Miguel Mateos: "En un momento perdí el control, toque fondo, pero salí"

El cantante iniciará una gira por todo el país que culminará en Buenos Aires. Presentará una reedición de su disco "Solos en América", a 30 años de su lanzamiento. Pasado, presente y futuro con un verdadero emblema de la música de los 80

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Miguel Mateos (63) regresa a la Argentina para celebrar los 30 años de Solos en América, un disco fundamental en su carrera. Esta reedición, que tuvo lugar en Estados Unidos, lo tiene entusiasmado: volverá a rememorar aquella época de oro.

Pero que para el cantante es aún mejor, no sólo por volver a cantar esos temas sino que tendrá un cierre glorioso el próximo 18 de noviembre en el Estadio Obras, el gran templo del rock, tras un tour nacional que lo llevará por San Juan, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, entre otras provincias.

Récords de discos vendidos y shows realizados, Mateos vuelve a dejar en claro que su vigencia. Y nos permite volver a disfrutar de aquella insignia de los 80: Solos en América.

—Después de 30 años, ¿qué aprendiste de vos mismo? Si mirás para atrás, ¿qué ves?

—Veo a un tipo que ha trabajado y que sigue trabajando. En ese sentido, soy un privilegiado que sobrevivió a los 80 y los 90, que sigue creando, que sigue teniendo proyectos luego de haber sacado un disco el año pasado que no sé si ha sido comprendido. Después de más de 30 años de trabajo, seguir recorriendo América, tener una banda tremenda, impresionante. Si veo para atrás, veo felicidad.

—¿El paso del tiempo te afecta?

—Obviamente no soy el mismo que a los 20 años pero al contrario: me parece que canto mejor, toco mejor el piano, hago mejores conciertos y tengo como un balance de energía también muy zen en cada una de mis cosas. He ido aprendiendo en todo nivel, y sigo aprendiendo. Ahora estoy en la búsqueda de hacer una ópera.

—En el disco decís: "Hace 30 años que dejé de soñar y empecé a vivir mis sueños". ¿Cuándo se da esa transformación?

—Cuando me doy cuenta que realmente había un camino, que este era mi camino. Como cuando voy a Chile o a Perú y me encuentro con chicos que me vienen a firmar un cassette todo roto, todo apócrifo y trucho con el "Loco, lo que cantas acá". Tanto en Catamarca o en Mendoza como en Santiago. Es algo muy fuerte que ese sentimiento de un pibe de acá, de Villa Pueyrredón, un barrio de clase media de la Ciudad de Buenos Aires, haya tenido ese sueño: es mucho más de lo que yo hubiera imaginado. De alguna manera, frase mía: dejar de soñar y empezar a vivirlos.

—¿Te molesta que te pidan canciones de los 80 y no se fijen en las canciones de ahora?

—No. En absoluto. Es mi obra. En los 80 era más vertiginoso todo, había más vértigo, había renunciado, pero era ridículo. ¿Cómo puedo yo renunciar a una canción cuando sé que en definitiva yo pongo los primeros dos, cuatro acordes de esa canción, y la gente se emociona de la primera hasta la última fila? Es un flashback tan tremendo… Y esa misma persona por ahí le trata de explicar al hijo que está al lado como diciendo: "Es esto". No puedo renegar de mi obra, para nada.

—¿Y sos de escuchar tus propias canciones? 

—No.

—¿Ninguna?

—Ahora no tengo más remedio que volver a interiorizar porque hicimos un disco fabuloso. Ha sido re materializado en uno de los mejores lugares de California, de Los Ángeles, en el que es un estudio análogo. Es un disco análogo que era de vinilo y se ha tomado ese máster, que también ha sido recuperado en esta parte como la recuperación de los derechos de ese disco por parte del Instituto Nacional del la Música Argentina, como de muchos otros. Lo mandamos a rematerizar y el sonido realmente es alevoso, es decir, es tan nuevo.

—¿Mejor que antes?

—Yo creo que sí. Porque se ha tomado la tecnología de hoy, actualizada, hacía un máster de 30 años atrás. Realmente le ha dado una riqueza increíble.

—Una de las canciones, "Cuando sea grande", dice que querías ser Presidente. ¿Era un anhelo que tenías?

—Eso era un punto de referencia. Digo Presidente de la Nación o estrella de rock and roll. Parecerían como dos puntos medios que se tocan. Me tocó estar ante 40, 50 mil personas, y por ahí un político también se sube a un balcón y tiene que hablar. Nada más como esa paradoja y esa metáfora.

—¿La política es algo que te atrae?

—No. Bueno, me atrae como ciencia, como algo que estudio y que leo, sí. Pero no en la acción.

—Tu tema "La ley del pulgar" habla de la actualidad. ¿Qué te llevó a escribirlo?

—Salió cenando con mi mujer un 14 de febrero en un restaurant, y todas las parejas estaban con los teléfonos, como si estuviéramos vos y yo, y seguían con los teléfonos y era el Día de los Enamorados, el día de mirarse a los ojos. Ahí se me ocurrió la canción. Una fantástica ironía pero tiene esa idea supuestamente de las conexiones que…

—A través de pantallas que no son reales…

—Exactamente. Las conexiones que perdimos, serían. Así que es un tributo a la piel, a la mirada, a las cosas que nos hacen humanos.

—¿Notás una diferencia entre la música de los 80 y la de ahora? ¿Hay menos calidad?

—Siendo yo autor, compositor, productor, es medio difícil decirte que la música de antes era mejor. Jamás vas a oírlo de mí. No creo que sea así. Ahora hay una música comercial, o que tiene más difusión; los medios de difusión han cambiado; las formas de escuchar música han cambiado. Ahora por suerte hay una cosa con el vinilo, de nuevo. El vinilo era la ceremonia de escuchar música, esa ceremonia que te juntás con tres o cuatro. Me acuerdo cuando usaba el combinado de mi papá y éramos cuatro o cinco pibes que escuchábamos como si tuviera imagen, y era un maldito disco de pasta dando vuelta, emitiendo un sonido que para nosotros era todo.

—¿Siempre te quisiste dedicar a esto? ¿Ya de chico tenías ese fanatismo por la música?

—Sí. Mi padre es melómano. No se dedica a la música pero ha sido siempre un coleccionista de discos. Tenía en mi casa una especie de librería, para ponerlo en términos más actuales, de larga duración y de discos de distintos calibres, sobre todo de jazz y de tango. Mi madre es profesora de música y daba clases. Sencillamente vengo de una casa materna y paterna ligada absolutamente a la música.

—¿Te apoyaron cuando dijiste que querías seguir este camino?

—No. Al principio no. Cuando le dije a mi madre que iba a dejar de estudiar Ciencias Económicas, ella no lo sabía pero yo en paralelo iba al Conservatorio. Y le dije que me iba a dedicar a la música siendo profesora. Me dijo no. Mi padre lo mismo. Pero los convencí. El tema es estar convencido. Podés tener más o menos suerte después, no sabía qué iba a pasar, no sabía en aquel momento si iba a poder vivir de la música y de qué manera. He sido afortunado, en todo sentido.

—¿Y hoy, qué les decís?

—Nada. Adoro a mis viejos. Están los dos muy bien. A mi madre le digo que la culpa es de ella porque como tenía bonos en el Teatro Colón, me llevaba de chiquito. Me sentaba a escuchar óperas y ver ballet. Entonces tengo como un vicio que trasciende lo que es el pop o el rock. Soy como un artista que tiene una visión mucho más amplia de la música, más en este momento de mi vida. Y se lo debo a mi vieja. A mi padre también.

—¿Es una carrera que te gustaría que tu hijo siga?

—Mi hijo se ha recibido el año pasado en la UADE de Administración y Comercio Exterior. Tiene 25 años y toca estupendamente bien la guitarra. Tiene un gran talento. No sé qué será de su vida pero lo queremos y lo vamos apoyar en su decisión.

—¿Es una carrera muy vertiginosa?

—Es una carrera muy difícil. Y hoy ya no la entendería. Tiene otros resortes. Tiene otros canales. Yo lo que hacía era subir el amplificador, tocar en un café concert, como se lo llamaba en aquel momento, o en un bar de mala muerte en el centro underground de Buenos Aires para 40 personas. A veces había seis personas y esa era la forma de difusión. Hoy, comparar eso…

—¿Se pierde el control, como dice tu canción en esta carrera de músico?

—Sin dudas que sí.

—¿Recordás algún momento?

—Vuelvo a decirlo: los 80 fueron un vértigo. Hay muchos compañeros míos de los 80 que hoy ya no están. Por diferentes razones, obviamente. Por el vértigo que supone esta carrera en todo nivel, desde todo punto de vista: tomar 700 aviones por año o andar en la ruta trasnochada de una ciudad a otra. O por las tentaciones, por mil que aparecen, por lo que fuere. A veces sí se puede perder un poco el control, pero gracias a Dios yo he traducido esa potencia en canciones, en arte y eso me salvó. Y si en algún momento toque un fondo, salí. Por la ayuda obviamente de mi familia. Hoy evoco eso también desde un punto de vista sumamente enriquecedor: si no sufrís, no hay ganancia.

—¿Sentís que te perdiste muchas cosas de tu vida por esto de la gira, los viajes?

—No. Soy muy afortunado. Volvería hacerlo. Con todos los pro y contra que tuve.