiano, porque llegaba de Italia. ¡Un
desastre! (risas). Estuve como colaborador como cuatro años. En el 89 me nombraron como efectivo.

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—Después de tantos años de trabajo, ¿tenés algún caso o historia preferida?

—Me gustan muchas. Me gusta la del cacique Sandokán, que es muy divertida, a pesar de tratarse de una estafa a una pobre señora. Me gusta la de Nelson Madaf, que es un caso terrible en San Luis. Me gusta la de Débora Di Falco, que es una chica de un caso que seguí mucho en televisión. Una historia de vida tremenda que tiene que ver con
una mala madre, con prostitución, con la muerte de una chiquita. Tengo muchos casos.

—¿Te movilizás o te sensibilizás más con alguna historia o ya estás entrenado para que no te golpeen tanto?

—Es difícil. En algún que otro caso me ha pasado: hay historias que me pegan. También tiene que ver con cómo me las presentan. Hay tipos que saben contar y esos tipos me conmueven.

—¿No creés, como algunos, que los periodistas deben ser desapegados?

—No. Yo creo que el periodista no es una pared. Las noticias no rebotan. Esa es otra gran equivocación: cuando hablan de objetividad e imparcialidad. Una cosa es ser objetivo y otra distinta es ser imparcial. Muchísimas veces no soy imparcial, pero trato de ser objetivo; el dato es el dato. Y se terminó. Ahora ese dato yo lo meto dentro de un universo que me da determinada conclusión. Ahí ya me volqué para un lado. Pensemos al revés, pensemos en un periodista que es imparcial. Entonces cualquier
cosa le viene bien, es un muerto. Eso yo no lo entiendo. En realidad tenés que ser objetivo: si la caja es de cartón, es de cartón. Si el día del crimen el tipo tenía el piloto mojado, llovía y tenía el piloto mojado. Son datos.

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